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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Sol Alameda, la mirada compartida

En sus entrevistas sacaba de los personajes las personas que llevan dentro

Juan Cruz

Hace más de diez años Sol Alameda entrevistó a Concha Velasco, quizá en el momento más delicado de la vida de la artista. Y en un instante determinado de la conversación, Sol le preguntó: "¿Por qué está usted triste?". Sol preguntaba así; dejaba que el tiempo le acompañara, que su mirada y la de la persona que tenía delante confluyeran en un grado de intimidad suficiente como para hacer preguntas cuya delicadeza hubiera necesitado circunloquios. Como ella esperaba, y esperaba con dignidad y con compasión, ese momento terminaba por llegar, y ya la conversación fluía como si se produjera en medio del silencio de un monasterio. Haber llegado a crear esos climas convirtió sus entrevistas en El País Semanal en piezas maestras de entendimiento y comprensión; ningún personaje era el mismo, para el público, después de haber sido entrevistado por Sol Alameda.

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Hay entrevistadores que creen que deben llevar el cuchillo entre los dientes para que los personajes "no se les escapen vivos". A Sol Alameda le gustaba detener la suerte, esperar a que el aire de confidencia con la que se sentaba a hablar convirtiera la charla en una entrevista de la que saliera una imagen nueva, o distinta, del ser humano con el que compartió palabras. En los personajes buscaba la persona, y para ello se concedía a sí misma todo el tiempo del mundo.

En la historia reciente de los entrevistadores de prensa ha habido en España grandes maestros, entre otros muchos: Pedro Rodríguez, que publicó en tiempos de Franco unas entrevistas que combinaban la literatura con el testimonio, y lo hacía con un estilo que él hizo inconfundible, Rosa Montero, que ha trabajado una combinación de perfil y testimonio, con una velocidad que han convertido el ritmo en uno de los elementos de su trabajo, y Sol Alameda. Decía Ernesto Che Guevara, si aún es lícito citarle, que había que endurecerse pero jamás perder la ternura. Eso consiguió Sol, acaso porque esa era la expresión de su personalidad íntima: tierna, confiada, pero consciente de que la labor del periodista incluye la posibilidad de que en la mirada compartida salten chispas.

Saltaron, claro que sí, ella no las eludió, y arrostró las consecuencias. En el momento del balance, que seguro que no hizo porque su modestia le impedía los sobresaltos de la vanidad, habría que agradecerle -los que somos sus alumnos- sobre todo que nos haya enseñado que toda pregunta es lícita o posible, y que todo depende de cuando la hagas. Y si la haces bien y en su momento conseguirás la gloria que ella alcanzó: sacar de los personajes las personas que llevan dentro. Ella siempre fue a preguntar, y eso era emocionante, con su persona por delante, y así la recordamos, preguntando, es decir, mirando con aquellos ojos confiados que sus gafas aumentaban casi hasta el infinito. Sol mirando, ese es el recuerdo de una mujer cuya ternura fue siempre un abrazo de bienvenida. Qué extraño se hace despedirla.

Sol Alameda y su marido con el príncipe Felipe, cuando la periodista recibió el Premio  Cerecedo.
Sol Alameda y su marido con el príncipe Felipe, cuando la periodista recibió el Premio Cerecedo.MIGUEL GENER

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