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Columna
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Asuntos reales

El real fue una moneda que anduvo circulando durante muchos años por las anchas tierras hispanas. Y real es un adjetivo que unas veces aplicamos a todo aquello referente a las casas regias, y otras a cuanto tiene una existencia verdadera y efectiva. La muchachada que estos días ocupa, cívica y pacíficamente, multitud de plazas de la geografía peninsular, habla, y con acierto, de democracia "real". Y es del todo evidente que no se refieren a la monarquía alauita, ni a los capetos franceses ni a los Hohenzollern, sino a lo que es verdadero y efectivo. La presidenta autonómica de Madrid, Esperanza Aguirre, se ha apresurado en declarar que a ella no le gustan las democracias con apellidos. Y seguidamente aludía la culta y popular presidenta a la "democracia orgánica" con la que se refería el régimen de Franco a su propio sistema político. Hubiese podido hablar de la "democracia islámica" o de la "democracia cristiana", este último apellido tan cercano a la ideología de derechas de la simpática presidenta madrileña. Pero no hizo tal cosa porque se refería al desagrado que le producen algunos de los eslóganes de la muchachada en las plazas. Una muchachada que, en la calle, se ha olvidado del botellón y se encarrila por la sensatez en el ámbito de lo público, donde tanto se le echaba a faltar. Y así lo recogen en sus informaciones algunos de los medios más importantes de nuestros vecinos europeos.

Lo que no recogen esos medios de comunicación es la democracia irreal, en muchos aspectos, en la que nos movemos. Ayer, sin ir más lejos, miles de votantes en el País Valenciano acudían -muchos más por obligación cívica que por devoción, como dirían nuestras abuelas-, acudían, digo, a las urnas y depositaban dos votos: uno para elegir el concejo municipal de su pueblo y otro para elegir el Gobierno de la Generalitat. Que se sepa nadie votó para elegir un Gobierno provincial decimonónico, pasado de moda cuando se tienen instituciones autonómicas cercanas, nido de un clientelismo electoral sin pasar por las urnas, y sede de caudillos trasnochados, que en las entretelas de su ideología añoran la "democracia orgánica" a la que se refería Aguirre. Y el hecho de no votar en una urna a las Diputaciones, paradigma alguna de ellas como la castellonense, del "pesebrismo" más notorio, es real. Eso es un hecho real, es decir, que no existe. Como no existe una representación justa de los votos en las Cortes Valencianas. Decenas y centenares de miles de papeletas de votantes cívicos y responsables, se quedan una y otra vez sin representación debido a una Ley Electoral que beneficia descaradamente a los romanos de Camps y a los cartagineses de Alarte. En democracia, el respeto a las minorías es tan importante como la aceptación de las mayorías. Estaba en sus manos y no hicieron nada por cambiar tal falta de realidad en la democracia. Son dos ejemplos que han puesto sobre el tapete la muchachada de las plazas. Dos ejemplos reales que valen algo más que un real.

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