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Columna
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Rajoy y los discos duros

Concebida como un espectacular alarde de modernidad tecnológica -10.000 metros de superficie, 3.000 participantes, "más de 50 plasmas y 32 metros cuadrados de pantallas leds de última generación, más de 350.000 vatios de luz y 50.000 de sonido", según rezaba la nota de prensa-, la convención barcelonesa del Partido Popular, el pasado fin de semana, dio cabida a múltiples debates (sobre educación, deporte de élite, cambio climático, inmigración, valores, etcétera) tan distendidos en su puesta en escena como hipocalóricos en su contenido ideológico. Esta vez, no se trataba de impartir doctrina hard (baste decir que a Vidal-Quadras se le adscribió a un foro sobre los problemas de la investigación científica...), sino de atraer la atención de los medios hacia dos mensajes de desigual importancia: ante todo, la ratificación y el reforzamiento del liderazgo de Mariano Rajoy tras las graves turbulencias internas de los últimos tiempos, y, subsidiariamente, el apoyo a la candidatura de Alicia Sánchez-Camacho así como, en general, a la imagen y a las expectativas de voto del PP en Cataluña.

El disco duro de la sociedad catalana almacena incontables agravios políticos del PP contra su sensibilidad media

Por lo que se refiere al primer punto, el bagaje con que la cúpula popular regresó el domingo a Madrid es, pese al Ferrari de Camps, bastante satisfactorio. Sin renunciar a la bonhomía ni a la retranca, Mariano Rajoy obtuvo de la militancia un apoyo ruidoso y claro a su defensa de "un partido de ámbito nacional, unido y limpio", y enfatizó "la independencia" como "valor fundamental" del proyecto político que él encabeza. "Si nos dejamos condicionar por deseos o intereses que no son de la mayoría, no acertaremos nunca", dijo, en un explícito mensaje dirigido a los Federicos y los Pedrojotas que han tratado de hacerlo su rehén. Por cierto, que el diario El Mundo había desaparecido sin dejar rastro de las mesas cargadas de "prensa amiga" que suelen estar a la libre disposición de los asistentes a congresos y otros eventos partidarios.

Más problemático resulta el segundo objetivo de la convención: romper el modesto techo electoral, quebrar el aislamiento político de los populares en Cataluña. Por mucho trencadís gaudiniano que decorase el encuentro del PP, por mucha degustación de cava o de fuet que se ofreciera a los participantes, por mucho que la aguerrida Alicia prometiese hacer al PP "decisivo en el futuro de Cataluña", la dificultad reside -por decirlo con el lenguaje tecnológico propio de la convención- en los discos duros. En el disco duro del Partido Popular, cargado de reflejos catalanófobos, de recursos de inconstitucionalidad contra leyes amplísimamente consensuadas en el hemiciclo de la Ciutadella, cargado con cuatro millones de supuestas firmas contra el Estatuto. Y en el disco duro de la sociedad catalana, que almacena incontables agravios políticos, gestuales y verbales de figuras del PP contra su sensibilidad media, desde las "chapas" de Aznar hasta la Generalitat "presidida por un loco" de Mercedes de la Merced.

Cuando, el pasado sábado, Esperanza Aguirre declaraba "yo amo a Cataluña", muchos catalanes la recordaron deplorando que, si la OPA de Gas Natural tenía éxito, la sede de Endesa podría trasladarse a Barcelona, "fuera del territorio nacional". Al día siguiente, Rajoy subrayaba que los del PP "no empezamos de cero, no somos nuevos en la política española, no tenemos que improvisar nuestras convicciones, ni inventarnos una trayectoria, no somos unos desconocidos. Todo lo contrario, somos previsibles". Pues ahí reside justamente el problema. Como para confirmarlo, en el cercano stand de la FAES repartían ejemplares del volumen ¿Libertad o coacción? Políticas lingüísticas y nacionalismos en España, un edificante libro coordinado por el promotor de Ciutadans, Xavier Pericay, en el que se explica el terrible acoso que la lengua castellana sufre en lugares como el País Vasco, Galicia, Baleares y Cataluña.

¿Previsibles, dice? Demasiado previsibles, señor Rajoy.

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