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Retos e incertidumbres de una 'economía sándwich'

El estallido de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos, el elevado grado de apalancamiento financiero de los bancos de inversión, el endeudamiento de las familias y empresas, la subida en vertical del precio del crudo han colocado a la economía mundial al borde de una crisis sistémica que impacta en Europa. La crisis de las subprime ha mutado rápidamente hacia un colapso del sistema de crédito debido a la práctica de las titulizaciones de las deudas hipotecarias. La economía española, que ha dado muestras de un gran dinamismo desde 1995, si bien aquejada de debilidades estructurales específicas, no podía permanecer inmune al contagio de esta crisis global.

Ha aprovechado la caída de los tipos de interés para crecer por encima de la media europea y acelerar su proceso de convergencia en materia de renta per cápita. Habiendo creado más de seis millones de puestos de trabajo desde 1995, el déficit público ha sido transformado en excedente creciente a partir de 2004. Pero el recorte de los tipos iba a impulsar también las inversiones en bienes inmuebles, cuyo precio se iba a disparar. Las familias iban a elevar su nivel de endeudamiento y pasarían a ser más sensibles al cambio de sesgo de la política monetaria.

La pérdida de competitividad ha llevado a un problemático déficit de la balanza de pagos
España está abocada a crecer menos a corto plazo y a reorientarse hacia sectores más productivos

De hecho, los síntomas de agotamiento se hacen patentes a partir de la segunda mitad de 2007. El ritmo de crecimiento del PIB ya se ralentiza a partir del último trimestre de 2007 como consecuencia de una crisis del sector de la construcción y de que el consumo de las familias crece al menor ritmo interanual desde 2003. La evolución favorable del mercado de trabajo se empezó a deteriorar en octubre de 2007 y las tendencias descendentes del ciclo económico se confirmarían en el primer trimestre de 2008. Se sucederían entonces las correcciones de las previsiones de crecimiento para la economía española.

El Gobierno, tras muchas vacilaciones y tras adoptar un paquete de medidas por un importe superior a los 10.000 millones de euros destinado a contrarrestar la atonía del consumo privado y de la inversión, lo colocaba en el 2,3% para 2008 y 2009. La Comisión Europea, menos optimista, lo sitúa en un 2,2% en 2008 y en un 1,8% en 2009. En cuanto al FMI, que considera a la economía española como una de las más expuestas al ciclo inmobiliario, rebaja el crecimiento al 1,8% para el año 2008 y al 1,7% para 2009. Más allá de la batalla de cifras, está claro que la economía española va a padecer su mayor resfriado desde 1994. Aunque, como ya se puede observar, tras haber saneado el Gobierno español las finanzas públicas y gozar de mayor margen de maniobra presupuestario y fiscal respecto de crisis anteriores (excedente del 2,2% en 2007 y deuda respecto del PIB del 36%), va a dejar que actúen los estabilizadores automáticos para no añadir a la contracción de la demanda privada una restricción del gasto público.

El ajuste en el sector de la construcción, que ha llegado a superar el 12,5% del PIB a mediados de 2007 y a generar el 20% del empleo total creado en estos 10 últimos años, queda supeditado a la intensidad de la caída del precio de la vivienda. Lo cual surtirá efectos negativos sobre el empleo. Por ese canal de transmisión acusará más intensamente la economía española los efectos derivados del endurecimiento de las condiciones monetarias y crediticias (Euríbor por encima del 5,4%) que los países de su entorno. España va a padecer las consecuencias de unos excesos que la llevaron a construir más de 800.000 viviendas en 2006.

El más selectivo y oneroso acceso al crédito deprime un consumo privado que ya está bastante debilitado por el creciente endeudamiento de las familias, por la bajada del precio de la vivienda que anula el ilusorio efecto riqueza, por la moderación salarial y las incertidumbres que se ciernen sobre el empleo. Las familias optan, pues, por reducir sus gastos de consumo y normalizar su situación financiera. De ahí que siendo potente la herramienta de los tipos de interés, no son la solución única a los problemas de la economía. Hasta que las familias, empresas y bancos no purguen los excesos y reduzcan su deuda, el consumo y la inversión no se van a relanzar por mucho que bajen los tipos de interés tanto menos cuanto que resulta previsible que el BCE, temeroso de la dinámica inflación-salarios, se muestra proclive a endurecer la política monetaria europea. Al contraerse el crédito se agravan los problemas de venta y de endeudamiento de los promotores. Ello influye negativamente en la actividad de los propios bancos más comprometidos que en ocasiones anteriores con la financiación de la promoción de viviendas. Las inmobiliarias y constructoras, que se habían endeudado hasta extremos desconocidos para ganar tamaño y diversificar negocio, mantenían una deuda con las entidades financieras superior a los 250.000 millones de euros a finales de 2007.

