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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

¡Que les quiten lo bailado!

Javier Vallejo

De Bailando en Lughnasa se extraen dos conclusiones: que los atavismos rebrotan y que para conseguir algo no basta con desearlo. Esta comedia acibarada, réplica de Brian Friel a Tres hermanas, retrata el final de la cultura agrícola irlandesa, apisonada por una revolución industrial tardía e implacable.

Sus protagonistas hacen planes pequeños que no se cumplen porque tienen el viento de la historia de cara, como en la obra de Chéjov. Pero aquí las hermanas son cinco: Kate, la maestra; Agnes, ángel de la guarda de Rose, intelectualmente discapacitada; Cris, madre soltera, y Maggie, niñera vocacional de Michael, narrador de sus vidas.

Durante la Lughnasa, fiesta de la cosecha consagrada al dios Lugh y matriz celta de nuestra virgen de agosto, la gente danzaba en el monte, bebía hasta reventar y emulaba la cópula de cielo y tierra. En ese momento febril de 1936, el tío Jack regresa a la casa materna, ocupada por sus sobrinas, tras 25 años como capellán del ejército británico en Uganda.

BAILANDO EN LUGNHASA

Autor: Brian Friel. Coreografía: Elvira Sanz. Vestuario: Teresa Valentín-Ga mazo. Dirección: Juan Pastor. Teatro Guindalera. Hasta el 7 de marzo.

Por debajo de una historia de soledades, Bailando en Lughnasa habla del asalto monoteísta a las culturas animistas y de la represión del instinto. Rose, Cris, Maggie y Agnes se echarían al monte si Kate, su muy católica hermana mayor, no las atara tan corto. Mientras danzan juntas en la cocina, se van dando cuenta de que su tío ha abrazado un credo africano homólogo al de sus antepasados paganos. Es el evangelizador evangelizado. Su retorno simboliza un renacer celta improbable.

Juan Pastor vuelve sobre esta obra de la que hace 10 años hizo un montaje luminoso. El de ahora es más melancólico. La luz veraniega preludia aquí un duro invierno, aunque el estallido de la danza colectiva y el flirteo de Cris y Gerry, padre tarambana de Michael, transmitan alegría efímera.

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En la interpretación de Pastor, Jack adquiere un brillo trágico bajo su apariencia de druida Panoramix amnésico. La Rose de Carmen Gutiérrez es pura inocencia ilusionada. Suerte que la arropa una Agnes (Yolanda Robles) rotunda y acogedora. Elia Muñoz pone a Maggie al filo de la alegría y del amargor. La Cris de María Pastor es risueña y temperamental.

Friel plantea subliminalmente preguntas como ésta: ¿Qué tradición es más ética, la africana por la cual un marido puede tener varias esposas o la europea, que invita a esconder las amantes? Esta función da que pensar. Viendo al tío Jack feliz con su nuevo viejo credo y a Kate frustrada en su dogma, se entiende que a una religión que fijó el nacimiento de Cristo en fecha falsa, para cristianizar la fiesta pagana del sol invicto, le rebroten de raíz santeros, brujos y sectas de todo tipo.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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