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El PP vasco, ante su congreso

El PP corta amarras con Mayor Oreja

El centro derecha no nacionalista ha realizado un arduo recorrido desde el estigma de su origen franquista hasta su instalación como tercera fuerza política

"En 1989 no había más de seis personas con los dos pies dentro del partido". Esta frase de un histórico, el alavés José Manuel Barquero, define con claridad el lugar del que viene el PP y al que no quiere volver de ninguna manera. Tampoco lo teme ya. Pero el abandono de María San Gil, que ha forzado el congreso que se celebrará el próximo fin de semana, ha retrotraído a muchos a aquellos tiempos de división y consiguiente irrelevancia política.

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La memoria de ese pasado reciente ha jugado, junto a otros elementos, un papel decisivo en el rápido cierre de una crisis que podía haber tenido consecuencias imprevisibles. Se habría añadido, además, a la pérdida del poder en Álava, el único bastión que el PP ha tenido durante ocho años.

Todo indica que el PP saldrá de su congreso en unas condiciones aceptables para seguir su camino. El que le cuadra después de haber conseguido asentarse como una de las tres principales fuerzas políticas, alternando la segunda plaza con el PSE-EE y, desde las generales de marzo, también con el PNV.

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No siempre ha sido así. La travesía que ha seguido el centro derecha no nacionalista desde el inicio de la democracia hasta ahora ha sido particularmente larga y accidentada. Su evolución electoral lo atestigua gráficamente. "¿Que qué hemos hecho?", repite la pregunta el portavoz parlamentario del PP, Leopoldo Barreda, un histórico también pese a su juventud, "cambiar mucho y muy rápido". "En 1987 teníamos los votos que ahora tiene Ezker Batua y dos escaños, y dos tercios de los vascos votaban nacionalista. Ahora tenemos el Parlamento menos nacionalista de la historia", observa.

¿El secreto? Superar la fragmentación y el estigma del franquismo, primero; después, darse cuenta de que era el PNV el que tenía sus votos, a pesar de la conocida teoría del intercambio con los socialistas, y acercarse a él buscando darle alternativa. Y, sobre todo, "superar la endogamia para abrirnos a una sociedad que ha evolucionado a toda velocidad en los últimos años", dice Barreda.

Ese centro-derecha vasco, existente como espacio social, como demostraron en las primeras elecciones generales de 1977 los resultados de la UCD, se enfrentó a varios obstáculos de fondo hasta llegar a ser la segunda fuerza en las elecciones de 2000. Ese estigma del franquismo, del que eran herederos, cada uno a su manera, los dos partidos que aspiraban a ese espacio (la propia UCD de Jesús María Viana y AP), fue uno de ellos y pesó de modo decisivo. Pero tampoco cuajaron otros intentos sin ese anclaje, como la Democracia Cristiana Vasca, Guipúzcoa Unida, Demócratas Independientes Vascos, Acción Liberal Vasco o Unidad Vizcaína.

Igualmente determinantes fueron la falta de estructura para asentar una base local, la incidencia de las crisis y escisiones en Madrid, y muy especialmente la presencia, casi desde el principio, del acoso y la amenaza de ETA.

Jaime Mayor Oreja, entonces ministro del Interior, con el  ex presidente del PP vasco, Carlos Iturgaiz, y José María Aznar en 2000, en la playa de la Concha.
Jaime Mayor Oreja, entonces ministro del Interior, con el ex presidente del PP vasco, Carlos Iturgaiz, y José María Aznar en 2000, en la playa de la Concha.EFE

El hacedor

Nadie le disputa en el PP a Jaime Mayor Oreja (San Sebastián 1951) su condición de hacedor del partido. Protagonizó los dos intentos -el primero fallido en los ochenta, con Coalición Popular, y el segundo exitoso, ya en los noventa, con el PP- por ocupar el espacio del centro derecha no nacionalista en Euskadi. Sin embargo, se da por hecho que será el segundo gran ausente del congreso del próximo fin de semana, junto a la presidenta, María San Gil.

Partidario inicialmente del entendimiento con el PNV, el ensañamiento del terrorismo con los cargos de su partido y el Pacto de Lizarra le llevan, ya como ministro el Interior, a un giro acusado en su pensamiento. Según su nueva doctrina, asumida por el PP, el llamado conflicto vasco sólo puede encauzarse con la derrota policial de ETA y la salida del PNV del poder. Hasta ahora ha encuadrado y marcado la trayectoria del PP vasco.

La UCD podía aguantar el tipo en las elecciones generales, y hasta ganarlas en Álava, pero su debilidad no le permitía saltar el listón en las municipales y, después, tampoco lo logró en las autonómicas.

