El gas y el petróleo se desbocan ante la amenaza de veto a la producción rusa
El traspaso al mercado eléctrico fuerza a Bruselas a estudiar medidas de urgencia para evitar que los hogares y empresas paguen toda la factura de la guerra
La cuerda está cerca de romperse por el lado más inesperado. Si hasta hace pocos días el debate giraba en torno a la posibilidad de que Rusia dejase de exportar sus vastas reservas energéticas a Estados Unidos y —sobre todo— a Europa, hoy es Occidente quien está a un paso de cortar por lo sano. Tanto los precios del petróleo como los del gas natural descuentan ya en su cotización un extremo que en tiempo récord ha pasado de ser descabellada —las primeras sanciones económicas sobre Moscú fueron muy cuidadosas al excluir a la energía— a altamente probable. Al menos en el caso estadounidense, cuyo Gobierno está dispuesto a dar en paso en solitario incluso si Europa no le secunda.
El crudo Brent, el de referencia en Europa, roza este lunes los 130 dólares por barril, no tan lejos ya de los 140 que llegó a superar en 2008, su máximo histórico. En esta ocasión, además, la depreciación del euro frente al dólar —la moneda en la que cotizan la mayoría de materias primas— también juega un papel determinante: cuanto más débil está la moneda única frente al billete verde, mayor es la sangría.
El precio del megavatio hora de gas ha llegado a rebasar, por su parte, los 300 euros en el mercado TTF holandés, la referencia europea, para relajarse después hasta el entorno de los 220. Es, en todo caso, 11 veces más que hace un año y un nuevo pico desde que hay registros. De ahí el creciente coro de voces que piden al Ejecutivo comunitario que actúe con contundencia para evitar que el contagio sobre la electricidad prosiga sine die.
Las guerras modernas no solo se libran en el terreno de lo militar, sino también en el puramente económico. Ahí se enmarca el abanico de sanciones occidentales sobre Rusia, que ya empieza a hacer mella sobre su economía y que el secretario de Estado estadounidense, Anthony Blinken, ha abierto la puerta a ampliar al sector energético. Una medida que hasta entonces ha sido un anatema a pesar de que su partido, el demócrata, lleva semanas exigiendo y que, de facto, muchas empresas energéticas llevan días poniendo en práctica.
De materializarse en una orden gubernamental estadounidense, sin embargo, el banco de inversión JP Morgan cree que la prohibición de importar crudo ruso llevaría el barril al entorno de los 185 dólares. “Si el petróleo acaba siendo sancionado, la posibilidad de que el gas también lo sea crece”, completa, por su parte, Tom Marzec-Manser, responsable de gas de la firma de análisis sectorial ICIS, en declaraciones a Reuters.
En pleno debate en EE UU sobre ese posible boicot —una medida que la Casa Blanca parece dispuesta a tomar incluso si sus socios europeos, muchísimo más dependientes del crudo y el gas natural ruso—, dos voces de peso en el Viejo Continente han salido al paso con posiciones contrarias. Por un lado, el canciller alemán, Olaf Scholz, un país que depende en gran medida del suministro ruso, se ha opuesto a poner fin de la noche a la mañana a las importaciones energéticas procedentes del país euroasiático, apelando a la “importancia esencial” que estas tienen para la economía europea.
“No ocurrirá de la noche a la mañana. Todos nuestros pasos están diseñados de forma que golpeen a Rusia y sean sostenibles en el largo plazo: no hay otra forma de asegurar el suministro europeo para calefacciones, transporte, electricidad e industria”, ha dicho Scholz. Unas palabras que conseguían inyectar algo de calma, siquiera temporalmente, en los mercados.
Horas antes, sin embargo, el ministro francés de Finanzas, Bruno Le Maire, había elevado las especulaciones este lunes al dejar caer que “todas las opciones están encima de la mesa”. Le Maire, no obstante, ha apelado a la “unidad” de acción de la UE en un asunto en el que no todos están en la misma posición por un motivo de peso: “algunos países son más dependientes del gas ruso que otros”.
Las cifras son muy claras en ese sentido: mientras la República Checa, Hungría, Eslovaquia o Letonia dependen al 100% del suministro de ese país, España, Portugal o Irlanda cubren prácticamente toda su demanda con lo que importan de otras latitudes: desde Argelia, Noruega, Nigeria, Qatar o Trinidad y Tobago, entre otros. “Si los países europeos aún no se han decidido a seguir a EE UU”, afirma Mabrouk Chetouane, analista de Natixis, en una nota para clientes en la que da casi por sentado que Washington acabará dando el paso, “es porque su dependencia es un obstáculo”.
La subida del petróleo sigue propinando un golpe sin paliativos en los surtidores españoles, con precios de la gasolina que ya se acercan a los dos euros por litro, algo impensable hace solo unas semanas. La del gas se deja sentir, sobre todo, en la industria intensiva en este combustible y en la electricidad, ya claramente por encima de los 400 euros por megavatio hora en todos los grandes países europeos. Este martes, de hecho, se superarán los 500 en España, Francia e Italia y se rozarán en Alemania.
La escalada impacta, en primera instancia, a los más de diez millones de hogares que cuentan con una tarifa regulada, que bebe directamente del precio del mercado mayorista. Y obliga a Bruselas a mover ficha de urgencia para evitar que la inflación se vaya por encima del doble dígito. Desligar los rumbos de la electricidad parece la opción más lógica, pero aún no se sabe cómo ni cuándo se articulará esta medida.
Sin un cambio radical en ese frente, la financiera francesa Euler Hermes calcula que la guerra con Rusia factura energética de los hogares europeos se disparará este año en, al menos, un 30%. Un coste que será especialmente significativo en Alemania y Francia, y algo menos en España e Italia. Según sus proyecciones, el consumidor europeo medio perderá dos puntos porcentuales de su renta disponible si el suministro ruso se mantiene y medio punto más si acaba habiendo corte por cualquiera de las dos partes. Una situación que, dicen, obligará a los Gobiernos a lanzar líneas adicionales de apoyo de 20.000 millones en Alemania, de 17.000 en Francia y de 10.000 en Italia y en España.
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