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Asics esprinta para salir del bache

El fabricante de ropa deportiva japonés ha entrado en números rojos debido al parón económico consecuencia de la covid-19

Un tercio de los beneficios de la firma procede de sus zapatillas.
Un tercio de los beneficios de la firma procede de sus zapatillas.EL PAÍS

Si un clásico es aquella obra atemporal que no puede hacerse mejor, las zapatillas de Asics merecen tal tratamiento. Desde hace décadas este calzado envuelve los pies de atletas y aficionados de todos los países, disciplinas y edades. Pero no son los actuales días de bonanza, ni siquiera para los clásicos. Como tantas otras empresas, la casa japonesa brega para atajar los nefastos resultados provocados por la pandemia. Las pérdidas acumuladas desde enero ya se han recortado a la mitad, pese a vender un tercio menos. Asics corre por su vida. No es una situación nueva: cada vez que las circunstancias exigían una reinvención, esta ha trotado de vuelta a sus orígenes.

Kihachiro Onitsuka vino al mundo en 1918 en un Japón henchido de fervor patriótico. Imbuido del espíritu colectivo, su vocación más temprana fue la guerra, pero el deporte —”la guerra sin armas”, según su contemporáneo George Orwell— se interpuso hasta dos veces en su camino. La primera, retrasando su acceso a la Escuela Militar tras resultar herido en un torneo de sumo celebrado en su Kobe natal. La segunda, como su salvación.

Al final de la Segunda Guerra Mundial, el treintañero Onitsuka pasó del Ejército Imperial a tirar cañas en una cervecería hasta acabar asqueado. El remedio no llegó en forma de respuesta, sino de pregunta. “¿Conoces la frase anima sana in corpore sano?”, le inquirió uno de los miembros de la junta de educación de la prefectura de Hyogo. En el acrónimo de esa cita latina tomada —con una ligera modificación— de las Sátiras de Juvenal estaba escrito su futuro: “Asics”.

En 1949 fundó una empresa a la que bautizó como Onitsuka Tiger, con un capital de 300.000 yenes (2.400 euros), cuatro empleados —hoy son 10.000— y el propósito de aumentar por medio del deporte la autoestima de los jóvenes de un país derrotado. Comenzó fabricando zapatillas de baloncesto. Su primer modelo, hecho a imitación de las sandalias de paja tradicionales del país, resultó un estrepitoso fracaso.

Siguiendo el consejo de un amigo, se convirtió en un habitual de las canchas para “observar de cerca el movimiento de las piernas de los atletas”. Así fue como cayó en la cuenta de que debía diseñar zapatillas que permitieran a su portador frenar en seco sobre el parqué. Durante meses se estrujó el cerebro, incapaz de dar con una solución, hasta que la inspiración le alcanzó mientras daba cuenta de una ensalada de pepino y pulpo: imitar las ventosas del molusco. Para 1956 el equipo olímpico nacional ya vestía sus zapatillas.

Pero Onitsuka no se detuvo ahí. Ambicionaba crear un producto específico para cada disciplina deportiva: la siguiente en la lista eran las carreras de larga distancia. Esta vez acudió a la línea de meta de la maratón de Beppu. Allí conocería al corredor Toru Terasawa, con quien trabajaría en el desarrollo de su prototipo. De nuevo, la vida cotidiana le trajo lo que estaba buscando. Onitsuka imitó la ventilación de las motocicletas para concebir un calzado transpirable que evitara las ampollas.

Juegos Olímpicos

Zapatilla en mano se presentó ante el etíope Abebe Bikila. Este se había convertido en una figura mítica tras ganar la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Roma de 1960 y establecer un nuevo récord mundial corriendo descalzo. Onitsuka trató de convencerle de que con su prototipo obtendría mejores resultados. Aunque Abebe se confesó satisfecho, acabó firmando un contrato con Puma para Tokio 1964, cita en la que se llevó oro y plusmarca por segunda vez. Pese a la decepción, la casa japonesa no se fue de vacío: sus patrocinios le reportaron un total de 46 oros, 16 platas y 10 bronces en todo tipo de disciplinas, desde gimnasia artística hasta lucha grecorromana.

Onitsuka Tiger empleó las icónicas líneas en los laterales de sus zapatillas por primera vez en las pruebas olímpicas para México 1968. En 1977 absorbió a otras dos firmas japonesas —GTO y Jelenk— y adoptó el acrónimo Asics. A partir de entonces se convertiría en un gigante global, el mayor productor de equipamiento deportivo en Japón y uno de los primeros del mundo. Su éxito también sirvió como inspiración para otros emprendedores.

Al final de los cincuenta, en el equipo de atletismo de la Universidad de Oregon corría un tal Philip Knight, quien pasaría a la historia aunque no por sus méritos deportivos. Su entrenador era Bill Bowerman, quien gustaba de experimentar con el diseño del calzado de sus pupilos. Contagiado por su curiosidad, Knight estudió en su tesis las posibilidades comerciales de esta industria. Cuando en 1963 visitó Japón, quedó fascinado por la alta calidad y el bajo precio de los modelos de Onitsuka Tiger, hasta el punto de que les propuso ser su socio en Estados Unidos. Él y su antiguo mentor aportaron 500 dólares (422 euros) cada uno para fundar en 1964 Blue Ribbon Sport, cuyo logo imitaría el de la casa japonesa; sociedad que en 1978 adoptaría su nombre actual: Nike.

Asics entró en decadencia en la década de los noventa. En 1992, el declive de la economía nipona arrastró a la empresa a números rojos por primera vez en su historia. La recuperación se basó en regresar a los orígenes, devolviendo a las tiendas el modelo más tradicional de Onitsuka Tiger, desclasificado desde finales de los setenta. El espaldarazo definitivo llegó cuando la protagonista de Kill Bill, interpretada por Uma Thruman, vistió ropa y calzado de la marca.

Ahora, el causante del tropiezo ha sido el coronavirus. En el primer trimestre del año, Asics registró pérdidas por valor de 6.266 millones de yenes (50,2 millones de euros). Para el tercero ya había conseguido reducirlas a casi la mitad, 3.404 millones de yenes (27,3 millones de euros), pese a que sus ventas se han hundido un 38% entre enero y septiembre, hasta 248.206 millones de yenes (1.990 millones de euros). Estos malos resultados contrastan con los 7.172 millones de yenes (57,5 millones de euros) de beneficios que obtuvo en el mismo periodo del año pasado.

A día de hoy, un tercio de sus beneficios todavía proceden de sus zapatillas, las cuales copan las listas de publicaciones especializadas como las mejores del mundo. En su última edición, Runner’s World destacó su GT-2000 8 como el modelo más estable. “Es un auténtico placer trotar con ellas”, declaró su jefe de pruebas, Dan Roe. Asics corre por su vida, pero los clásicos nunca mueren.


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