La vivienda, imposible para los jóvenes: los precios suben el doble que sus salarios
Los ingresos de los menores de 35 años crecen al ritmo de la inflación, pero casas y alquileres suben aún más deprisa desde 2015. La brecha de riqueza con los mayores se ha multiplicado por nueve
Una “tormenta perfecta”, una “espiral complicada”, un “problema larvado”… Estas son algunas de las expresiones que utilizan los expertos para definir la relación de los jóvenes (y no tan jóvenes) con la vivienda. La emancipación, encontrar un alquiler y, aún peor, la compra se han convertido en un auténtico quebradero de cabeza para millones de personas en España. El problema trasciende el ámbito inmobiliario. “La escasez de vivienda no solo afecta a los jóvenes en su acceso a la misma, también puede afectar a las perspectivas demográficas, constreñir el potencial de crecimiento de la economía y tener consecuencias en la situación social”, señala Raymond Torres, director de Coyuntura Económica de Funcas. La última publicación del centro de análisis indica que el acceso de los jóvenes a la vivienda es más difícil desde dos puntos de vista: tienen más problemas que las generaciones mayores y, además, esos problemas son más grandes que nunca en los últimos años.
Explicamos en siete gráficos algunas de las causas y consecuencias de la espiral en la que se encuentran los jóvenes con la vivienda.
La principal dificultad, tratándose de vivienda, es el precio. La evolución de los importes de las casas respecto a los salarios muestra que los primeros han subido mucho más que los segundos. De hecho, lo han hecho el doble. Ese despegue se ha producido sobre todo a partir la recuperación de la larga crisis que comenzó en 2008 y se extendió hasta 2014 o 2015. Es cierto que desde entonces los sueldos han remontado y en términos nominales (sin tener en cuenta la inflación) son más altos que nunca. Pero mientras ascendían un trecho poco a poco, podría decirse que la vivienda escalaba un muro casi vertical. Particularmente los alquileres, lo que tiene consecuencias especialmente negativas: “Es la vía normal de acceso, puesto que salvo que se herede o se tenga un trabajo extraordinario, la propiedad es difícil”, explica Torres.
La comparación entre importes inmobiliarios y sueldos en cada comunidad autónoma muestra que los arrendamientos han subido más que los salarios en todas ellas. Pero la situación es particularmente tensa en los territorios que tienen más población y más turismo. Y resulta que es en esos mercados, los más complicados para conseguir vivienda, donde también hay más jóvenes. “Evidentemente, las ciudades son concentradoras de empleo”, subraya Jesús M. González Pérez, catedrático de Geografía en la Universitat de les Illes Balears. “Para la gente joven también son un factor de atracción porque además se concentra la oferta de educación superior”. Pero el experto alerta de que no vale con mirar a las ciudades, sino que es necesario contemplar el ámbito metropolitano, que abarca un territorio más amplio, para analizar el fenómeno. Una mirada integral sin la que, dice, “corremos el riesgo de construir vivienda sin construir ciudad”.
Los movimientos de población entre provincias españolas entre 2015 y 2021 muestran claramente el influjo de las grandes urbes y su entorno. Los jóvenes de entre 25 y 34 años se han movido sobre todo a Madrid, Barcelona, Baleares, Málaga y Valencia. Todas cuentan con grandes áreas metropolitanas o con un fuerte componente de empleo turístico, la gran industria nacional.
Gonzalo Ibáñez, burgalés de 24 años, lleva tres semanas buscando una habitación en Madrid, mientras lo aloja un amigo. No ha silenciado el móvil desde entonces, a la espera de una notificación del portal inmobiliario donde busca o de la llamada de un casero. “Han sido días fatales, de ansiedad, yendo de un lado al otro”, relata. Los propietarios le han pedido de todo: varios meses de adelanto, nóminas y hasta historial de cotización. En el caso de Ibáñez, que es estudiante de máster, le exigen los documentos de los avalistas, sus padres. “Pocos pueden poner a tocateja 2.000 euros sobre la mesa de una inmobiliaria”, reclama. La búsqueda ha sembrado en él una idea: “Los jóvenes somos mucho más prescindibles que antes”, asegura. “Se construye la ilusión de que tenemos más oportunidades, mientras se blanquea que tengamos que vivir con más gente hasta los 30 años y hasta le llaman coliving”, protesta.
España además es junto a Grecia uno de los países de la UE con más sobrecualificados, es decir, personas con empleos no acordes con su formación. Así que las generaciones más formadas de la historia también se han convertido en las más desaprovechadas. Y su situación en el mercado laboral es claramente peor que la del resto de la población, con la que compiten a la hora de comprar o alquilar un piso. Esa “precariedad”, resume Adrià Junyent, secretario de Juventud en CC OO, provoca que “aunque hace 30 o 40 años había más desempleo o temporalidad, la juventud actual se enfrente a una situación más complicada respecto a la vivienda”.
