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Crítica:Música | Argerich y Maisky
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Saber escuchar

¿Cabe a estas alturas decir algo nuevo de Martha Argerich? No. Es una de las grandes voces del pianismo contemporáneo desde el último tercio del siglo pasado. Sus interpretaciones de Chopin son ya historia, pero no menos significativa ha sido su dedicación al repertorio contemporáneo: Bartók, Prokófiev, Messiaen, Shostakóvich. Discípula de un inconformista como Friederich Gulda, inconformista ella misma, poco dada a entrevistas y otras formas de promoción, su arte es introspectivo, delicado, limpio como una patena.

¿Puede descubrirse algo inédito a estas alturas del violonchelista Mischa Maisky? Tampoco. Discípulo de dos gigantes del instrumento como Piatigorski y Rostropóvich, de este último hereda un apoyo del arco sobre las cuerdas que es como el diafragma del cantante: fundamento vivo de la expresión. Ha actuado con los más grandes de la batuta: Bernstein, Giulini, Metha, Muti, Maazel, Baremboim... y con Martha Argerich, con la que ha formado dúo en muchas ocasiones.

Concierto de Martha Argerich, piano, y Mischa Maysky, violonchelo

Obras de Beethoven, Grieg, Messiaen y Shostakóvich. Ibercàmera. Palau de la Música, Barcelona, 11 de noviembre.

Volvieron a tocar juntos la otra noche en el Palau de la Música. ¿Cabe decir algo nuevo sobre ello? Muy difícil. En cualquier caso, pocas veces es dado vivir en directo una lección de saber escucharse como la que ofrecieron ambos intérpretes. Concretamente, la Louange à l'eternité de Jésus, quinto tiempo de ese monumento que es el Quatuor pour la fin du temps, compuesto por Olivier Messiaen en el campo de concentración Stalag VIII en 1940, fue sencillamente sobrecogedora. Maisky desplegó la lentísima frase sobre los acordes rítmicos del piano de Argerich como un suspiro infinito sobre el inexorable paso del tiempo. Muy grande. Tanto como para que esa lección se contagiara al público: el silencio y la concentración con la que se siguió la pieza son dignos de ser subrayados, especialmente en una época de resfriados como ésta. Escuchándose, Argerich y Maisky nos enseñaron a escuchar. Tal es la grandeza cívica que alcanzan algunos conciertos.

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