Había importantes diferencias territoriales en todo caso, que se mantienen aún: la parte del león se la ha dado siempre Álava. En las elecciones de 1979, UCD obtuvo 127 concejales, pero su distribución es elocuente: 109 salieron en Álava y 18 en Vizcaya. En Guipúzcoa ni se estrenó.

En las autonómicas de 1980 obtuvo seis parlamentarios y menos de la mitad de los votos que había logrado sólo un año antes en las generales. La parte del león de su representación en la Cámara autonómica se la ha dado siempre Álava.

El periodista Gorka Angulo, que ha estudiado con profundidad la historia del centro-derecha vasco no nacionalista, atribuye gran parte de sus dificultades para llegar a su espacio sociológico a una cuestión orginaria: haber sido "la única de esas tres grandes tendencias políticas que, a diferencia del nacionalismo y el socialismo, no tenía ni líderes ni siglas de referencia del período republicano o de la lucha contra el franquismo".

Con ese mal incurable y los mimbres existentes se realiza el primer experimento de unidad, en un intento de evitar el arrollamiento por los socialistas en las elecciones generales de 1982: la Coalición Popular surgida de la suma de UCD y AP, más dos escisiones del primero, el Partido Demócrata Popular (PDP) y el Partido Demócrata Liberal (PDL). En el primero, recuerda Angulo, militarían nombres que luego serían protagonistas de una época: Jaime Mayor y Julen Guimón, pero también unos jovencísimos Carlos Iturgaitz, Alfonso Alonso e Iñaki Oyarzabal.

De esa Coalición Popular, que quedaría en manos de AP tras la autopulverización de UCD, surgió en las elecciones municipales de 1983 la figura de Gregorio Ordóñez. Y con él, la primera experiencia de gobierno: a él recurrieron para gobernar todos los alcaldes de San Sebastián, desde Ramón Labayen (PNV) a Odón Elorza (PSE-EE), pasando por Xabier Albistur (EA).

Todavía estaba por llegar el peor momento. La gran crisis que se inicia en las generales de 1986 deja luego en las autonómicas en dos escaños a AP y en otros dos al CDS, y toca fondo en el calamitoso resultado de las municipales al año siguiente. Como remate, se produce la escisión de Unidad Alavesa.

Sería Jaime Mayor el encargado de recoger los restos y tirar hacia arriba. Desde los seis diputados de 1990, hasta la victoria en Álava y Vitoria de 1999, con el gobierno de las dos principales instituciones, y su fracasado intento, por la mínima, de desalojar al PNV de Ajuria Enea.

Acercarse al PNV para ganarle

El PP vio desde muy pronto que el modo de recuperar el voto que consideraba propio pero que se refugiaba en el nacionalismo moderado de los años ochenta y noventa era acercarse a él. De ese convencimiento surgieron innumerables pactos, tanto locales como en Madrid. El más conocido, que está en el origen de la expulsión de los dirigentes navarros del PNV que se negaron a cumplirlo, fue el protagonizado por Miguel Herrero de Miñón y Mitxel Unzueta, con el beneplácito de Xabier Arzalluz, en 1983. Con él se aseguró el PNV las alcaldías de Bilbao y Vitoria y la diputación de Álava, y UPN la comunidad foral navarra. El actual presidente del PNV, Iñigo Urkullu, y el popular Leopoldo Barreda, entonces en Alianza Popular, firmarían otro pacto de referencia en Durango, en 1987, que incluía también a Euskadiko Ezkerra. Eran los tiempos en que el PNV daba por liquidado al centro derecha españolista y lo incorporaba sin recelos para resolver sus necesidades de mayorias.

Pero de aquella época oscura, de la sustitución de Julen Guimón por Jaime Mayor y de otra decisión estratégica, la firma del Pacto de Ajuria Enea, datan las bases de lo que Barreda denomina "el inicio de la recuperación de la sintonía con la sociedad". En ese terreno pantanoso de escisiones y atomización comienzan a surgir oportunidades. Y las aprovechan todas: de San Sebastián a Getxo, pasando por la de Durango, en una secuencia que no para de sumar acuerdos. En el 95 se extienden a Bilbao, Amorebieta, Elorrio...

Fueron esos pactos los que dieron legitimidad y fijaron una base local de cierta solidez al PP. Pese a que el acoso de ETA se hace más expreso con el asesinato de Gregorio Ordóñez en 1995 y dos años después la amenaza se generaliza con el de Miguel Ángel Blanco. El PP recibe el mensaje y opta por hacer de su presencia en los ayuntamientos una batalla de principio, consciente de que, si renuncia como referencia local, volverá a la debilidad de la transición. En paralelo, el PNV se percata de que ni ha parado al PSE ni ha neutralizado al PP con los pactos y, en medio de la oleada de deslegitimación tras el asesinato de Blanco, reorienta sus prioridades en la esperanza de engordar ahora en los caladeros de la izquierda abertzale.

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