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Crítica:CANCIÓN
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Zeca, herencia preciada

Hay gente con suerte. Y con mucho gusto. Cristina Branco es una de ellas. Suerte, porque su garganta limpia, cálida como un abrazo, le permitiría salir airosa de casi cualquier original de la música popular portuguesa que le viniera en gana. Y gusto, porque cada vez son más, por fortuna, los tributos al colosal cancionero que nos legó José Zeca Afonso, pero pocos están resueltos con tal derroche de sutileza como el que da forma a Abril, el nuevo álbum de la artista.

Cristina ha contribuido decisivamente a engrandecer la nueva generación del fado, pero no se le caen los anillos por cambiar de aires. Algún pureta latoso se lo ha de reprochar; el resto disfrutará con una recreación sagaz y valiente de unos originales ya de por sí lindísimos. Zeca era ternura, gusto popular, melodía de belleza desarmante (Os índios da Meia-Praia), complicidad con la voz de los humildes. Y Branco acepta el regalo -igual que Davide Zaccaria hace poco con otro disco gozoso, A terra do Zeca- para transformar esa herencia preciada en un delicado caramelo jazzístico.

Cristina Branco

Cristina Branco (voz), Ricardo Dias (piano), Mário Delgado (guitarras), José Centeno Moreira (contrabajo), Alexandre Frazão (batería). Teatro Albéniz. Madrid, 5 de junio. Dos tercios de entrada (600 espectadores).

Desde el arranque con Menino d'oiro quedan al descubierto las principales bazas: arreglos preciosistas, notas suspendidas en el aire, tenues variaciones en la armonía. Delgado alterna la guitarra eléctrica convencional con la sureña, como un Ry Cooder del Tajo, y Dias dibuja falsetes vocales que remiten a los de David Blamires o Pedro Aznar en las sucesivas formaciones del Pat Metheny Group.

Todo el repertorio es de Afonso, salvo una incursión en el manantial de Fausto, el otro nombre enorme en la canción de nuestros vecinos atlánticos. Y no, no ha hecho falta recurrir a Grândola, vila morena para reivindicar la obra de Zeca. Más allá del valor histórico y circunstancial de aquel himno, la excelencia corresponde a Chamaram-me cigano (que ahora suena chispeante como un charlestón), Era un redondo vocábulo, Maio maduro maio (más hermosa aún que en la lectura de Madredeus), la nana Canção de embalar o Cantigas de maio, que incluso ha dado título a uno de los mejores certámenes para jóvenes cantautores que se celebran en España.

Belleza queda, belleza quieta, tenebrista. A veces hierática: a Cristina sólo se le puede reprochar su parquedad en las presentaciones, esa timidez, la inseguridad de quien aún no se ha desprendido del atril con las letras. Lo demás le sobra. Aunque les pese a los puretas.

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