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Un pegamento cultural llamado fútbol: ¿qué significaría una Superliga?

Cambiar radicalmente el actual modelo basado en competiciones nacionales conllevaría una serie de ramificaciones a nivel social que deben tomarse en cuenta

Aficionados del Chelsea, protestando fuera de Stamford Bridge el 20 de abril. / Adrian Dennis (AFP)
Aficionados del Chelsea, protestando fuera de Stamford Bridge el 20 de abril. / Adrian Dennis (AFP)

Se ha comentado mucho estos días la tibieza en la reacción de rechazo a la Superliga vista en España en comparación con Inglaterra, donde el fútbol adquiere un significado vital aún más fuerte que en nuestro país. Quien conozca Inglaterra sabrá que el fútbol es un elemento que vertebra como pocos la realidad de buena parte de su población: algo parecido podríamos decir de España, con sus diferencias. Una de las más notables reside en el ‘municipalismo’ futbolístico que caracteriza a los ingleses, por el cual cobra especial importancia el vínculo entre el club local y la comunidad; por ello, un domingo en cualquier localidad inglesa podemos observar (o podíamos –afortunadamente ya queda menos para volver, como ilustran los 7700 espectadores que presenciaron el domingo la final de la EFL Cup en Wembley–) cómo miles de personas acuden a animar a su equipo, esté en la Premier League o en la cuarta división.

En los ámbitos académicos de la sociología y la antropología se manejan conceptos relacionados entre sí que apelan al grado de interacción y las experiencias compartidas entre las partes de un tejido social. No nos vamos a detener en estos conceptos abstractos: lo importante aquí es que el fútbol es un elemento sustancial en el tejido social, y a distintos niveles, además.

A nivel local, el caso de Inglaterra ejemplifica a la perfección el poder del fútbol para reunir bajo el mismo techo a los miembros de un municipio cualquiera. A nivel nacional, podemos remitirnos sin ir más lejos al triunfo de la selección española en el Mundial de Sudáfrica en 2010, con el que millones de españoles de todas las partes del país se emocionaron y olvidaron por instantes las desgracias de la crisis económica y una incipiente crisis territorial [1]. A nivel internacional, ¿qué tema de conversación saldrá rápidamente si salimos de España y nos encontramos en situación de entablar diálogo con alguien en la República Dominicana o en Marruecos? Con un alto grado de probabilidad se mencionarán a Real Madrid y FC Barcelona, dos de las marcas más reconocidas mundialmente y, consecuentemente, grandes activos nacionales en un mundo globalizado.

Con esto volvemos al punto de partida: la Superliga europea anunciada el 18 de abril y enterrada dos días más tarde, con toda seguridad para resurgir en un futuro no muy lejano. Dejando a un lado los incentivos económicos y la batalla política entre los clubes más poderosos de Europa y la UEFA, la naturaleza de la competición propuesta se debe al alcance global de ciertos clubes que acumulan millones de seguidores en lugares remotos al Viejo Continente. Y lo cierto es que, si nos atenemos a este gran público global, una Superliga puede tener todo el sentido del mundo.

Tener semanalmente la oportunidad de desconectar de la rutina con un partido entre dos gigantes del fútbol europeo es probablemente una idea que recabe grandes apoyos en América Latina, Asia o África, más allá del apoyo o rechazo que pueda suscitar aquí en Europa. Otra cosa es que tener que elegir entre un Real Madrid-Bayern de Múnich, un Atlético de Madrid-Liverpool o un Barcelona-PSG cada miércoles acabe saturando al público, y diluyendo esa sensación de estar ante un partido realmente especial que tenemos cuando llegan los cuartos de final de la Champions, devaluando progresivamente lo que ahora vale mucho.

Aparte de ser un factor incomparable de convergencia cultural a nivel global, el fútbol es también influyente a nivel estatal, configurando en cierta medida la realidad social compartida de sus habitantes

Da la impresión de que los cálculos entre los dirigentes de los grandes clubes salían favorablemente en este sentido, de que (al menos sobre el papel) el producto de entretenimiento de la Superliga europea sería lo suficientemente atractivo como para suscitar interés perpetuamente y acabar configurándose en una suerte de ‘fin de la historia’ en lo que respecta al fútbol de clubes. El único paso que quedaría entonces por darse sería una Superliga mundial, integrando clubes de China, Estados Unidos y demás mercados que puedan contribuir a una lucrativa globalización del fútbol de clubes.

