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Columna
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¡Estamos cerrados!

Un bar es un punto intermedio entre tu casa, la casa de otro y el lugar de trabajo, en el que recalas porque no aguantas estar demasiado tiempo seguido en ninguno de los otros sitios

Juan Tallón
Bares cerrdos en la Barceloneta (Barcelona).
Bares cerrdos en la Barceloneta (Barcelona).JUAN BARBOSA (EL PAÍS)

Al final del capítulo con el que Cheers se despidió tras once temporadas de la audiencia, el dueño del bar en el que transcurría la serie, Sam Malone, le negaba la entrada a un cliente de última hora diciendo “lo siento, estamos cerrados”. Y a continuación apagaba las luces del local y la sitcom moría: fin. No es que no siga muerta, pero como a veces la realidad imita a la ficción, ahora aquella vieja frase se vuelve un eco, o un fantasma, que a su modo entonan miles de dueños de bares y camareros al cerrar las puertas en mitad de la pandemia. De repente, todos somos el último cliente al que Malone deja en la calle porque es tarde. Imposible no pensar: “Y ahora, ¿qué?”.

¿Cómo se palía el agujero que genera en nuestro tiempo personal el cierre de bares? ¿Qué hacemos con ese vacío? Nada produce más desasosiego que un hueco entre horas. “Ningún agujero descansa tranquilo hasta que se introduce algo en su interior”, decía el psicoanalista Georg Groddeck. ¿Nos quedaremos más tiempo en casa, más tiempo en el trabajo, iremos a tiendas, nos relajaremos en Tipos Infames, donde hay libros y vino, relegaremos la amistad a los teléfonos, vagaremos simplemente por las aceras, adelgazaremos por ello, llevaremos una vida que haga de nosotros personas saludables, prósperas y un poco muertas de aburrimiento?

Un bar es un punto intermedio entre tu casa, la casa de otro y el lugar de trabajo, en el que recalas porque no aguantas estar demasiado tiempo seguido en ninguno de los otros sitios. Necesitas ver caras, escuchar otros ruidos, cambiar de aires, así sea durante cinco minutos; todo ello produce un frugal pero instantáneo alivio. El ser humano busca por naturaleza distraerse, tomar algo de paso, para después retomar sus tareas. Antes o después necesitamos un lugar donde meternos a no hacer casi nada, salvo compartir relatos, o simplemente beber algo frío o caliente, siempre muy quietos, mientras al otro lado de las cristaleras la noria gira. Hay muchas razones por las que una persona recala en un bar, resumidas en las ideas de búsqueda y huida. En algunos casos también nos presentamos para continuar con nuestro trabajo. Claudio Magris confesó alguna vez que le costaba escribir en casa. Prefería los bares, “donde la soledad se verifica en medio de los demás”, y en los que “no se enseña nada, pero se aprende la sociabilidad y el desencanto”.

Entretanto, el mundo que conocimos se desmantela y aparece otro más feo. Es la esencia de las cosas: acabarse y, con suerte, empezar otra vez. Recuerdo que tras 40 años de servicio, durante la crisis de 2008, hasta el camarero del Bull & Finch en el que se había basado el personaje de Sam Malone, fue despedido. No importó que la serie lo hubiese hecho célebre, pasando de llegar a duras penas a fin de mes a servir a 5.000 clientes al día, en busca de algo de beber y un autógrafo, y que les recitase su frase más célebre: “A veces quieres ir a donde todo el mundo sabe tu nombre”. Es decir, a tu bar.

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