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Tribuna:La firma invitada | Laboratorio de ideas
Tribuna
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El puzle de la productividad y la competitividad

La rápida expansión de la economía española durante los últimos años no ha ocultado algunas debilidades importantes que amenazaban su continuidad, destacando entre ellas el lento avance de la productividad del trabajo, un asunto que los economistas hemos situado en el primer lugar de nuestras preocupaciones desde hace algo más de una década, cuando ingenuamente creímos haber encontrado las claves para la reducción del abultado desempleo.

Para muchos economistas españoles, el lento incremento de la productividad del trabajo no es sino el reflejo de la baja competitividad que subyacía a la expansión de la producción, ensombreciéndola y reflejando algunas otras debilidades importantes, como un excesivo apoyo en la construcción residencial. Esta idea tiene un fundamento sólido, cual es la fuerte asociación que existe a largo plazo entre el crecimiento económico y el avance en la productividad del trabajo. Sin embargo, esta asociación no siempre se produce en el corto plazo, en particular cuando tiene lugar un shock inmigratorio de la envergadura del experimentado por España. Éste ha tenido la virtualidad de desligar la evolución de la productividad del trabajo de la competitividad de la economía española, creando lo que podría denominarse una paradoja de la productividad y la competitividad. Si no se comprende bien esta paradoja, las elevaciones apreciables de la productividad que han tenido lugar en los últimos meses resultan sorprendentes.

Una mano de obra abundante y barata ha ocultado las ganancias de eficiencia de la economía
Cuando la demanda se hunde, el empleo de baja productividad creado en la fase del 'boom' desaparece

Tal paradoja consiste simplemente en que en los años transcurridos entre 2000 y 2007, el escaso avance en la productividad del trabajo en España ha sido compatible con importantes aumentos en la eficiencia empresarial que se han traducido en una elevada rentabilidad de los activos productivos, y aún mayor de los fondos propios de las empresas, dado el bajo coste de los fondos ajenos, como ponen de manifiesto los datos de la Central de Balances del Banco de España. También se han traducido en un ascenso de las inversiones directas que las empresas han dirigido al exterior y en un sostenimiento de su cuota de participación en las exportaciones mundiales. Merced a su expansión internacional, España cuenta hoy con un nutrido grupo de empresas encuadradas entre las mayores del mundo.

Tales avances en la eficiencia son la consecuencia de una alta inversión en capital físico, no sólo en construcción residencial, sino también en infraestructuras públicas y en inmovilizados productivos, de avances considerables en los niveles de educación de la población trabajadora, y de una significativa difusión de las nuevas tecnologías de la información, en particular dentro de las empresas, como parte de una profunda reorganización de éstas, con redefinición de sus modelos de negocio, importantes aumentos del outsourcing, de las alianzas, de las redes con proveedores, y de innovaciones en la gestión financiera.

Si esto es así, el lento avance de la productividad del trabajo debe ser explicado sobre bases diferentes de las que guían la competitividad de las empresas, sin que tampoco quepa desligarlo completamente de éstas. En mi opinión hay tres posibles razones que los justifican, que expondremos siguiendo un orden de menor a mayor importancia.

La primera de ellas reside en deficiencias de la información estadística. Somos muchos los economistas que creemos que los datos del producto deben estar infravalorados. La razón de esta presunción es sencilla. El avance de la productividad del trabajo es inferior al que se justifica en función del ascenso en el capital productivo por trabajador que ha tenido lugar, de forma que la relación entre el producto y el stock de capital productivo (la "productividad media del capital") ha descendido, hecho que no se observa en la muestra de empresas de la Central de Balances del Banco de España. Por otro lado, esta ratio difícilmente disminuye salvo por razones de infrautilización del capital en épocas recesivas, o porque en lugar de equipamientos productivos se construyen infraestructuras de escaso uso.

La segunda de las razones aludidas reside en un insuficiente esfuerzo de investigación. Sobre esta causa el consenso de los economistas es prácticamente total. El bajo esfuerzo en innovación es ya casi consustancial a la moderna economía española, pero se ha convertido en un factor crucial conforme han disminuido las posibilidades de incorporar tecnologías creadas en otros países, es decir, conforme la economía española ha ido alcanzando su madurez. Probablemente no es casual que la productividad del trabajo se haya ralentizado desde 1995. En el entorno de esta fecha se consolidaron importantes ganancias de eficiencia con origen externo, relacionadas directa e indirectamente con la creación de comercio e inversión directa exterior que supuso la adhesión de España a la UE. Desde ese momento, debería haberse multiplicado el esfuerzo en I+D, pero no fue así. Ha ocurrido más tarde y en cuantía insuficiente. Con todo, sorprende el eco aparentemente escaso en las estadísticas de las dos fuentes más recientes de introducción de tecnología exterior: la inversión directa dirigida a los servicios y sobre todo las TIC. De nuevo topamos aquí con la fiabilidad de los datos.

La tercera de las razones es quizá la más importante, y sin embargo, pocos aluden a ella. Se relaciona con el shock inmigratorio que vive la economía española desde esas mismas fechas, la mitad del decenio de 1990. La entrada de mano de obra susceptible de contratación a un salario bajo multiplica los negocios pequeños de baja productividad y reducida inversión (empresas de trabajo temporal, talleres, tiendas), y amplía las tareas auxiliares, complementarias y periféricas desarrolladas en el seno de las grandes empresas, sobre todo de los sectores de construcción, comercio, hostelería y transporte (más amplios horarios comerciales, más camareros en bares y restaurantes, más transportistas, mensajeros...). Estas tareas no sólo no merman la eficiencia y competitividad de tales empresas sino que la incrementan, porque multiplican la gama de servicios que ofrecen al consumidor. Pero cuando la demanda nacional se hunde, como en el momento actual, todo este empleo de baja productividad creado en la fase del boom desaparece, sin que ello afecte de forma proporcional a la producción, con el resultado de que el empleo cae mucho más drásticamente que la producción, registrándose entonces aumentos rápidos y significativos en la productividad del trabajo. Es lo que está ocurriendo en los últimos meses.

En definitiva, una mano de obra abundante y barata ha ocultado las ganancias de eficiencia de la economía en estos años pasados, que ahora emergen. No es casualidad que el mayor aumento de la productividad del trabajo se esté produciendo principalmente en la esfera de la construcción, del comercio, del transporte y de la hostelería, donde antes se redujo o fue escaso. En las manufacturas no ocurre así porque este proceso de creación de tareas auxiliares con apoyo en la mano de obra inmigrante no puede tener el mismo relieve.

La recuperación de la productividad debería reducir el pesimismo que con frecuencia hoy se exhibe con respecto al crecimiento real de la economía española en el pasado y su capacidad de expansión en el futuro. Por otra parte, la fiabilidad de la productividad del trabajo como indicador de eficiencia tenderá a crecer en los próximos años, en un marco poblacional más estable, sobre todo si la actual volatilidad del empleo se reduce.

Rafael Myro Sánchez es catedrático de Economía Aplicada de la UCM

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