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CON GUANTES
Columna
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Diario chino, II

Empiezo el año con las más recientes entradas de mi diario chino. Un diario chino, como bien saben, se define por lo que no ofrece, es decir, por su inconsistencia. En él apunto rigurosamente todo aquello que por carecer precisamente de rigor no puede ni debe ser anotado en ninguna otra parte y de ninguna otra manera.

Ayer mismo (el ayer del momento en que escribo estas líneas) me pareció ver a un detective privado cerca de mi puerta. Tal vez se trataba tan sólo de alguien sospechoso, o tal vez me estoy volviendo paranoico. Mi buena amiga Sophie Calle se hizo seguir durante una temporada por un detective privado y luego montó con el resultado de los informes una exposición que se llamaba Detective, gracias a la cual aprendió, entre otras cosas, que no somos quienes creemos ser. Supongo que todos hemos soñado alguna vez con ser capaces de vernos desde fuera, desde otros ojos. El espejo para esto no sirve, pues frente al espejo componemos una apariencia que no delata sino nuestra intención.

"Todos hemos soñado con ser capaces de vernos desde fuera, desde otros ojos"

El amor tampoco sirve, pues es un reflejo condicionado y subjetivo y, claro está, enamorado. Por la misma razón se puede desechar la imagen deformada por el odio que a menudo nos devuelven.

Me pregunto cuánto de la angustia que sentimos es autoinducida, un castigo de proporciones bíblicas que nos imponemos por haber cometido el pecado de pretender ser felices.

Asombra constatar que gracias a los reveses recientes sufridos por nuestra monarquía, las figuras del Museo de Cera suscitan de pronto un interés inusitado, como si nada de lo que afecta a tan alta institución fuera paradójicamente real.

Es bien sabido que a lo largo de la historia moderna de España los reyes se enseñan generación tras generación a tener siempre las maletas hechas. El pueblo español es poco paciente con sus reyes, y poco paciente en general.

He dado por fin, después de mucho pensarlo, con la raíz de los males del Real Madrid. El Madrid, pobrecito, se ha enamorado de quien menos debía, del Barça. Mal remedio tiene la cosa. A Mou le gusta Pep y hasta que no se desenamore no encontrará la forma de pararlo. En el último partido del siglo, Cristiano Ronaldo jugó con la furia insensata y nada práctica de una mujer despechada. En el teatro del Matadero, por contra, vi a Viggo Mortensen y a Carme Elías tratar de perdonarse lo imperdonable de manera aterradoramente convincente.

Embarrancado a la mitad de la lectura de Libertad, la última novela de Jonathan Franzen, me doy cuenta de que me cuesta, pese a intentarlo, compartir el enorme entusiasmo que ha levantado por doquier. Tal vez porque refleja con formidable fidelidad una sociedad que no acaba de interesarme. Nada que reprochar a Franzen, por tanto, y mucho que reprocharme a mí mismo por esta insensata pretensión de habitar un mundo distinto a este.

Lovecraft se refería a algo similar al despreciar lo que él denominaba "empirismo chabacano", pero yo no soy Lovecraft, así que más me valdría volver al libro de Franzen y tratar de aprender algo.

"Volví a casa disgustado, avergonzándome del bigote de mi padre". Leo estas líneas de Pavese y me siento, en cambio, en sintonía con el universo. Con el universo de Pavese al menos.

Me pregunto por qué estoy siempre asustado, si es por algo que he hecho o si es por algo que pienso me van a hacer sin que sea capaz de remediarlo. También me pregunto por qué el miedo tiende a diluirse al mediodía, mientras que la vergüenza, la otra compañera insidiosa, me acompaña hasta la noche.

Dice Juan Benet que la disciplina no debe palidecer frente a la invención, estoy más que de acuerdo y prometo volver sobre este tema con la disciplina necesaria.

Dice también que el monólogo interior está acabado, que ya no sirve ni para el humorismo.

Me temo que esto lo he leído demasiado tarde.

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