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Los que corren delante de los toros

Los encierros de 'Sanse' aúnan mozos expertos y chavales que vuelven de marcha

"La carrera es el toro. Es una explosión de adrenalina. Cuando corres sólo ves al animal. Y la gente. Quién tienes a un lado. Al otro. Delante. Hasta dónde puedes aguantar y por dónde vas a salirte". Así explica Óliver, de 30 años, 16 de ellos delante de las astas, qué es para él un encierro. "Corro porque soy aficionado desde pequeño a los toros. Me llevaba mi padre. Es mi tradición".

Su compañero Juan Pablo Esteban, de 26 años, coincide. "Mi hermano y mi tío también son corredores. Corro porque disfruto. Es un compendio entre arte, valor y técnica. Puede más el sentimiento de saber que lo has hecho bien que la adrenalina".

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Desde una hora antes del encierro empiezan los nervios. En la manga (el interior del recorrido) de San Sebastián de los Reyes, los más expertos calientan músculos. Saltan. Echan carreras cortas.

Óliver y sus colegas fichan a los corredores. En el tumulto distinguen dos categorías: los nocturnos y los diurnos. Los primeros llevan toda la noche a la espalda como un atillo cargado de copas de más y cansancio; los diurnos ya están en la cama cuando da la medianoche. Se levantan con las gallinas el día del encierro. Ducha, café y al toro. "El que arriesga y es nocturno es porque lleva dos copas de más. Causan más accidentes de los que sufren", cuenta Óliver, que corre en Sanse desde los 14 años. Luego empezó a recorrer las fiestas de la Comunidad de Madrid. A los sanfermines va cada año.

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Ernesto, pamplonés de 33 años, lleva cinco visitando los encierros de Sanse. "Es mucha adrenalina, emoción, miedo, respeto. Me gusta lo que siento cuando corro delante de un toro", explica. Es un hombre alto, fuerte, con la cabeza completamente rapada. "En Sanse las carreras son más rápidas. Puedes acercarte un par de metros más al toro. En Pamplona los animales van muy ciegos con tanta gente. Por eso vengo". En Pamplona ha corrido 17 años consecutivos.

A mitad de manga, una mujer de unos treinta años, fuerte, con el pelo recogido, entrena con el rostro fruncido. Sus compañeros la llaman y ríen. "Están de broma", asegura ella. Dice que corre por tradición, desde hace ocho años. "Siempre hay algún necio que te dice que no sabes, que eres mujer. Son los menos. Luego te ven correr y se callan", asegura.

Entre los nocturnos de la manga están los más jóvenes. Rafa, de 17 años, pelo pincho y pañuelo al cuello, alardea junto a otros tres chavales de su edad de haber corrido los últimos dos años en Sanse. "Rafa, no te mates", grita una chica con los ojos pintados de negro desde el otro lado de la talanquera. "Lo dice porque el año pasado tropecé yo sólo", se justifica el joven. "¿Correr a los 15? Fue por una apuesta", responde. "Que decían que no tenía huevos". Porque no se puede correr hasta los 16 años. Hoy todo el grupo supera esa edad. "Corremos porque nos gusta acabar así la fiesta", resume otro. Ninguno de ellos ha dormido. Cuando se les pregunta cuánto han bebido, uno contesta: "Puf, ponte a contarlo". Los otros le miran y se ríen.

Los técnicos del Samur y la Policía Local apremian a los rezagados que no van a correr para que salgan de la manga. Quedan minutos para que suelten las reses. Desde el otro lado de la talanquera truena el chupinazo. Retumba el suelo mientras todos empiezan a correr: diurnos, nocturnos y animales.

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