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Tribuna
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Salvados por la herramienta

El sarpullido político por disponer de una herramienta tecnológica (blog, web, redes sociales, etc.) con la que comunicarse con los ciudadanos ante los acontecimientos electorales venideros evidencia el pensamiento del Pulitzer Upton Sinclair: "Es difícil encontrar un hombre que entienda algo, cuando su salario depende de que no lo entienda". El medio vuelve a ser el mensaje.

En la vida real, las plataformas tecnológicas, que así se denominan, son consecuencia de una estrategia, de un plan que las desarrolla y de una arquitectura de gobernanza que las soporta operativamente. Colocar el foco de la modernidad en el medio tecnológico, sin el andamiaje de un programa político claro, enfocado a la acción y facilitado por una estructura gubernativa ágil, flexible y presupuestariamente racional, supone sustituir los carteles y el engrudo por los terminales del día.

La credibilidad de un político no se puede 'desintermediar' colgando mensajes en la web

Es conocido que los candidatos nominan a políticos profesionales para redactar los programas electorales que, con suerte, se colgarán de la web del partido antes de los comicios. Sin embargo, los Gobiernos son diseñados por una persona, digamos el presidente electo, comunicado a sus miembros horas antes de su anuncio oficial, y con la exigencia que sus reglamentos orgánicos sean publicados en el correspondiente diario oficial de manera inmediata. Si todo este proceso se desarrolla aceleradamente, sin indicaciones políticas sobre la estrategia de la legislatura, de la gobernanza de cada área de responsabilidad y teniendo en cuenta que, en el mejor de los casos, el programa político vencedor sólo tendrá un eventual reflejo real en la siguiente ley de Presupuestos, convendremos en la lógica que las arquitecturas gubernamentales se clonen elección tras elección, perdurando en su estructura de silos incomunicados.

En mayo de 2007, y desde estas mismas páginas, sugería una nueva gobernanza del Consell que resultase de las elecciones del día 27, coincidiendo, además, con un recién estrenado Estatut. Dado que mis capacidades de persuasión no han mejorado desde entonces, tampoco espero que el nuevo organigrama aplicable en la primavera de 2011 incluya, por ejemplo, una consejería de Interoperabilidad o un responsable ejecutivo de la prevención de eventuales ciberataques en la Comunidad

La verticalidad de la acción de gobierno presenta, al menos, tres inconvenientes de gran calado. Por un lado, las múltiples líneas presupuestarias que se habilitan para aplicar una política (innovación, formación, desempleo) proliferan sin control y sin posibilidad de medir su efectividad integral. Por otro, produce un efecto paralizante en el quehacer de las unidades administrativas afectadas por una remodelación de las áreas de gobierno o por los conflictos derivados de la falta de concreción competencial. Finalmente, impide diferenciar orgánicamente los departamentos que diseñan las políticas (educación, sanidad, servicios sociales), de los encargados de proveerlas en forma de servicios públicos.

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Es cierto que la verticalidad se da en la mayoría de arquitecturas gubernamentales. El caos producido en agosto de 2005 por el huracán Katrina, en el sur y centro de los EE UU, evidenció el solapamiento, o duplicidad, de funciones cuando se debe responder de manera efectiva ante una tragedia. Ni siquiera el Department of Homeland Security (DHS), creado en enero de 2003 como reacción a los ataques terroristas de Al-Qaeda el 11 de septiembre de 2001, pudo evitar las inconsistencias de un modelo viciado por la historia administrativa del Gobierno federal. La creación del DHS evidencia, también, la exageración de crear un gigante administrativo como reacción a vacíos estructurales anteriores.

La célebre Blackberry de Barack Obama le fue útil para coordinar sus actos electorales en la campaña de 2008, pero su éxito político fue fruto de apariciones televisivas lanzando mensajes certeros sobre la crisis. Lo mismo ocurrió con David Cameron en la pasada campaña electoral del Reino Unido. La credibilidad de un político, sus propuestas y modos de gobernar no se pueden desintermediar colgando mensajes en el muro de una red social o manifiestos en la web del partido. Hasta que la videoconferencia o la telepresencia no esté banalizada socialmente, la TV será la herramienta esencial de comunicación con el electorado, de ahí la lucha histórica por su control político.

Dado el constatado alejamiento de los jóvenes de la política, no imagino qué mensaje partidista les pueda incitar a consultarlo en Facebook o Twitter. Por nuestra parte, los mayores, no vemos la necesidad de abrir nuestras relaciones y aficiones al resto del mundo. Por ello, quizás fuese conveniente que algunos políticos se abstuviesen de intentar imitar a sus hijos y nietos en esta materia, pues no se les paga para compartir afinidades, sino para procurar el bienestar ciudadano.

José Emilio Cervera es economista. (jecervera@jecervera.com).

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