El fútbol, como apuntábamos, es seguramente el pegamento cultural más poderoso hoy en día en un mundo globalizado, al ser una de las únicas experiencias compartidas en todos los rincones del planeta de manera simultánea. No hay muchas más. En este sentido, merece la pena plantearse en qué manera podría influir en la sociedad internacional esta globalización futbolística a nivel de clubes. ¿Qué beneficios y riesgos conllevaría tener en la misma liga a clubes europeos, asiáticos, americanos, incluso del Norte de África o el Golfo? ¿Contribuiría a generar puentes diplomáticos y culturales, o por el contrario a inflamar la animosidad entre naciones?

Quien escribe estas líneas es de la opinión de que aparte de ser un factor incomparable de convergencia cultural a nivel global, el fútbol es también influyente a nivel estatal, configurando en cierta medida la realidad social compartida de sus habitantes y repercutiendo incluso en cuestiones de carácter nacional (no en vano, una de las cuestiones que más impactan al pensar en una hipotética independencia de Cataluña es pensar en una liga española sin el FC Barcelona).

Es en esta línea de pensamiento donde parece que no se han detenido demasiado los ideólogos de la Superliga. ¿Alguien en las cúpulas de estos grandes clubes se ha parado a pensar en las repercusiones que podría tener el declive de las competiciones nacionales? Porque no hay duda de que los efectos económicos para los demás clubes de España serían perjudiciales, debido a la inevitable devaluación que sufrirían los derechos televisivos de La Liga. Pero hay que pensar más allá de lo económico.

.¿Alguien en las cúpulas de estos grandes clubes se ha parado a pensar en las repercusiones que podría tener el declive de las competiciones nacionales?

Imaginen un futuro en el que la competición nacional haya pasado a un segundo o tercer plano. Lo cierto es que se perdería una parte de la realidad que conforma el tejido social y cultural del país, y aunque haya gente a la que le parezca que no se perdería gran cosa, sino más bien lo contrario, una mayoría perdería parte de lo que les hace sentirse vivos. No es cuestión de exagerar, pero son detalles que hay que tomar en serio; como dice el conocido aforismo, “el fútbol es la cosa más importante de las cosas menos importantes”.

Teniendo en cuenta el estado de las cosas y la impotencia que genera la sensación de estar viviendo en una incertidumbre constante, sería una irresponsabilidad poner en riesgo algo que da cierto sentido y coherencia a la realidad de tantos. En los tiempos de la modernidad líquida que describía Bauman, la repetición anual del actual calendario futbolístico es para muchos uno de los últimos reductos de algo medianamente sólido.

Puede que la importancia social del fútbol nacional no se entienda tanto en ciertos sectores de nuestro país como en Inglaterra, donde hasta el primer ministro se comprometió rápidamente a proteger la liga doméstica, mientras jugadores se expresaban en contra de la Superliga y aficionados del Chelsea decían aquello de “We want our cold nights at Stoke”. No hemos visto hordas de aficionados blancos o azulgranas (sí que alzaron un poco más la voz los rojiblancos) defendiendo su derecho a pasar frío en Valladolid anualmente, pero fuera del ámbito de estos equipos el rechazo a la Superliga ha sido generalizado, y con razón, por mucho que existan razones de peso para modificar el statu quo.

Que la próxima vez que salgan los ricos del fútbol con un plan para cambiar este deporte, que lo hagan explicando cómo van a tener en cuenta todas estas cuestiones: el futuro del fútbol español no puede depender sólo de los intereses de los grandes clubes, por que las ramificaciones de sus decisiones van mucho más allá de sus finanzas.

* Mateo Peyrouzet García-Siñeriz es coordinador del Observatorio de Política Exterior de la Fundación Alternativas

[1] Alejandro Quiroga Fernández de Soto (2014). ‘Goles y banderas: fútbol e identidades nacionales en España’. Marcial Pons

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