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América Latina, en una encrucijada histórica

Latinoamérica tiene que mirar a Asia, donde está su principal mercado de exportaciones

David Waldorf / Getty

América Latina tiene grandes oportunidades en una situación que, como en la actual, conviven una crisis profunda y asimétrica, una globalización sin precedentes y un cambio muy significativo en la distribución de la renta, la riqueza y el poder económico mundial.

No obstante, el aprovechamiento de las oportunidades que nos abre esta nueva coyuntura demanda un esfuerzo individual y coordinado de los países de la región. En esos esfuerzos, la Comunidad Iberoamericana de Naciones debe asumir un papel renovado, como ponen en relieve las tendencias del comercio de las empresas “multilatinas”.

Latinoamérica, y en particular Sudamérica, tiene que mirar a Asia, donde está su principal mercado de exportaciones, pues es rica en las materias primas que Asia necesita. Pero también debe integrar sus economías en otros espacios para desarrollar las habilidades que el nuevo mundo va a exigir en un futuro próximo. Así pues, mientras el intercambio de América Latina con Asia descansa en las materias primas, las relaciones de la región con los países más industrializados, Norteamérica y Europa, se basan en la productividad y, por tanto, en el conocimiento. Lo que pretendo en este artículo es explicar las razones por las cuales América Latina tiene ventajas relativas en esta complicada encrucijada y esbozar los retos con que se enfrenta para aprovecharlas.

La globalización no es un fenómeno nuevo. La “ruta de la seda” es un ejemplo antiguo de este fenómeno, pero lo particular de la globalización del siglo XXI es que la alienta una transformación profunda de la tecnología, de los transportes y de las comunicaciones. Los jóvenes de hoy son hijos de una época en la que se puede vivir en tiempo real cualquier acontecimiento que pase en el mundo. No solamente globalizamos las comunicaciones; también globalizamos la economía, las inversiones, las finanzas y la empresa. Cada vez más, las empresas pierden su nacionalidad y se convierten en cadenas de valor: una parte del trabajo lo hacen en Brasil, otra la suman en Estados Unidos y una tercera la rematan en Japón.

Latinoamérica tiene que mirar a Asia, donde está su principal mercado de exportaciones

La distribución de la renta y la riqueza ha cambiado y tiene que seguir cambiando. Si al final del siglo XX el desarrollo se circunscribía antes al norte —Estados Unidos, Europa y Japón—, hoy vemos una irrupción formidable de las economías emergentes, empezando por China: con 1.300 millones de habitantes. El mundo tenía que cambiar. Desde el siglo XV hasta la primera parte del XXI, menos del 15% de la población mundial acaparaba el 85% de la riqueza mundial. En 2012, el 25% de la población controla el 51% del PIB de la tierra. Por tanto, parece lógico esperar que las personas de los países emergentes luchen por alcanzar las cotas de prosperidad que los ciudadanos del mundo desarrollado han alcanzado. Es su derecho, sin duda. Y también un riesgo y una oportunidad para el resto de las economías.

América Latina es una de las regiones que se han beneficiado de este cambio de la distribución de la renta y la riqueza. Y se puede seguir beneficiando. En el año 2000, el 48% de la población vivía en la pobreza: ahora la cifra está por debajo del 30%. Lamentablemente ese mismo grado de avance no se ha logrado en la igualdad, que sigue siendo la tarea pendiente de la región. El enorme desarrollo de América Latina en los últimos 12 años ha estado muy unido al aumento de los precios de las materias primas, sobre todo las que demanda el mercado asiático y a la madurez de sus políticas macroeconómicas. Pero la sostenibilidad del crecimiento de nuestra región exige integrar su interés por Asia con el desarrollo de su capacidad para ofrecer los bienes y servicios que la población mundial va a continuar demandando. Ello exigirá una mayor integración económica con el resto del mundo, lo que significa una relación basada en ganancias de productividad y aprovechamiento integral del talento de sus recursos humanos.

