Una estrategia de crecimiento progresista para Europa
La estrategia de crecimiento no se puede quedar en un plan de inversión en infraestructuras para Europa
¡Aleluya! Europa recupera poco a poco el sentido común. No sabemos si quedará alguien argumentando que el dolor es un justo castigo a nuestros pecados, pero la mayoría reconoce, al menos, que el dolor no cura. El Banco Central Europeo cambió de rumbo en diciembre con las grandes subastas de liquidez, en buena medida destinadas a la banca española y con una fecha poco casual. La señora Merkel ha rectificado a final de abril y parece que va a aceptar un plan de estímulo para Europa. La fecha tampoco es casual. Si el Cid dicen que venció alguna batalla después de su muerte, Hollande ha ganado ya alguna antes de acceder al Elíseo. No está mal, pero creemos que la estrategia de crecimiento no se puede quedar exclusivamente en un plan de inversión en infraestructuras para Europa, y merece la pena pensar cómo usamos uno de los pocos cartuchos que nos quedan.
En primer lugar, España siempre ha salido de sus crisis con más apertura hacia Europa, y la propia Europa ha sabido aprovechar las crisis anteriores (desde las petrolíferas de los setenta hasta la cambiaria de los 90) saliendo más fuerte. No es el momento de retrocesos en la integración como los que parecen proponer la derecha europea y Rajoy. Deberíamos ser más ambiciosos, y no quedarnos exclusivamente en inversiones en infraestructuras que, por otra parte, fundamentaron la política de cohesión en el pasado, pero que ya han recorrido su camino (salvo algunos notables cuellos de botella). Un elemento positivo para la inversión: el multiplicador fiscal es más alto en las recesiones, pero el debate más importante es dónde y cómo se gasta, así como, la composición de las medidas que refuercen el crecimiento potencial de nuestra economía. Eso nunca deberíamos perderlo de vista para no volver a cometer los errores del pasado.
Lo que necesitamos, por tanto, es avanzar en la integración dando pasos factibles y que ayuden a resolver los problemas reales, de corto y largo plazo, que tenemos. Vamos a proponer cuatro ejemplos, pero ni son los únicos ni todos ellos son indiscutibles.
En primer lugar, hay un problema de fraude fiscal que parece que es mayor justamente en los países con más problemas para sujetar su déficit. La Unión Europea tiene mecanismos de cooperación, desde la Europol a los servicios fiscales de la Comisión que se deberían reforzar para luchar juntos contra el crimen organizado, el blanqueo de capitales y la gran evasión hacia paraísos fiscales a veces integrados en la propia Unión. Es un esfuerzo que requiere pocos recursos, que produce muchos más ingresos, y que legitima a la Unión ante los ciudadanos porque es a nivel europeo donde tiene que realizarse ese trabajo.
Otro ejemplo. Algunos países están endureciendo el acceso a los servicios sanitarios de sus ciudadanos y del resto de europeos. España tiene un problema con el gasto farmacéutico general (la mayoría de la investigación la hacen o financian las compañías farmacéuticas, con lo que la información que llega a los médicos no es imparcial) y un problema específico con los socios comunitarios (el turismo sanitario), y ha reaccionado mal ante los dos: en el primer caso cargando el coste a quienes ni tienen la culpa de estar enfermos (injusta con los literalmente más débiles) ni toman la decisión de prescribirse una medicina (ineficaz en el control del gasto); en el segundo caso, el turismo senior es la única fuente segura de crecimiento dada la demografía europea. En ambos casos necesitamos más integración, con laboratorios europeos que estudien el coste-eficacia de cada tratamiento y mecanismos sencillos y seguros de cobertura europea, con el objetivo de garantizar el pago y no de frenar una integración de la que por fuerza (por potencial residencial, turístico y médico y por clima) hemos de ser beneficiarios.
El impulso que Europa necesita es ideológico, y la respuesta defensiva de Merkel muestra la falta de estrategia de crecimiento
Un último ejemplo iría más a las fuentes de la crisis general actual, que tiene que ver con las diferencias estructurales entre los países. Alemania se beneficia del rápido crecimiento de terceros países, porque les vende coches de lujo y bienes de equipo. Pero la periferia europea sufre la competencia de esos mismos países. Sin rescatar viejas posturas proteccionistas, la Unión Europea tiene un amplio camino por recorrer en la integración de los controles aduaneros y la lucha con diversos tráficos ilícitos, desde las falsificaciones de marcas hasta los que no cumplen con las directivas comunitarias y sitúan a las empresas locales en una desventaja creada por nuestro propio marco normativo.
Que el ámbito ideal para algunas decisiones sea el europeo no implica que la actual configuración política de la Unión facilite que se siga el rumbo correcto. Muchas compañías farmacéuticas no verían bien que el sector público se preocupe de analizar si lo que paga sirve para algo; muchos bancos y grandes fortunas no ven con ilusión la lucha contra los paraísos fiscales que tímidamente se inició hace unos años (y de la que casi nada sabemos). Muchos países quizá prefieran que no haya un mecanismo sanitario europeo que compense los gastos de ciertos países del sur a los que voluntariamente se van sus mayores. Muchas grandes empresas se benefician de una deslocalización que no respeta los códigos básicos del trabajo decente ni los criterios ambientales o de seguridad en el consumo que se exigen aquí. Por eso el impulso que Europa necesita es, también, ideológico y la tímida respuesta defensiva de Merkel muestra, más que oculta, la falta de estrategia de crecimiento actualmente en Europa.
Pedro Saura y Diego Peñarrubia son profesores de Análisis Económico de la Universidad de Murcia.
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