_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Paradojas del odio

El atentado contra los talleres de El Correo -el diario con mayor tirada en el País Vasco- perpetrado el pasado domingo por ETA se saldó sin víctimas personales, pese a los daños materiales causados. Así pues, la organización terrorista vuelve a dirigir sus armas contra uno de sus blancos predilectos (varios periodistas han sido asesinados o gravemente heridos a lo largo de las últimas décadas) y a orientar su maniaca inquina hacia los profesionales y empresarios que se limitan a cumplir con el deber constitucional de informar verazmente a sus lectores y de servir de cauce a la libertad de expresión.

Aunque los terroristas no habían avisado previamente de la colocación de la bomba adosada al muro exterior de la rotativa, la advertencia genérica estaba ya dada. El comunicado del 26 de mayo de ETA, tras condenar con su rudimentaria retórica "la cara realmente asquerosa" de la opresión impuesta "por el hambre de dinero y poder", y después de jactarse del atentado de Legutiano y del asesinato del guardia civil Juan Manuel Piñuel, se refería amenazadoramente a los medios de comunicación que respaldan la tarea cumplida por los cuerpos de seguridad del Estado y de la Ertzaintza -"los mercenarios de aquí y de allí"- para aplicar las leyes y defender las libertades de los ciudadanos.

La bomba de ETA en un edificio del diario 'El Correo' reactiva la ofensiva terrorista contra la prensa

La paradoja de que ETA exija -según el comunicado- "un marco democrático que garantice todos los derechos fundamentales" y a la vez contribuya a la libertad de prensa con el asesinato de periodistas y los atentados contra talleres gráficos no es sólo una incongruencia lógica. Esa contradicción revela sobre todo el significado opuesto de los contenidos atribuidos al vocabulario político por los adversarios y los defensores de los terroristas.

El impresionante reportaje de Pablo Ordaz -Otro parque temático de ETA- publicado hace una semana en EL PAÍS sobre la vida cotidiana de Pasaia, municipio gobernado por ANV como segunda marca funcional de Batasuna, describe los usos y los abusos del término libertad de expresión tal y como es aplicado por los militantes del brazo político de la organización terrorista allí donde son mayoritarios y logran imponer la espiral de silencio al resto de la población. Otro magnífico artículo de Pablo Ordaz sobre el municipio en que fue asesinado el socialista Isaías Carrasco -El miedo anda suelto por Mondragón, EL PAÍS, 20 de abril de 2008- había mostrado con idéntica eficacia el carácter intransitivo de cualquier derecho que el nacionalismo radical considere suyo.

Los constitucionalistas americanos y la jurisprudencia de su Tribunal Supremo se han ocupado de las implicaciones operativas y de los mensajes ocultos del lenguaje del odio (hate speech) en el marco de la libertad de expresión. Seguramente Zapatero hubiese debido cortar las conversaciones con los terroristas -sin aguardar a la ruptura de la tregua- nada más advertir la presencia de tal síntoma en los comunicados de ETA y los juicios en la Audiencia. -

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_