Estamos ante una crisis muy complicada, entre otras razones porque es asimétrica: Europa lo está pasando mal; Estados Unidos también, aunque recuperándose; pero a Alemania o a Australia no les pasa nada; Japón incluso está volviendo a crecer; América Latina, en general, está capeando el temporal, aunque España y Portugal sí está sufriendo intensamente los efectos de la crisis.

Se ha dicho, y es bien posible y deseable, que esta será la década de América Latina. Hasta ahora, el crecimiento de la región ha sido el resultado, por una parte, de una sólida conducción de las políticas macroeconómicas y, por otra, del buen comportamiento de los mercados de materias primas, estimulados por la vigorosa demanda asiática de energía, alimentos y metales de los que la región dispone en abundancia. América Latina puede aspirar a una nueva década de crecimiento económico y avances sociales. Pero para ello se requiere que las condiciones externas mejoren y que se superen ciertos retos internos.

Entre las condiciones externas está que los países desarrollados en dificultades, sobre todo los de la Unión Europea, puedan implementar con urgencia medidas que permitan recuperar la confianza de sus agentes productivos y en su moneda de reserva. América Latina y en particular los países que tienen voz en el G-20 no pueden mantenerse ajenos a los problemas de financiación exterior con los que se enfrenta el sur de Europa. Europa tiene que hacer sus deberes vigorizando sus mecanismos de solidaridad comunitaria, pero el mundo tiene que ayudar y empujar en la misma dirección.

La diversificación evitará que la región sea una simple proveedora de materias primas

También hay problemas internos: unos de carácter social e institucional y otros más puramente económicos. A pesar de que no es posible una distinción nítida entre ellos, a efectos del análisis de la situación es operativo hacer una distinción. Entre los problemas sociales e institucionales aún no resueltos cabe destacar tres áreas. La primera es la educación de calidad para aprovechar el talento de todos los ciudadanos. Basta mirar a lo que está pasando en las demandas del proceso de desarrollo en São Paulo, lo que está pasando en Monterrey, lo que está pasando en Chile, para darse cuenta de que necesitamos un esfuerzo fundamental en educación de calidad. La segunda área donde hay que incidir es en la transformación del Estado para que se establezca una relación clara entre este y el mercado, cada uno en su lugar. El Estado ha sido siempre la mano invisible del mercado, pero también debe ser la mano visible que asegure la solidaridad, la equidad, la justicia y las reglas del juego. La tercera área es la seguridad ciudadana: nos dirigimos hacia una nueva sociedad caracterizada por clases medias mucho más exigentes. Una de las cosas que inquietan grandemente hoy a la gente es la falta de seguridad en las ciudades. Las clases medias exigen, tienen voz.

A pesar de la importancia de los retos sociales e institucionales mencionados, quisiera dedicar un apartado especial al gran desafío económico de América Latina para asegurar una nueva década de crecimiento sostenible. Me refiero a la diversificación del comercio y la revolución de la productividad. Ambos son la cara y la cruz de la misma moneda. En efecto, el conocimiento, la tecnología y la innovación acapararan el espacio que ocupan hoy las materias primas en el mundo al que llegaremos después de esta crisis. Por eso, muchas personas que hoy quedan desocupadas con cincuenta o más años, les resulta cada vez más difícil encontrar empleo. Por eso, las empresas que no fueron capaces de asimilar los nuevos conocimientos han desaparecido. De igual manera, tampoco sobrevivirán las grandes o pequeñas empresas incapaces de integrarse en cadenas de valor globales.

China se ha convertido en el segundo socio comercial de América Latina y el volumen comercial bilateral alcanzó en 2010 los 183.067 millones de dólares, mostrando un crecimiento interanual del 50%. Las exportaciones chinas hacia América Latina consistieron fundamentalmente en productos mecánicos, electrónicos y de alta tecnología (80%), en tanto las mercancías de los sectores de energía, minería y agricultura de América Latina constituyeron el 63% de las importaciones de esa región. El mismo año, las inversiones directas de China en América Latina llegaron a 15.000 millones de dólares, lo que convirtió al país asiático en el tercer mayor inversionista del continente.

