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Cosa de dos
Columna
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El guiñol

Hace treinta años, cuando abandonó el silencio inglés, Álvaro Pombo llegó a una España ruidosa en la que había empezado a moverse todo. Miró alrededor y dijo, en este periódico: "Los llamados mass media pueden llegar a ser (quizá son ya) un mentidero de vanidosos". Alguien se lo recordó al poeta y novelista anteayer, en el Hay de Segovia, y Pombo se quedó pensando. No hacía falta tener mucha información para ser profeta entonces, pero lo cierto es que acertó. Y del reconocimiento de ese acierto (los mass media son mentidero de vanidosos, no hay paliativos) vino una reflexión más a pie de televisor. Él se fijó, sobre todo, en los programas que ahora arrebatan a la audiencia, que se ha quedado encandilada con la sucesión de imágenes de guiñol que es muchos fragmentos la tele de hoy día. Oías a Pombo, que es un gran narrador, e ibas viendo pasar a los famosos, con menos encarnadura que aquellos guiñoles de Canal +, pero igualmente de cartón.

Los ibas viendo pasar, y se convertían en carne (o en cartón) de DEC, de Sálvame, que son los programas en los que se fijó el novelista. Según Pombo, en esos programas, y sus sucedáneos, incluido el del hombre de las gafas oscuras, lo que se hace es programar guiñoles, para repetirlos, de modo que la pituitaria pública babee ante la sola mención de los nombres. Dices Belén Esteban, o Paquirri, o dices Carmina, o dices Pantoja (Pombo dice Panto), y ya sabes qué viene detrás, aunque detrás venga la publicidad. Según Pombo, en ese guiñol ha sido sustituida ahora Andreíta por Paquirri, a quién de verdad quería Paquirri, a Carmina o a la Pantoja. Después de mucho debate (en las teles), una de las cadenas llama al experto (que suele ser Peñafiel); y el experto se saca las gafas de la chaqueta azul, gesticula con ellas y dice a quién de veras quería Paquirri. Hecho el dictamen, el cartón del guiñol se convierte otra vez en carne de tele, y ahí van mil moscas a libar del licor bendito del cotilleo. Es hiperrealismo cutre, decía Pombo, pero es una fórmula, y como da de sí la gente acude al monotema consciente de que alguna vez lo van a cambiar. Los que hablan hacen jirones. Como sastres no cobrarían nada, porque en realidad viven desnudando.

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