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Columna
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El socialismo liberal / 2

Norberto Bobbio, figura mayor de la sociología italiana del siglo XX y referente principal de la vida intelectual de su país, fue un militante indefectible de la democracia y de la lucha antifascista en Italia. Primero en los grupos social-liberales de Guido Calogero, después desde las filas del Partido de la Acción, y finalmente en su denuncia última del berlusconismo corrompido y faccioso. Reivindicando el conflicto como eje articulador de la vida política, insiste en la diferencia entre derecha e izquierda, cuya negación, nos dice en Destra e Sinistra (Donzelli, 1994), es siempre represiva y funciona como coartada de la injusticia. Por lo demás, la complejidad de las sociedades actuales y su exigencia de competencias técnicas se traduce necesariamente en una jerarquización social que conlleva estratificaciones insalvables y oligarquías férreas. Frente a ello, Bobbio, en Il futuro della democrazia (Einaudi, 1984-1995), no impugna las élites, sino que aboga por su democratización mediante su apertura a la sociedad y la práctica de nuevas incorporaciones que la doten de mayor capacidad innovadora.

La libertad es una responsabilidad social y la igualdad es la esencia de la democracia

Porque la profundización de la democracia, según él, no puede consistir en condenar a los comunistas sino que tiene que esforzarse por integrarlos en las filas de la democracia y asociarlos en el combate para la emancipación de los trabajadores y de los oprimidos. Su voluntad de diálogo llega hasta el gauchismo, puesto que la igualdad es también para ellos el criterio fundamental entre quienes apuestan por el progreso y quienes se han apuntado a la obscena acumulación capitalista constituyendo una especie humana aparte: los superricos. Por eso, sin confundir la igualdad con el igualitarismo de Baboeuf, el gran filósofo social que fue Bobbio, sostiene que la libertad no es como pretende la derecha el soporte del enriquecimiento y que la desigualdad no es el motor del progreso histórico, sino que libertad e igualdad son indisociables y su realización conjunta es la mejor prueba de su autenticidad. De aquí su afirmación, compartida tanto por expertos europeos como extraeuropeos, y entre ellos de forma principal por Amartya Sen en La Economía es una ciencia moral, que la libertad es una responsabilidad social, y que el "ethos de la igualdad" es la esencia de la democracia representativa.

Tres pensadores mayores de lo social se enrolarán en Francia en ese difícil combate: Edgar Morin, Cornelius Castoriadis y Claude Lefort. Tuve el privilegio de coincidir con el último, a finales de los años cincuenta, en algunos de esos extraordinarios ejercicios de pensar que eran las clases de Merleau-Ponty en el Collège de France. El autor de Las Aventuras de la Dialéctica, curado de su ruptura con Sartre y pacificado su espíritu, proponía un liberalismo progresista de pura libertad, un liberalismo unitivo tan alejado del conservadurismo como de las radicalidades comunistas. Claude Lefort recoge el envite y, centrándolo en los derechos humanos, los declara irreductibles al individualismo liberal, porque más allá de consagrar un espacio individual totalmente independiente del Estado, inaugura un ámbito publico de opinión y de comunicación que es la base de la democracia. Marx, dice Lefort, se equivoca al calificar a los derechos humanos de artilugios de la dominación burguesa y deja escapar con ello la capacidad emancipadora de la democracia moderna. Pues toda lucha de clases que logra salirse de la cárcava del dogma marxista desemboca en una ampliación de la libertad de todos. Desde ahí, situándose en la perspectiva del socialismo liberal, exige el reforzamiento de los derechos sociales, susceptibles de asegurar el bienestar económico y social, condición imperativa de cualquier libertad política efectiva. Sin olvidar los derechos societarios de los grupos de base (mujeres, minorías étnicas y sexuales, defensores del medio ambiente, etcétera) que al igual que sucede con los derechos sociales y contrariamente a la práctica de los derechos de opinión, de asociación o reunión, no se encierran en un estatus jurídico negativo sino que tienen condición positiva, lo que obliga al Estado a eliminar los obstáculos que los dificulten y aun más los hagan imposibles. Lefort no formula propuestas concretas, pero lo hacen quienes en su línea participan en la crítica del productivismo de la sociedad salarial de André Gorz, y prevén pasarelas, como los subsidios universales o las rentas de ciudadanía, que hagan posible la supervivencia económica de los individuos, compatible con su desarrollo personal y el cumplimiento de todos.

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