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La soledad de la pandemia impulsa un ‘boom’ de mascotas y un mercado multimillonario en Brasil

Pan dulce para perros y un altercado por un conejo en el aeropuerto de São Paulo: los brasileños exponen su relación visceral con los animales que les hicieron más llevadera la pandemia. Un mercado que creció un 22% en 2021 y alumbró una estrella en la Bolsa brasileña

Diogo Magri
Mascotas en Brasil
Los perros ‘Moana’ y ‘Nala’ con sus amos, Fabiana y Rodrigo, en Campinas, al norte de São Paulo.Karen Fontes

Una pirámide de pan dulce para perros, donde virutas de hígado de pollo sustituyen las frutas o gotas de chocolate, son la primera cosa que se ve al entrar en una tienda de la cadena Petz, al oeste de São Paulo. Una vuelta por sus pasillos revela otros productos exclusivos para animales, como cepillos de diente saborizados o disfraces de Spiderman, en medio a las más variadas opciones de piensos, accesorios o juguetes. Un viernes por la tarde, Apolo, un cachorro de border collie, espera recostado en una camita a que su madre elija un juguete para él. Solo se incorpora al oír el comando de “vamos, hijo”. Mientras tanto, Tina, una perra negra mestiza, conduce a su ama hacia la sección de comidas, apuntando con la nariz al paquete que más le interesa. Detrás de ellas, un niño empuja el carrito con los productos elegidos por la perra hasta ahora.

En un Brasil de 212 millones de habitantes, había 144 millones de mascotas en 2020, unos cuatro millones más que el año anterior, según el Instituto Pet Brasil (IPB). El aumento anual durante la pandemia es seis veces mayor que el observado entre 2018 y 2019. Son animalitos que se vuelven integrantes de las familias y así impulsan una industria multimillonaria de productos y servicios. Los datos del PIB presuponen que una amplia mayoría de las familias brasileñas (en un núcleo con cuatro personas) tiene al menos una mascota para dar y recibir cariño. Una cantidad expresiva de esa población animal doméstica está formada por perros (55,9 millones), pero también hay gatos, pájaros, iguanas… y conejos. Como el conejo Alfredo, que se ha vuelto famoso en Brasil al protagonizar un vídeo viral en las redes sociales.

A los amos de Alfredo se los grabaron durante un altercado con empleados de la compañía aérea KLM en el Aeropuerto Internacional de Guarulhos, en São Paulo. El motivo era que la compañía había prohibido que el conejo viajara con sus tutores a Irlanda, aunque la pareja presentase una medida cautelar de un juzgado que autorizaba su embarque. Tuvo inicio entonces una discusión acalorada, con gritos, ofensas y empujones.

“También yo montaría un pollo si fuera con mis perras”, asegura Fabiana Pazotto, de 30 años, profesional de recursos humanos y madre de Nala, una perra sin raza, y Moana, una pastor alemán. El padre de las perras es la pareja de Fabiana, Rodrigo Sclosa, un programador informático de 35 años. Hace un año que viven con sus mascotas en una casa de Campinas, a 90 kilómetros de São Paulo. “Creo que pelear por tu animalito significa que uno comprende que él tiene sentimientos como nosotros. He notado ese cambio de comportamiento, de que la gente ahora sí se importa con las mascotas, en lugar de solo darles de comer y beber”, opina.

Fabiana y Rodrigo no dudan en llamarles hijas a Nala y Moana. Fueron a vivir juntos en agosto de 2020, en medio a la pandemia, y en ese mismo mes adoptaron a Nala Moana ya vivía con Rodrigo. Fabiana explica que planea su rutina de teletrabajo según los momentos en que puede interrumpirlo para interactuar con las perras. Les hace polos de ternera picada, cocina purés de patata y les compra huesos naturales, además de pasearlas todos los días. Si la pareja tiene que salir, acuden sus padres para no dejar las perras solas en casa. Y si es necesario ir al veterinario, el secreto, asegura Fabiana, es hablarles a Nala y Moana para que entiendan el motivo de la visita.

Brasil Mascotas
Nala, una de las mascotas de Fabiana y Rodrigo.Karen Fontes

La pandemia del coronavirus fue también un estímulo para esa relación más duradera. El vacío abierto por el confinamiento aumentó la busca por las mascotas. “La gente se quedó en casa y vio en la adopción de animales una posibilidad de afrontar la soledad. Y, una vez en la casa, la mascota se vuelve parte de la familia”, señala Nelo Marraccini, portavoz del IPB. “El animal de compañía es un facilitador en procesos terapéuticos, que trae beneficios sociales, físicos y psicológicos a su dueño. Eso es positivo”, añade Mauro Lantzman, psicólogo especializado en la relación humano-animal.

