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Columna
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Mercasevilla (II)

La justicia es uno de los valores superiores que sanciona la Constitución. Desde siempre, la justicia está integrada en lo más profundo del hombre y es uno de los instrumentos que permiten corregir los desequilibrios que surgen de las relaciones humanas, y su reparación. Nada nuevo. El doctor Tomás de Aquino la definía como un dar a cada uno lo que es suyo. Aristóteles, cuando hablaba de la justicia, la contemplaba desde una perspectiva interior y otra exterior. El doctor Aquino decía de ella que "el que gane mucho que tribute mucho y el que gane poco que tribute poco". También que "el que trabaje mucho que gane mucho y el que trabaje poco que gane poco". Frase esta última que hoy algunos la consideran en franca decadencia. La patronal, por boca de su presidente, ha proclamado que para salir de la crisis "hay que trabajar más y ganar menos". La justicia, al margen de estas salidas, no debe contemplarse en abstracto. La justicia, su administración, actúa día a día y, si de verdad hablamos de justicia, tenemos que decir que emana del pueblo y que se ejerce por jueces y magistrados que son independientes, inamovibles, responsables y sometidos exclusivamente al imperio de la ley como fórmula de garantía.

La justicia, como valor superior, es una institución perfecta, pero esta servida y se administra por hombres y mujeres. Y, en cuanto está servida por hombres y mujeres, está sujeta a las servidumbres y las debilidades de la condición humana. De ahí que, en esa doble visión que Aristóteles hace de la justicia, pueda contemplarse desde una perspectiva interior y otra exterior. Son algunas reflexiones que me hago con motivo de las últimas noticias que han surgido en torno al caso de Mercasevilla.

La pasada semana comentaba en este mismo espacio que la actuación de la juez instructora estaba bendecida por los ciudadanos y por la sala de lo penal que ha conocido de los recursos entablados contra las resoluciones instructoras. También advertía de los peligros para la justicia de su uso político. Una foto, una imagen con motivo de una imputación apresurada por parte de algún partido político podría introducir un factor contrario ajeno al sentido de la justicia y podría alterar el resultado de la batalla electoral, que no quiere intromisiones. Y ahora, apenas escrito lo anterior, se ha introducido un nuevo elemento. Ahora se sabe que uno de los antiguos auditores de Mercasevilla es el marido de la instructora y que el principal imputado en la causa prescindió de sus servicios en Mercasevilla. Igualmente, que esta circunstancia, relevante o no, no se puso en conocimiento de las partes.

El debate está servido. Unos ya han dicho que cómo no va a estar contaminada la juez si el contrato de su marido fue resuelto por el principal imputado; cómo va a ser posible que, con los conocimientos que tiene el marido de economía y de las tripas concretas de Mercasevilla por haberla auditado, no va a hablar de este tema en casa. Otros, como la fiscalía, dicen que no existe causa suficiente de recusación.

En el fondo, lo que se está discutiendo, de una forma más o menos velada, es si la imparcialidad preside la instrucción, si quienes resuelven o pueden resolver tienen o pueden tener directa o indirectamente conocimiento del objeto del proceso. Y en este sentido, hay que decir que el apartamiento de un juez de un proceso no puede derivar de dudas o sospechas, sino que los hechos han de estar objetivamente justificados, y no lo están.

En cualquier caso, no se puede perder de vista que lo importante para su valoración no es solo la independencia como tal, como garantía de los ciudadanos sometidos al proceso. También la apariencia de que sea así. Está en juego nada más y nada menos que la confianza que, en una sociedad democrática, debe inspirar la justicia. Es una convicción de acusados y de ciudadanos. Confiemos en que sea de esta forma, pues si no lo es, puede ocurrir que, por cuestiones meramente formales se anule una instrucción y se beneficie a algunos imputados que, de no darse estas circunstancias, podrían resultar condenados.

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