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Tapones para salvaguardar la calidad del vino

Diam, la segunda mayor empresa del mundo en la fabricación de tapones de corcho, es una de las más innovadoras del sector

Diam tiene una de sus fábricas en San Vicente de Alcántara (Extremadura).
Diam tiene una de sus fábricas en San Vicente de Alcántara (Extremadura).RICHARD SPRAND

Cada año se fabrican 18.000 millones de tapones para botellas de vino en todo el mundo, de los que 11.000 millones son de corcho. Una producción que consume el 70% de la fabricación mundial de este material, según datos de ASECOR (Agrupación Sanvicenteña de Empresarios del Corcho). De ellos, 1.500 millones salen de las dos fábricas de Diam, ubicadas en los municipios de Céret, en la región de los Alpes Orientales (Francia) y en San Vicente de Alcántara (Extremadura), conocida como la capital del corcho española. Esta factoría, con 205 empleados, asume una producción de 1.300 millones, que representa el 80% de la producción total. Una fábrica con más de 30 años dedicados a esta actividad y que en 2000 pasó a formar parte de Diam, hoy dentro de la multinacional francesa Oeneo.

En 2004 la compañía dio un giro de 180 grados en su actividad productiva. Dejó de fabricar tapones de corcho clásico y comenzó a trabajar en una nueva y revolucionaria tecnología llamada Diamant. Con ella, tras triturar y reducir el corcho a polvo, es sometido a un tratamiento de limpieza con CO2 en estado supercrítico (a caballo entre el estado líquido y el gaseoso) que es capaz de arrastrar no solo el temido TCA (siglas de Tricloroanisol, un hongo que infecta el vino y que es el responsable del “sabor a corcho”, principal frente de batalla de la industria corchera tradicional), sino también más de 150 moléculas que podrían estropear el sabor y que el consumidor solo relacionaría con un vino ‘malo’ y no con un problema en el corcho.

Desde 2004 reduce el corcho a polvo, lo limpia y lo reconstruye para evitar malos sabores

Una limpieza que desecha más de la mitad de cada 100 kilos de polvo de corcho, con el fin de rescatar solo la parte noble, y que Diam transforma en una completa gama de tapones para vinos con uno, tres, cinco y hasta 30 años (cifras que se corresponden con el tiempo que la empresa garantiza la elasticidad del corcho). Una numeración que se adapta a distintas gamas de vinos desde los más jóvenes a los reservas o grandes reservas y que va escalando precios desde los 50 euros por millar del Diam 1 hasta los 400 para el Diam 30.

Algunas críticas

Unos tapones que con una efectividad demostrada, no han estado exentos de ciertas críticas por parte de la industria del corcho tradicional, al utilizar elementos sintéticos en su composición necesarios para unir el polvo de corcho. “Estos componentes están dentro de la legislación y se pueden usar de forma segura. Trabajamos con la FDA (Agencia del Medicamento y Seguridad Alimentaria de Estados Unidos) que nos ha dado la certificación correspondiente”, afirma Bruno Saizieu, director comercial y de marketing de Diam.

Con el cambio de actividad del corcho tradicional a producir a esta nueva tecnología, Diam ha crecido en progresión geométrica con una facturación de 121 millones de euros en el pasado ejercicio. Sus exportaciones suponen el 60% de su producción repartida entre 55 países con Francia, Italia, Estados Unidos, Argentina o España como sus principales clientes. En España, 230 millones de botellas de vino llevan sus tapones, lo que supone un 15% de cuota de mercado, con clientes como Bodegas Artadi, Emilio Moro, Cepa 21 o Félix Solís, entre una larga lista.

El año pasado sustituyó lo elementos sintéticos del tapón por otros de origen natural

En 2017 dieron un paso más al incorporar una nueva referencia, que han bautizado con el nombre de Origine by Diam. Un tapón que supone un avance tecnológico al sustituir los elementos sintéticos por naturales (cera de abejas y un aglomerante compuesto de polioles 100% vegetales). “Es una ampliación de la gama, acorde a la tendencia actual, donde lo natural se impone”, según Saizieu. Su fabricación ha supuesto un aumento del coste del producto y en consonancia de su precio, que alcanza unos 500 euros el millar, lop que lo sitúa, principalmente, en el taponado de vinos de alta gama. “Ahora tenemos una colección muy completa y hemos pasado de producir 600 millones de tapones en 2010 a 1.500 millones el pasado año y todos en perfecto estado, sin ningún riesgo de partidas defectuosas. Argumento de peso por el que Diam nunca pierde cliente, a no ser que sea por el precio”, añade el director comercial.

Cada año venden 150 millones de tapones más; incluso el pasado año multiplicaron por dos esta cifra. “Es probable que en 2019 frenemos un poco el crecimiento y solo la aumentemos en 100 millones de tapones”. Una ralentización ligada a los problemas climatológicos ocurridos en 2017, con prolongados períodos de sequías e inundaciones, que pusieron en jaque la producción del vino, que se ha visto mermada notablemente. Una situación que no reduce las expectativas de crecimiento en facturación; más bien al contrario, con una subida estimada de entre un 6% y un 10%.

La empresa produce el 80% en Extremadura, donde emplea a más de 200 personas

Unas cifras que, en general, empequeñecen las de sus competidores más cercanos en el sector del taponado a nivel mundial, que hablan de un volumen de producción de cinco millones de tapones de rosca y de dos millones (y a la baja) de sintéticos. Una competencia en la que el corcho parece alzarse con el primer puesto del podio, como se pone de manifiesto en un estudio de Iniciativa Cork, que indica que un 83% de los españoles asocian el tapón de corcho con vinos de alta calidad.

Y es que aunque el tapón de rosca parecía que ganaba adeptos dentro y fuera de Europa, sobre todo en países como Nueva Zelanda, Suiza o China, hasta hace poco fervientes defensores de este tipo de tapón, ahora apuestan por el corcho, “incluso entre las nuevas generaciones que apenas lo conocían”, explica Saizieu.

Sin alcornocales propios para elaborar sus tapones, Diam compra la materia prima fundamentalmente en Portugal, España, Italia y Marruecos, sin distinguir entre corcho “enfermo” y sano. “No nos importa que el corcho esté dañado o que tenga cualquier enfermedad. Nosotros lo limpiamos y le damos una nueva vida. Lo reutilizamos sin problema”, argumenta Saizieu.

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