Cuando millones de brasileños se vieron obligados al teletrabajo, les tocó buscar la compañía de un animal para amenizar la dura realidad que vivió Brasil. Lo prueban las cifras que maneja esa industria de las mascotas. Las cadenas de productos y servicios esperan facturar 49.900 millones de reales (unos 7.860 millones de euros) en 2021, un crecimiento del 22% sobre 2020, según el Instituto Pet Brasil. Petz, una de las mayores cadenas del sector en Brasil, amplió su número de tiendas en un 40% este año (son 153 en total) y se ha convertido en uno de los papeles estrella de la Bolsa brasileña, al capturar unos 122,8 millones de euros en su oferta pública inicial de acciones (IPO, en la jerga financiera, por sus siglas en inglés), en septiembre de 2020. Ha sido una de las escasas operaciones exitosas de ese tipo en la Bolsa brasileña y, tras un año de su lanzamiento, las acciones de la única empresa del sector pet en ese parqué se valoraron en un 96,86%.

Un reportaje de noviembre de 2021 en la edición brasileña de EL PAÍS informó que muchas empresas decidieron postergar su oferta pública de acciones tras ver el índice bursátil Bovespa desplomarse un 12,9% en 2021. “Veo una directa relación entre la humanización de los animales, la pandemia y el aumento del volumen de negocios”, explica Marraccini. “Cuando uno tiene una mascota, tiene que comprarle pienso todo el tiempo. Es un consumo que no oscila”, asegura Murilo Breder, analista económico de Nu Invest. “Con esa humanización [de la mascota], la gente solo dejará de comprar cosas a su animal en casos extremos. Y, muchas veces, se deja de gastar dinero con uno mismo para gastar con su perro o gato. Es un segmento que llamamos de alta recurrencia y baja estacionalidad”, añade.

Hay quienes vean en la conexión entre amos y mascotas una sustitución de los hijos. No hay investigaciones que demuestren esa correlación, pero se pueden vislumbrar algunas señales. Según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), el número de parejas con hijos se reduce año tras año en el país. La tasa de 15 nacimientos por 1.000 brasileños al inicio de la década pasada cayó a los 13,7 nacimientos en 2019. “Algunos factores contribuyen para la reducción en las tasas de natalidad, como el coste educacional, el menor tamaño de las viviendas y los matrimonios más tardíos. Son también puntos que hacen que una mascota sea más asequible que un niño”, dice Guilherme Cadim, geógrafo e investigador en el área de expansión poblacional por la Universidad Estatal de Campinas (Unicamp).

Fabiana, el ama de Nala y Moana, se ve en ese perfil. “Yo misma no quiero hijos. Desde niña, siempre tuve más apego por animales que por seres humanos”, confiesa. Esa profesional de recursos humanos también exalta la importancia de sus perras para la salud mental del hogar. “A veces Rodrigo viaja, y yo no podría quedarme sola en esta casa sin ellas. Cambiaron mi vida, porque están a mi lado aun cuando se está cayendo el mundo”, justifica.

Cadim argumenta que los animales también cumplen un importante papel para una generación que envejece con menos hijos que la anterior y, teóricamente, más solitaria. “Por eso los mayores tratan de completar sus relaciones afectivas con las mascotas”, añade Cadim. Según el IBGE, la proporción de personas mayores en Brasil saltó del 7% al 10% en los últimos 10 años. Y la expectativa es que alcance el 20% hasta 2046.

El instinto de cuidar parece transferirse a los animalitos. Para Mauro Lantzman, casos como el de los amos de Alfredo, el conejo, pueden llegar a verse incluso como un comportamiento extremo y patológico. “Como si la persona fuera loca o carente de afecto, o que usara a la mascota para sustituir a un ser humano. Pero, en la gran mayoría de los casos, eso no corresponde a la realidad”, puntúa. “En el caso del conejo Alfredo, por ejemplo, la exageración es de la compañía aérea. La pareja incluso se curó en salud y buscó una medida cautelar, lo cual solo demuestra lo fuerte que es su vínculo afectivo”.

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Diogo Magri
Reportero de la edición brasileña de EL PAÍS desde noviembre de 2017. Escribe principalmente sobre deportes, política y sociedad. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de São Paulo.

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