A veces no da ni con dos sueldos. María Alejandra Cárdenas (19 años) es manicurista, y Luis Ramírez (21 años) coloca pisos de resina. Trabajan jornadas extensas, seis días a la semana, y reúnen alrededor de 2.000 euros al mes. Llegaron a Madrid desde Venezuela hace siete meses en busca de asilo. Desde entonces, han pasado por tres habitaciones en pisos compartidos con hasta cinco personas más. Renunciaron a la privacidad porque no pueden costear las elevadas fianzas de un piso. “Si queremos ahorrar, no podemos pagar más de 500 euros de alquiler”, explica Ramírez, dado que al coste de vida suman envíos frecuentes a su país. Dejaron la primera habitación porque era muy pequeña y los problemas de convivencia eran frecuentes. “No sentía que el lugar en el que estaba viviendo fuera mi hogar”, recuerda ella. Tardaron un mes en encontrar la siguiente, pero no aguantaron ni una semana. Los ahuyentó la música a todo volumen y las visitas no deseadas. Gracias a una publicación en Facebook, tras esquivar varias estafas, dieron con su morada actual. Un cuarto amplio, “a solo una hora y media” del trabajo de Cárdenas. “Habíamos visto tantas habitaciones, que perdí la cuenta; la vi y dije: ‘Esta es”.
Ante el negro panorama de la vivienda, muchos no ven más solución que posponer la emancipación. En España, la edad media a la que se independizan los jóvenes superó los 30 años por primera vez en 2021, según Eurostat, que señala a los españoles como los cuartos que más tarde se van de la casa familiar. Y es el quinto país donde hay más menores de 35 años que viven o dependen de sus padres . Ese porcentaje ha subido 14 puntos (del 52% al 66%) en 13 años, una marca que solo supera Irlanda dentro de la Unión Europea.
En el trasfondo se encuentra el enorme cambio de modelo que ha vivido España desde la crisis de 2008. Hasta entonces era un país anómalo, porque la propiedad tenía mucha ventaja sobre el alquiler como forma de tenencia de la vivienda. Pero eso quedó cortocircuitado con el estallido de la burbuja y las enormes restricciones al crédito que desde entonces puso la banca. Unos requisitos de solvencia que muchos jóvenes, con empleos precarios y escasa capacidad de ahorro, no cumplen. Máxime cuando además la vivienda a la venta también resulta cara. “Como la compra también está a precios elevados, expulsas a los jóvenes al acceso vía alquiler”, argumenta Desiderio Romero, catedrático de Economía Aplicada en la Universidad Rey Juan Carlos. “Digamos que existen limitaciones por ambos frentes, y eso contribuye a que haya la escasez de oferta que hay”, completa.
A Alba Herradón, sevillana de 33 años, le encantaría comprar un piso en su ciudad, pero lo ve imposible de momento. “Como están las cosas, si no tienes un sueldo muy suculento o no lo juntas con el de tu pareja, no puedes adquirir una vivienda”, señala. Su intento de independizarse fue fugaz. Hace dos semanas regresó a la casa de sus padres, tras vivir un año en un piso por el que pagaba 700 euros al mes sin servicios incluidos. “Lo he dejado porque ya no me lo podía permitir, era cuestión de tiempo para la que la situación fuera insostenible”, explica. El alquiler le consumía más de la mitad de un salario de alrededor de los 1.200 euros netos. Retornar “no ha supuesto un gran trauma” para ella, pero sí echa de menos un espacio propio. “Espero que, sin llegar a ser tan grave, esto en algún momento estalle y los precios sean más asequibles porque estamos con la soga al cuello”, lamenta.
La diferencia entre los mercados de compra y alquiler es que quien no puede comprar, no compra; mientras que quien tiene necesidad imperiosa de una casa, acaba por alquilar lo que sea. Eso explica que el porcentaje de hogares encabezados por jóvenes hasta 29 años que tienen una casa en propiedad haya caído a la mitad desde el máximo de 2007. Y del lado del arrendamiento, muestra los sobreesfuerzos que muchos se ven obligados a hacer: España figura entre los países europeos donde más inquilinos destinan más del 40% de sus ingresos al pago de la vivienda. Supera en 10 puntos la media de la UE, mientras que al analizar lo mismo para personas que son propietarias de su vivienda, se sitúa por debajo del promedio comunitario.
Esta dificultad de los jóvenes para comprar una casa la confirman los datos de la Encuesta Financiera de las Familias del Banco de España. A principios de siglo los hogares jóvenes y los mayores partían de una situación de riqueza similar. Durante la burbuja, esa riqueza, que incluye el valor inmobiliario de la vivienda si se ha comprado, creció al mismo ritmo. Y luego todo saltó por los aires. Los mayores de 65 han logrado, gracias a ese patrimonio, mantener el nivel. Pero la riqueza de los hogares de entre 35 y 44 años se ha desplomado. La diferencia entre generaciones se ha multiplicado por nueve en dos décadas y ha abierto una gran brecha.
Resolver el acceso de los jóvenes a la vivienda es un reto en el que España se juega mucho más que acabar con el drama cotidiano de muchas personas para encontrar una casa. Por ejemplo, Torres, de Funcas, cree que el país afronta “un problema de cohesión social en el que surgen dos clases: los que tienen acceso a la vivienda porque heredan o porque sus padres les pueden ayudar a comprar, y los que no”. Y el temor es que ese círculo vicioso, en el que el alquiler se come el ahorro y la posibilidad de ser propietario, lo que a su vez hace que el hogar tenga menos ahorro y no le quede más remedio que arrendar, puede acabar cronificándose. “Hay gente que dice que eso se solucionará cuando heredemos”, señala Junyent, “pero depende de cómo y dónde heredes”. “Si esa es la solución de algunos, solo va a traer más desigualdad entre personas y entre territorios”, concluye.