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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Alemán bueno, alemán malo

Intelectuales nacionalistas atacan la apertura del BCE y el `fondo Juncker´

Xavier Vidal-Folch

Contra lo que sostiene el primitivismo nacional, Alemania no es monolítica. Y en esta larga crisis ha dado buenas muestras de ello. Hay alemanes y alemanes.

Se nos acaba de morir —a todos los europeos— un intelectual alemán formidable, Ulrich Beck, profesor en Múnich. Aquí hemos dado eco a sus reflexiones económico-sociales. Relean, o lean, Una Europa alemana (Paidós; Barcelona, 2012), o su versión francesa en Autrement, prologada por Daniel Cohn-Bendit. Beck es el mejor crítico no de la Alemania solidaria realmente existente, sino del germanismo egoísta y alicorto, que también sigue coleando. El profesor denuncia la austeridad a rajatabla “dictada” por Berlín porque “equivale a un abandono bajo mano de la norma de participación igualitaria y su progresiva sustitución por formas de dependencia jerárquica” en la UE.

Y porque ello quiebra cuatro de sus principios: juego limpio (en bien de todos), equilibrio (entre pequeños y grandes), reconciliación (de poderosos y débiles) y ausencia de explotación (de unos por otros).

Añoraremos a Beck estos días clave en que afrontamos el nuevo drama griego, el diseño final del fondo Juncker de inversión y la esperada compra masiva de bonos públicos por el BCE, cuestiones clave para el relanzamiento de la eurozona ante las que otros intelectuales y economistas alemanes militan —¡y cómo!—, en las antípodas, reaccionarias y nacionalistas, de Beck.

Mi preferido en el infierno de los economistas germánicos endogámicos es el antiguo economista jefe del BCE, Otmar Issing. Hay que seguirle de cerca, “porque siempre lanza un artículo cuando teme que el interés de su país corre peligro”, describe un amigo que trabajó con él.

En su último texto, previo al G-20 en que se fraguó una fuerte presión para que Alemania aumentase su inversión interna, se batía contra toda nueva inversión que incrementase su déficit (FT, 23 de octubre). Y, de paso, contra su antigua casa, que postula ampliar las facilidades cuantitativas, porque “desde el puro punto de vista nacional” (¡!) Alemania “necesita una política monetaria mucho menos expansiva”, como si el interés europeo dañase al alemán. Claro que en este viaje le acompaña siempre su más antigua casa, el Bundesbank, principal responsable intelectual de los desastres sociales de la Gran Recesión.

Mi segundo capricho nacionalista es otro profesor en Múnich, Hans-Werner Sinn, el reverso de Beck. Apuesta segura. Jamás les sorprenderá con un europeísmo generoso o una tentación progresista.

En su último texto (“Europe’s shadow budget”, Project Syndicate, 26 de diciembre) desconcierta cuando en un escondido rincón amaga con apoyar el fondo Juncker: “A diferencia de otros críticos, yo no espero que el programa no impulse la demanda en la economía europea“ pues una inversión de 315.000 millones “ha de surtir efecto”. Error óptico: Sinn dedica el 90% del artículo a los peligros del plan de Juncker, porque es “un presupuesto en la sombra”, basado en el “truco” de un “endeudamiento paralelo” que “obstaculizará el crecimiento económico” y gracias a la “mutualización de la responsabilidad”, “desvirtuará” el Pacto de Estabilidad.

Lo peor de todo: Berlín escucha a Issing, a Sinn, al Bundesbank. Una lata.

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