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Columna
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Adiós, Madrid

"Adiós, Madrid, que te quedas sin gente". Así se despedían los castizos cuando dejaban el Foro en agosto, indicando que sin su presencia la villa quedaría deshabitada, desprovista de todo aliciente, y eso que Madrid en agosto, con dinero y sin familia, rezaba otro prosopopéyico dicho, se convertía en Baden-Baden, estación balnearia alemana, emporio de placeres mundanos que iban mucho más allá de la terapéutica toma de aguas. Lo de las aguas era solo salutífera coartada para entregarse a los juegos de casino, los ágapes nada saludables y los idilios clandestinos. Los balnearios ya no son lo que eran, ahora hay un spa en cada esquina y el personal se baña en chocolate y en vino tinto, aunque beba agua y coma brotes de alfalfa para depurarse.

Me voy unos días de Madrid, que se está quedando sin gente pero no tanto. Los amigos se van aunque sea a la vuelta de la esquina, cierran los bares familiares y algunos de los pequeños comercios del barrio amenazan con no volver a abrir en septiembre. Los indignados no se toman vacaciones, algunos pensaban tomárselas pero el Ayuntamiento, la Comunidad y la Delegación del Gobierno les han recordado con sus últimas razzias, cierres y cargas que deben seguir manteniendo viva la llama de la indignación y que no vale eso de ir a indignarse a la playa o a la montaña. Puesto a elegir entre apoyar a los "antisistema" o a las Fuerzas y Cuerpos de la Seguridad del Estado, según la disyuntiva que le planteó González Pons (pitbull de guardia del PP), el ministro del Interior, Antonio Camacho, se inclinó por la segunda opción. Pero entre reprimir indignados y tutelar peregrinos, los policías se quejan del estrés y amenazan con una huelga de porras caídas. Esto no lo arregla ni Dios, ni mucho menos su vicario en la Tierra, al que le espera, si el tiempo lo permite y con el improbable permiso de la autoridad, un vía crucis reivindicativo. Este año ni los ateos se van de vacaciones.

Los populares no entienden el Movimiento 15-M y usan a los indignados contra los socialistas para luego tirarlos, según la tesis de Antonio Hernando, vicecoordinador del Comité Electoral del PSOE. Quien mejor los entiende es Rubalcaba. Antes, desde su puesto en el Gobierno, no podía expresarlo con toda claridad; el pitbull y sus compañeras de jauría, la Espe, la Cospe y la Santamaría, aullaban y le tiraban tarascadas a los tobillos. Ahora le toca a Camacho mostrar su indignación con los indignados sin indignarse demasiado. Para demostrar que los indignados son sucios y violentos, hubo que cuantificar entre los miles de kilos de basura que presuntamente habían depositado en Sol los acampados, el peso de los palés, los paneles y los plásticos de su puesto de información. En Sol quedaban pocos indignados pero, por lo visto, algunos regresaban subrepticiamente a la plaza para poder seguir ensuciando impunemente. En la operación de limpieza, que duró muchísimas horas, se vertieron miles de litros de agua. Para endilgarles la calificación de violentos, los detractores del 15-M han tenido que recurrir a la manipulación y a la mentira, con pocos, muy pocos casos verificables, y a ignorar que algunos de los provocadores más violentos fueron desenmascarados como mossos o policías de paisano.

Tras apearse del Gobierno, Rubalcaba muestra hoy su identificación con los indignados apropiándose de sus gestos, cambiando mítines escenificados y unánimes por intervenciones a pie de plaza y el contacto directo con las masas; solo le falta organizar asambleas y sustituir los micrófonos por los megáfonos y a los palmeros por indignados. En el extremo opuesto, Francisco Granados, secretario general del PP de Madrid, se plantea "muy seriamente" convocar a los 90.000 afiliados madrileños de su partido para manifestarse contra el 15-M y en apoyo de los empresarios. ¡A las barricadas, Paco!

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