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Análisis:DIOSES Y MONSTRUOS
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Así nos parecen, así son

Carlos Boyero

El regalo, como los sueños realizados, se ha demorado hasta crear ansiedad. Después de siete años, ya podemos disponer de Los Soprano al completo. En siete cofres o todos juntitos en una caja y con interminables extras. De lo segundo puedo prescindir. No me gustan las disecciones, ni las montañas de datos, ni entrevistas con los autores, ni ver las secuencias que fueron suprimidas o aligeradas en el montaje, ni anécdotas del rodaje, ni el proceso que ha acompañado a la creación de una obra de arte.

Respeto la pasión de los coleccionistas y de los que quieren saberlo todo sobre sus fetiches y sus mitos más amados, pero a los míos los prefiero desnudos, sin adornos, tal y como han sido concebidos. No asocio Los Soprano con la televisión. Y es injusto ya que es el medio en Estados Unidos al que están prestando su talento y su imaginación los guionistas y directores más brillantes. Pero considero que, independientemente del formato que utilizan, lo que están haciendo es cine inmejorable, un cine destinado al clasicismo. Para mí, Los Soprano es una película. La película soñada, ya que dura 80 horas. Fragmentada en cuatro capítulos por noche, constatas que estarás abastecido de la mejor droga durante un mes al año. Y que siga tronando afuera, que caigan chuzos, que el frío sea intolerable. Tu Arcadia será invulnerable gracias a Los Soprano.

Y dispones de tus personajes favoritos en ese universo de modélicos hijos de puta, gentuza pintoresca, tan humana, con la que te puedes identificar en mil circunstancias emocionales pero de la que sus honestos creadores no permiten que te enamores a largo plazo. Te pueden seducir en momentos puntuales, aunque nunca olvidas que pueden enviar al hospital o al cementerio a cualquier hijo de vecino (los suyos están excluidos, pero nadie más, incluidos hermanos, tíos, primos, cuñados, amigos, padres y madres, que son en general tan subterránea transparentemente salvajes como sus verdugos) si el negocio lo exige, o si existe una deuda que ajustar, o por puro capricho. A mí me atraen especialmente (dando por supuesto que Tony Soprano está más allá del bien y del mal, que David Chase y James Gandolfini han compuesto un personaje a la altura de las criaturas de Shakespeare) el compulsivo Christopher Moltisanti y su sensual mujer, Adriana La Cerva. También me pone el hortera Paulie, el más malo de todos los malos. El ciclotímico, inseguro, chulito (no chulazo, aclaremos) y yonqui Chris descubre que su auténtica vocación no es desparramar sesos sino escribir guiones para el cine, donarle a Hollywood el verdadero lenguaje, gestualidad y comportamiento de los gánsteres. Ese virtuoso de la guitarra con su calvorota cabeza enfundada en un pañuelo de bucanero y que conocíamos por Steve Van Zandt ha conseguido que me olvide del universo de Springsteen para identificarlo con Silvio, pragmático consigliere, feroz si lo exigen las circunstancias, experto en imitar momentos trascendentes de su ídolo Michael Corleone. Sienten admiración reverencial por Scorsese, les deslumbran los hombres duros de la pantalla.

Los asesinos de verdad, los legionarios, centuriones y emperadores de la Cosa Nostra imitan los fascinantes retratos de su personalidad que ha inventado o copiado Hollywood desde su nacimiento, el aroma de las flores del mal, los mitos que han construido las ficciones. La delincuencia real se enamora de sus copias, intenta parecerse a los hipnóticos, embellecidos y complejos retratos de esas poderosas bestias que nos ha ofrecido siempre la fábrica de sueños.

Y aparece un libro con título tan perspicaz y original como Hollywood y la Mafia. Cuenta cositas tan sabidas y triviales como los lazos fraternales entre la industria del cine y el crimen organizado. Normal. Como en cualquier historia que mueva deslumbrantes cantidades de dinero. Como en la política, las armas, el cemento, las drogas, las putas, el juego. Lo firma Tim Adler, un oficinista aplicado, un aséptico redactor de sucesos, un rastreador de hemerotecas, un grisáceo profesional del "me contaron, decían, está probado, hay testimonios...".

A mí no me cuenta nada nuevo. Ya sabía, a través de Ellroy, que la ignominia gansteril y la doble moral de la siempre hipócrita familia Kennedy se inició con el golfo del patriarca. Que Francis Albert, conocido como el maravilloso Sinatra, el que definía su magnetismo con un sabio "yo no vendo voz, vendo estilo", fue colega interesado y ancestral de los grandes capos, que Raft era la imagen arrogante y pública de los estereotipos con clase, que todas las grandes productoras lavaban la pasta de la Mafia, que los sindicatos eran un manipulable invento de ella, que Linda Lovelace ejercía de garganta voluptuosa y profunda porque la opción si no lo hacía con disciplina y mimo era un tiro en la cabeza, que los tiburones de la Columbia, de la venerable RKO, de la Paramount y de la Warner se transformaban en corderos negociadores si Capone, o Luciano, o Rosselli, o Siegel, o Cohen, o Giancanna, o la familia Colombo, exigían el ajuste de cuentas, la multiplicada recuperación de su inversión o de su progenitura.

Lees Hollywood y la Mafia con curiosidad inicial, sin sorpresas para cualquier iniciado, con pedagógica rutina. ¿Por qué tengo que estar solo si cuanto digo es cierto?, se preguntaba hace muchos años el sentimental cinismo de Leonard Cohen. Sólo pido que cuando me narran perversos cotilleos o verdades sobre el reverso tenebroso de los mitos, sobre la mierda con la que se edifican las leyendas perdurables, sobre la veracidad del "todo es mentira" en Hollywood, me lo describan escritores con maléfica inteligencia y mordacidad de altura como el satánico Kenneth Anger y el demoledor Peter Biskind. O el desdichado y superviviente Pat Hobby en el que Scott Fitzgerald volcó su autoparodia, su patetismo y su humor. Sospecho que lo que cuenta Hollywood y la Mafia es de verdad, pero no me escandaliza, lo doy por sabido, me da igual. La ensoñación estaba construida con mierda. De acuerdo, pero que me lo cuenten con gran literatura. Los datos, tan veraces ellos, me aburren. -

Los Soprano. Colección completa. 1999-2007. Warner. Hollywood y la Mafia. Los más sangrientos gánsteres de la historia y su influencia en el mundo del cine. Tim Adler. Ma Non Troppo. Barcelona, 2008. 320 páginas. 21 euros.

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