La diversificación del comercio y la inversión entre América Latina y Asia deben abordarse de manera coordinada para evitar que las economías de América Latina se reduzcan a simples proveedores de materias primas y consumidores de bienes de alto valor agregado.

Por lo que se refiere a la competencia externa, hay que tener presente que el comercio con los países asiáticos y, en particular, con China debe contemplar la fuerte competencia que va a sufrir la industria manufacturera, de gran consumo en América Latina, frente a una producción de tecnología apropiada para los países de Asia y con una mano de obra, por ahora, más barata. Tampoco hay que olvidar que el intercambio entre América Latina y Asia es un intercambio basado en concepciones y organizaciones económicas muy distintas. Por un lado negocian empresas privadas con unos intereses e incentivos propios de las economías de mercado; por otro negocian instituciones donde la estrategia comercial y política del Gobierno tiene un cometido más relevante. Así las cosas, el cumplimiento de las reglas de la organización mundial de comercio y su profundización en algunos aspectos específicos es una tarea prioritaria. Tarea que requiere una estrategia coordinada para su éxito. El letargo de la ronda comercial de Doha es, por cierto, muy lamentable para esos propósitos.

El intercambio de las experiencias en materia de infraestructura de uno y otro lado del Atlántico será fructífero 

En relación con la competitividad interna, las respuestas tienen que estructurarse en torno a políticas públicas de apoyo a la innovación y al talento, las alianzas público-privadas para el desarrollo de las infraestructuras y la mayor integración de las pymes en cadenas de valor globales. La crisis actual es una oportunidad para construir una relación entre Europa, en particular España y América Latina, que aborde respuestas para estos retos. Sugiero estas respuestas.

Primera: la comunidad iberoamericana tiene una oportunidad única para construir una moderna sociedad del conocimiento en donde el talento de mujeres y hombres jóvenes, y menos jóvenes, fluya en el espacio para el mayor beneficio de la comunidad. Ello implica un nuevo enfoque de la movilidad del talento que permita que este crezca y se desarrolle en España y América Latina. El espacio iberoamericano dispone de los instrumentos culturales y económicos para este nuevo enfoque, así que pongámoslo en marcha.

Segunda: el intercambio de las experiencias en materia de infraestructura de uno y otro lado del Atlántico será fructífero precisamente por la asimetría de ambas situaciones y perspectivas. Por un lado, corresponde hacer un esfuerzo para eliminar el déficit de infraestructuras en un clima de prosperidad y crecimiento, mientras que, por otro, hay que conservar la calidad y la capacidad de las infraestructuras, especialmente del transporte, en un entorno de restricciones fiscales y escaso crecimiento.

Tercera: la cooperación para la mayor integración de las pymes se basa en un objetivo común a ambas orillas del Atlántico. Las grandes empresas del espacio iberoamericano son corporaciones globales que compiten en los mercados internacionales, que buscan la mejor tecnología para competir en este entorno y que compran lo que requieran allí donde obtienen mejores condiciones. Pero estas grandes empresas solamente dan trabajo a un porcentaje pequeño de la población. Sin embargo, a ambos lados del Atlántico es necesario atender la internacionalización de las empresas medianas y pequeñas, que son las que generan el 90% del empleo y que, en muchos casos, no están preparadas para competir en un mundo globalizado porque tienen productividades y salarios reducidos. Estos son los grandes objetivos de la próxima Cumbre Iberoamericana de Cádiz.

Estos son, en definitiva, los grandes retos de una América Latina que, con la prudencia debida, puede y debe salir con éxito de la gran encrucijada histórica que le ha tocado vivir en momentos de crisis y aprovechar las grandes oportunidades que se abren con cada crisis. Estoy convencido de que una renovada visión de la cooperación iberoamericana debe servir al pleno aprovechamiento de las oportunidades.

Enrique V. Iglesias es secretario general iberoamericano.

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