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Columna
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Los aranceles de Trump, un dislate y un fiasco

Estas tarifas van contra una evidencia empírica de siglos: el libre comercio es económicamente más eficiente que el proteccionismo

Donald Trump, durante su reunión con los republicanos de la Cámara de Representantes en el Capitolio en Washington (Estados Unidos) el 13 de noviembre de 2024.
Donald Trump, durante su reunión con los republicanos de la Cámara de Representantes en el Capitolio en Washington (Estados Unidos) el 13 de noviembre de 2024.Brian Snyder (REUTERS)
Xavier Vidal-Folch

“Para mí, la palabra más bonita del diccionario es arancel”, proclamó Donald Trump en Chicago (15/10). Los aranceles (impuestos a la importación de productos ajenos) que pretende imponer son un sinsentido y un dislate. Y auguran un fiasco histórico.

Sinsentido económico. Van contra una evidencia empírica de siglos: el libre comercio, sea socialmente más o menos justo, es económicamente más eficiente que el proteccionismo. Además, este encarece las mercancías más que los servicios, el sector creciente de las economías avanzadas.

Dislate jurídico. El mandato legal de la Organización Mundial del Comercio (y el previo del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio desde 1947), el organismo multilateral comercial que el republicano logró congelar y ahora tratará de destruir, es prolijo, pero claro. El comercio sin barreras arancelarias debe ser norma; las tarifas exteriores, excepción. No deben ser permanentes, sin plazo. Ni universales, contra todos: del 10% al 20%; hasta el 60% para China; y del 100% al 1.000 para México. Ni generalizados, a todos los productos, como ha anunciado. Para “anular la injusta política industrial de [todos] los depredadores”, escribe su exsecretario de Comercio, el halcón Robert Lighthizer (FT, 1/11 /2024).

Sino en todo caso “remedios” circunstanciales, temporales, sectoriales, para enmendar un revés. Excepciones acotadas, para proteger el empleo, equilibrar la balanza comercial, reaccionar al dumping (competencia ajena a un coste inferior al de producción), compensar una brecha de desarrollo económico, o como retorsión o represalia que neutralice otros, de otros países.

Fiasco histórico. Si la experiencia pasada del primer mandato de Trump (guerra comercial selectiva) sirve de pauta para la futura (su ambición global la multiplicaría por ocho), sus nuevos aranceles serán un fracaso. Elevaron, en vez de reducir, el déficit comercial norteamericano de 750.000 a 864.00 millones de dólares entre 2016 y 2020. Y mantuvieron la senda descendente del empleo manufacturero, hasta el 8,4% del total, 12,2 millones, frente a los 17,2 millones de 2000 (Aquellas promesas oxidadas, EL PAÍS, 6/11/2020). Mientras la protección menos agresiva de Joe Biden contuvo esa sangría (The challenge of America´s industrial evolution, FT, 16/8/2024).

El fiasco afectará a todos. Al consumidor norteamericano, porque las empresas que introducen sus productos en EEUU suelen repercutir el arancel en el precio al detalle, acrecentando la inflación. Y los ingresos del arancel no sustituirán al impuesto sobre la renta, como se pretende, sino sólo a menos de su 40%, estiman los economistas Kimberley Clausing y Maurice y Obstfeld, del Instituto Peterson (Trumps’s tariff threats, Intereconomics, 2024, entre otros artículos).

Para el mundo entero, el impacto se traduciría en minorar el 0,8% en el PIB global previsto para 2025, y del 1,3% en 2026, calcula el FMI en su último World Economic Outlook. Su economista jefe, Pierre-Olivier Gourinchas, añadió en su presentación que si se desencadena una guerra comercial como respuesta obligaría a los bancos centrales a pelear contra un menor crecimiento y una mayor inflación. Retornando a los altos tipos de interés. El fantasma del estancamiento con inflación. La estanflación.

A la Unión Europea es a quien menos interesa ese escenario. Pues su economía es la más abierta, la mitad de su PIB se genera en el comercio global, por sólo un 37% la china, y menos aún la estadounidense, un 27%. Distintos cálculos cifran el impacto en una reducción de exportaciones de 150.000 millones, casi el actual saldo comercial positivo de 2023. Y en una reducción del 1% en el PIB (Goldman), hasta del 1,5% (ABN-Amro), desde luego un 1% para Alemania (Bundesbank): la recesión. Claro que los europeos no están inermes. Bruselas ha ultimado un esquema de contrataque en dos fases: primero, ofrecer a Washington que aumente sus exportaciones (como con la soja en 2018); y si fracasa, aranceles de retorsión. Pero eso sería malo. “No podemos construir un muro proteccionista” permanente, recuerda Mario Draghi, “nos perjudicaríamos a nosotros mismos”.

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