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Columna
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Jacques Delors

Han coincidido en estos días varios encuentros entre académicos y gentes de empresa y de la Administración pública, en los que se trató sobre la suerte económica de Galicia desde el momento de la integración de España en las Comunidades Europeas. He participado en el que dirigió en A Coruña el profesor González Laxe, y he podido leer algunas de las aportaciones que se hicieron en los otros, gracias a que coordino la preparación de un número monográfico de la Revista Galega de Economía sobre esta misma cuestión. Aprovecho la oportunidad, pues, para exponer aquí algunas de las reflexiones que me pareció que cundían entre la mayoría, por no decir en la totalidad de los participantes en estos eventos.

Galicia ha recibido de la Unión Europea el 75% de la financiación de proyectos de gran envergadura

La primera y general fue, claro está, la de hacer un balance positivo de la experiencia. Aunque por su complejidad haya tenido claros y oscuros, incluidas consecuencias indeseables, por lo menos circunstancialmente, para algunos grupos sociales, a nadie se le puede escapar que la Galicia de 1986 y esta otra de 2008 son muy distintas. En algunas de sus manifestaciones puede decirse que entre tanto ha emergido un nuevo país. En materia de infraestructuras, por ejemplo. De modernización de la Administración pública, que es cuestión crucial para dar fiabilidad a casi cualquier cosa. De internacionalización económica, por fin, que da a nuestro sistema productivo una robustez inusitada.

Cierto es, también, que en los años inmediatamente anteriores a la integración de España en las Comunidades Europeas, que como ustedes recordarán, se produjo en 1986, sucedieron en Galicia algunas otras cosas que, sin duda alguna, ayudaron a sacar más provecho de esa circunstancia. No se nos olvide, en primer lugar, que en 1981 nos hemos dotado de un Estatuto de Autonomía, es decir: de capacidad para autogobernarnos, de disponer de un Gobierno propio que, por definición, estaba obligado a considerar la especificidad de nuestra necesidades y proyectos. Tampoco podemos olvidar que durante esos mismos años ochenta se ejecutó en Galicia un programa de reconversión industrial, socialmente muy costoso, pero económica y empresarialmente redentor. Y, no por fin, porque podrían señalarse más efemérides, es principal que recordemos que, coincidiendo con nuestra incorporación a la hoy Unión Europea se acordó la creación de los Fondos Estructurales Comunitarios, destinados a promover la convergencia económica entre los diversos países asociados.

De estos fondos ha recibido Galicia desde entonces una cantidad cercana a los dos billones (con b, 12 ceros) de las antiguas pesetas, que sirvieron para aportar el 75% por ciento de la financiación necesaria para impulsar proyectos de gran envergadura y trascendencia modernizadora, con lo que nos da una cantidad total de inversión superior en un cuarto a esa cifra inicial. Una gran cantidad de dinero que por nosotros mismos no hubiésemos podido reunir jamás.

No se le ha sacado todo el provecho posible a ese inmenso flujo de recursos financieros. Algunas veces se han financiado con cargo a ellos proyectitos que nada tenían que ver con el objetivo general de la modernización estructural. Incluso pudieron usarse para pago del clientelismo político. En algunas fases, parecía más urgente e importante repartirlos que orientarlos. Puede decirse, por eso, que la Administración autonómica no siempre estuvo a la altura de las circunstancias. O que al menos no fue tan eficiente como podía exigírsele. Pero a pesar de todo, ese dinero representó una ayuda insustituible para hacer progresar al país. Ahí están los números.

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Por todo esto que les digo, no les sorprenderá que aplauda, incluso emocionadamente, que el Consejo Social de la Universidad de Santiago de Compostela haya pedido el reconocimiento de un doctrado honoris causa de para Jacques Delors. Él era el presidente de la Comisión Europea cuando se acordó crear esos fondos y reconocer a Galicia el carácter de región de atención preferente, dado su retraso relativo. Pocas personas pueden poner su firma con tanto merecimiento en la lista de los constructores de la Galicia actual. Y reconocérselo es de pura justicia.

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