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Columna
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La hora de la política

Hace cerca de tres años advertía, con mucha moderación, el vicepresidente Solbes de la necesidad de ir desinflando con prudencia la burbuja inmobiliaria. La reacción fue extremadamente virulenta. "Está haciendo daño al sector más importante de la economía", "somos los que movemos el país". La advertencia, que tenía fundamentos más que sobrados, sólo sirvió para dejar patente la honestidad intelectual y el sentido de la responsabilidad del político de El Pinós.

Nuestra economía se ha sostenido en tres pilares básicos, la industria, el turismo y la construcción. Los demás sectores o son poco relevantes o tienen un potencial de crecimiento limitado como la agricultura o dependen directamente de los pilares citados como es el caso de las industrias de servicios de todo tipo, informáticos, hosteleros, comerciales, etc. cuya vulnerabilidad ante la crisis es elevadísima.

"La política requiere la permanente presencia de una oposición seria y responsable"

Si nos centramos en los tres grandes sectores, es evidente que el más afectado y que sale más malparado de estos años de euforia es el sector industrial. Motivos ha habido de sobra. El espíritu empresarial, cuyo objetivo primordial es reducir riesgos e incrementar beneficios, no ha podido rehuir la tentación que representaba la actividad inmobiliaria. Inducidos además por las propias entidades financieras, a las que les resultaba más fácil conceder hipotecas para producir bienes inmobiliarios que otorgar créditos para la generación de inversiones productivas. Todo ello sin el más mínimo análisis de la demanda efectiva de viviendas o lo que es peor ocultándola a los clientes y generando ahora una desconfianza que será difícil de remontar.

Decía el presidente de una importante asociación patronal hace unos años: "Hoy, en todas las industrias, del sector que sean, hay un despachito que no da ningún trabajo y que genera más beneficios que toda la planta de producción, en la puerta tiene un letrero que dice, División inmobiliaria de Industrias X, SA".

Lo que a corto es un desastre producirá la paradoja económica de que a medio plazo nuestros hijos disfrutaran de una oferta abundante de viviendas y a precios sustancialmente más baratos. Keynes ya planteó estas paradojas cuando manifestaba su preocupación por el incremento del ahorro y por tanto la disminución del consumo que podía conducir a la recesión a corto, pero que en cambio facilitaría la inversión necesaria para el largo plazo. El que no se consuela es porque no quiere.

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Volviendo a nuestras industrias, la productividad y por tanto la competitividad de nuestras empresas ha pasado en estos años a un menos que segundo plano. Y ¿qué decir de la innovación y del desarrollo de nuevos productos? La entrega, la dedicación y el sacrificio e incluso el riesgo del empresario para crear productos nuevos es duro y difícil, hay que mimar al personal cualificado, hay que invertir, todo con un alto nivel de incertidumbre, pero sin embargo el único camino para garantizar el futuro.

El resultado no puede ser más desalentador, Alemania ha registrado en un año 23.000 patentes, España apenas alcanza algo más del medio millar. Un país nórdico con una población semejante a la valenciana y con un volumen de universitarios ligeramente inferior registra treinta veces más patentes que una comunidad que presume de I, de I+D y de I+D+I. Demasiado discurso y pocos recursos.

Los empresarios no han tenido incentivos para crear y la destrucción de empleo en la industria con la perdida de los mejores activos laborales está generando una merma de competitividad alarmante. Es necesario sanear nuestra balanza comercial, pero no solo por la reducción imparable del consumo sino sobre todo por el incremento de nuestra productividad y nuestra creatividad, a nivel nacional, sectorial y empresarial.

Claro que además hay que contar con la dura competencia de las economías emergentes pero eso no impide a nuestros socios europeos seguir con balanzas positivas.

(Por cierto, sin abogar por ningún tipo de proteccionismo, la falta de capacidad de control en nuestras fronteras extracomunitarias es un problema que se debería abordar urgentemente, Francia con una frontera mucho menor que la nuestra cuenta con diez veces más efectivos humanos que España para verificar el cumplimiento de las normas de los productos de importación).

No solo no somos competitivos sino que la euforia especulativa nos ha llevado a consumir por encima de las posibilidades de nuestra economía.

Indexar el crecimiento de los salarios a los incrementos de la productividad debería ser una tarea primordial para los sindicatos como única forma de defender los intereses presentes y futuros de los trabajadores. Y que nadie se rasgue las vestiduras.

Vincular cualquier tipo de beneficio fiscal o ayuda pública a las empresas a ese mismo incremento de productividad es también una necesidad perentoria. Y las entidades financieras deberían olvidarse algo de la productividad estadística y analizar los incrementos reales.

Somos un país que se está aproximando a los cincuenta millones de habitantes, carecemos de recursos naturales si exceptuamos el clima y el mar ya suficientemente explotados, nuestros únicos activos son unas infraestructuras bastante bien dotadas aunque siempre mejorables y sobre todo nuestra población. Hay que darles formación y empleo y debería ser en lo posible de forma simultánea. Nuestra gente, que percibe mejor que nadie la extrema gravedad de la situación, tiene necesidad de confiar en el futuro y sabe que no será la revalorización de sus viviendas la que le garantizará el bienestar, sino solo el trabajo bien hecho. Habíamos dejado de admirar a quien trabajaba duro para salir adelante para otorgar nuestro reconocimiento al que sabía "invertir bien".

Es la hora de la política, mal que les pese a algunos políticos que han llegado a creer que su función era el compadreo, la conspiración y la destrucción del adversario de dentro y de fuera de casa y que evidentemente han confundido la profesión.

Al igual que la economía necesita la regulación y los estabilizadores que le debe aportar el Estado, la política democrática requiere, si quiere sobrevivir, la permanente presencia de una oposición seria y responsable que ofrezca garantías y alternativas al pueblo.

Algunos poderes económicos, no elegidos por nadie, aunque a veces sí, han intentado suplantar al poder democrático y nos han conducido a las puertas del desastre; deberían prestarle un servicio al país, aunque sea el único, revestirse de la humilde estameña franciscana, ungirse con ceniza cuaresmal y dejar la batuta a los líderes políticos que para eso los hemos elegido. Y lo van a tener muy difícil si no encuentran o no se atreven a aplicar los grandes remedios para los grandes males. Hay que acotar el futuro al sudor, quizá incluso a alguna lagrima pero evitemos cerrar el pronóstico de Churchill.

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