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Crítica:GREC 2008
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una habitación compartida

Carlota Subirós recibió el encargo por parte del Grec de montar un espectáculo sobre Mercè Rodoreda dado que éste es el año del centenario de su nacimiento. Volvió a las novelas y a los cuentos de la autora de La plaça del diamant que había leído en la escuela, descubrió la "fuerza indomable de su escritura" y se sumergió en sus cartas, sus prólogos, sus entrevistas y en los estudios de su biografía como De foc i de seda de Marta Nadal. En el texto Ideas para un espectáculo que se incluye en la carpeta de prensa del montaje, Subirós habla extensamente y con entusiasmo de la figura de Rodoreda y de cómo abordarla en escena; dudas y posibilidades surgen desde la admiración que siente por nuestra escritora en lengua catalana más universal, y acaso sea este texto más interesante que el montaje en sí, pues es en las palabras de Subirós que descubrimos un cierto contagio del espíritu tenaz de Rodoreda.

RODOREDA. UN RETRAT IMAGINARI

Dramaturgia y dirección: Carlota Subirós. Intérpretes: Alba Pujol, Carlota Subirós. Escenografía: Max Glaenzel, Estel Cristià.

Mercat de les Flors. Barcelona, 22 de julio.

Rodoreda. Un retrat imaginari es la síntesis del denominador común entre Rodoreda y Subirós, un denominador común también a otra escritora, Virginia Wolf, a quien la primera admiraba -imagino que la segunda también- y que, en lo tangible se concreta entre las cuatro paredes de una habitación propia. La escenografía es esa habitación-estudio, un espacio sobrio, acogedor y tranquilo. En él Subirós es el enlace silente entre ella y Rodoreda, encarnada por la joven actriz Alba Pujol, que da voz a la escritora desde filmaciones en vídeo que se proyectan sobre la pared del fondo, así como en directo. No hay voluntad de verosimilitud, sino más bien la de dar a entender que las generaciones actuales heredan las palabras y la actitud de las anteriores, en este caso, las de Rodoreda. Hasta ahí, bien, aunque como espectadores seguimos con la sensación de no haber entrado aún en el meollo de la acción. Y aquí es cuando la cosa se complica y empobrece, cuando se intenta plasmar en escena la complejidad del proceso creativo literario que Rodoreda explica en sus textos y que Pujol recoge en estas filmaciones trucadas. Acciones simbólicas, como la tierra que la joven saca del escritorio y esparce por la habitación, son el equivalente escénico que se nos ofrece a las palabras de la escritora.

Puede que el problema sea el formato de este retrato. Tal y como está concebido, me lo imagino formando parte del recorrido de una exposición; una habitación tan inspiradora como la del montaje por la que se pudiera pasear, y entre cuyas paredes resonaran las palabras de Rodoreda una y otra vez; una habitación que realmente pudiéramos compartir.

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