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Columna
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Rosa Montero

A mí me da igual que Bardem haya dicho que los españoles somos estúpidos. Aún más: también me da igual que no lo haya dicho, o sea, que haya habido un malentendido, un desfase lingüístico, como él aseguró después, y que sólo le parezcan estúpidos unos cuantos españoles (los que hablan mal de él). Bardem es sin duda un gran actor, y el escándalo patriochiquero que se ha montado es una tontería. Ahora bien, resulta curioso constatar la incapacidad que muchos triunfadores manifiestan a la hora de enfrentarse a las críticas. Sí, seguro que muchas de esas críticas son arbitrarias y absurdas. Pero los amores arrebatados de los fans a menudo son igual de arbitrarios. Quiero decir que a veces las grandes estrellas son atacadas injustamente, pero también adoradas sin merecerlo: vaya una cosa por la otra.

Vean las últimas entrevistas de Bardem: se diría que emplea un tono airado, ácidamente sarcástico y resentido. Yo entendería mucho más que el tono airado y resentido lo exhibiera algún perdedor perseverante, alguien a quien las cosas le fueran fatal. Pero si tienes el mayor éxito que pensarse pueda y estás en lo más alto de la gloria, ¿a qué viene toda esa amargura, vive Dios? Esta actitud reconcomida es bastante común entre las grandes figuras: ahora mismo recuerdo una entrevista de hace tres o cuatro meses con Zafón, otra estrella superferolítica, en la que también mostraba su carga de rencores; y a poco que piensen un poquito, seguro que se les ocurren unos cuantos nombres más de triunfadores quejicas. Por fortuna hay tipos estupendos que llegan a lo más alto sin perder los papeles, como Banderas o Nadal. Pero otros parecen tan irritados con el mundo como si el mundo hubiera cometido con ellos una enorme injusticia. Dan ganas de decirles: venga, hombre, agradece lo que tienes, relájate y disfruta.

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