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CON GUANTES
Columna
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Quince

Lo primero, una aclaración: el artículo que publiqué en estas mismas páginas hace ahora quince días estaba escrito, como pueden imaginar (pero quizá no sepan), quince días antes de que ustedes lo leyeran. Quince días es el tiempo que transcurre para los columnistas de este suplemento dominical entre la entrega y la publicación. En este caso, esos quince días ofrecieron precisamente los cambios de registro que yo pedía para canalizar el descontento utilizando las herramientas al alcance de los jóvenes y no tan jóvenes, con especial hincapié en el territorio casi virgen de las redes sociales. No es que quiera atribuirme ninguna autoría en las sorprendentes y conmovedoras muestras de civismo en su más alto grado de responsabilidad que han llenado nuestras plazas y nuestros medios de comunicación; simplemente pretendo matizar que para cuando se publicó mi anterior columna, aquello que de alguna manera reclamaba ya había sucedido.

Es un movimiento justo y necesario, una muestra del ejercicio de la ciudadanía"

En cualquier caso, así da gusto equivocarse.

Un día Luis Figo, al final de su carrera, me dijo que, en el fútbol, entre un genio y un imbécil se extendía un abismo de dos milímetros, los que separaban un regate exitoso de un regate frustrado, un gol de un tiro al palo. Me tengo más por imbécil que por genio, así que no me extrañó demasiado ver cómo por quince días mi tiro pegaba con la madera. Como digo, bienvenido sea en esta ocasión el desfase temporal.

En cuanto al movimiento 15-M en sí, que es lo que de veras importa, qué les voy a contar que no hayan leído, escuchado o pensado ya en estas semanas desde su irrupción. A la vista está que es justo y necesario y que se trata en su ejemplaridad de una muestra efectiva del potencial del ejercicio pleno de la ciudadanía y con suerte una muesca en la madera seca de la supuestamente alta política institucional.

Todas las pegas que se le puedan poner a esta incipiente pero sólida marea de expresión -falta de vertebración, desconocimiento de las estructuras precisadas de transformación e incluso cierta ingenuidad en sus planteamientos- son aplicables a las propuestas de nuestros (por así llamarlos) grandes partidos, así que, y teniendo en cuenta el camino aún a recorrer por aquellos que forman parte del movimiento, sería injusto negarles el pan y la sal, y más injusto aún prestarle demasiada atención a lo que pueda decirle la sartén al cazo.

Si algo hemos aprendido de la historia es que en política no existen milagros, santos griales ni salvapatrias, y que además es conveniente que no los haya. Los que así se presentan siempre esconden no un conejo, sino nada o como mucho un arma, en la chistera. La constatación de este hecho, lejos de provocar escepticismo, debe promover el entusiasmo ante cualquier propuesta que incluya nuevos jugadores y tal vez nuevas reglas para el difícil juego de convivir todos juntos entre parámetros de justicia y decencia aceptables.

Lo que sea del Movimiento 15-M lo decidirán quienes formen parte de él. A lo que recién empieza no se le pueden poner límites desde fuera, menos aún aceptar la vieja patraña de que lo que necesita la utopía son dosis más grandes de realismo.

A este respecto, recuerdo un escrito de George Orwell que arremetía con destreza contra lo que el escritor (nacido en la India, educado en Eton y con el girar de la suerte desengañado combatiente por la libertad de esta tierra que pisamos) definía en el año 1944 como el moderno culto al realismo. Un discurso, el del "realismo de Bismarck", que consideraba un monumento a la imbecilidad.

Valga como muestra el colofón de dicho texto:

"Así es el realismo... cuando la medicina hace enfermar al paciente, el médico le dobla la dosis".

Poco se puede añadir a la clarividencia de Orwell.

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