Así pues, debido al diferencial de inflación, encarecimiento del precio del dinero en un contexto de endeudamiento creciente de las familias, precio de las materias primas y expectativas laborales más inciertas, se seguirá contrayendo el consumo de los hogares. Las inversiones, debido a la caída en picado de la inversión residencial y a la atonía del consumo, no crecerán más del 2,3% en 2008. En cuanto al empleo, experimentará, en el mejor de los supuestos, un aumento del 1,4% en 2008 y del 1% en 2009. Según el FMI, la tasa de paro llegará al 9,5% en 2008 y ascenderá hasta el 11% en 2009. Ya se encuentra por encima del 9,6% y con tendencia al deterioro.

El futuro de la economía española se va a ver condicionado por la intensidad de la recesión en Estados Unidos, por el deterioro del empleo, por la evolución del precio de las materias primas y su transferencia a los precios finales así como por las dificultades que puedan tener las entidades de crédito para financiarse en los mercados internacionales a sabiendas de que la eurozona no goza de una política monetaria tan acomodaticia como la norteamericana y de que esa política podría adoptar un sesgo más restrictivo en un futuro próximo.

Pero, la economía española padece también un problema endémico de competitividad agravado por su diferencial de inflación y por la apreciación del euro. Debido a su relativamente mala especialización sectorial e intrasectorial y a su baja productividad, mantiene un abultado déficit exterior en los productos de alta intensidad tecnológica. Asimismo, sus importaciones de productos de bajo contenido tecnológico están creciendo a ritmo sostenido y estos productos van perdiendo peso en sus exportaciones. Economía sándwich, se ve sometida a la dura competencia de las economías más desarrolladas en los sectores de elevado contenido tecnológico y a la competencia de los países emergentes en los sectores cuya producción requiere un uso menos intensivo de capital y de progreso técnico. La pérdida de competitividad de la economía española y sus decepcionantes logros en materia de productividad han llevado a un déficit problemático de la balanza de pagos por cuenta corriente. Ha rebasado el 10% del PIB en 2007 y se mantendrá en esos niveles en 2008. Pero, aun siendo este déficit externo más indoloro que en el pasado, al pertenecer España a la UEM, revela una peligrosa tendencia al endeudamiento de las familias y de las empresas. El modelo de crecimiento español ha sido excesivamente dependiente de la financiación exterior y la crisis financiera actual dificulta tanto más la captación de ahorro internacional en cuanto no gozan precisamente de buena prensa los bonos respaldados por cédulas hipotecarias.

Los cuatro pilares del milagro español, construcción, empleo de baja calidad en sectores de débil valor añadido, consumo privado y endeudamiento creciente ya no aguantan más. Pero, más allá de los discursos voluntaristas en torno a la promoción de la I+D+i -España gasta sólo el 1,1% de su PIB (0,8% en 2004) frente al 2% de la Unión Europea o el 3% de Estados Unidos-, inversiones en tecnologías de la información y de la comunicación etcétera, parece difícil que los sectores de mayor valor añadido puedan tomar el relevo a corto plazo y ser los sectores de arrastre. La economía española, pese a los compromisos formales adquiridos en torno a la Estrategia de Lisboa, sigue presa de las inercias del pasado. Además, el bajo nivel de los salarios nominales (precariedad, inmigración) ha llevado a las empresas a apostar por una menor capitalización que explica sus peores resultados en materia de productividad total de los factores. Si bien toda Europa mantiene un fuerte retraso en el sector productor de las TIC, más que en su aplicación en los procesos productivos, España se coloca en el furgón de cola. Consecuencia de sus importantes debilidades estructurales, de un tejido productivo compuesto mayoritariamente por pymes de muy pequeña dimensión, menos comprometidas con la productividad y las actividades exportadoras, y de su propio patrón de crecimiento (importancia relativa del sector de la construcción y de un sector servicios de bajo valor añadido), la economía española tiene serias dificultades para compatibilizar la creación de empleo con el aumento de la productividad. Lograr dicha compatibilidad habría de ser tarea central del Gobierno. Al no poder perdurar los factores monetarios que han apoyado el crecimiento hasta la fecha, salvo que las economías centrales de la eurozona entraran en recesión, España está abocada a crecer menos a corto plazo y, por difícil que sea, ha de reorientar sus esfuerzos de especialización hacia sectores más productivos. -

Francisco Rodríguez Ortiz es profesor de Economía de la Universidad de Deusto.

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