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Barcelona tiene 40 bares clandestinos gestionados por 'okupas'

Jóvenes y estudiantes extranjeros forman la clientela de estos negocios

En una calle sombría, en el Raval, hay un inmenso portal antiguo de madera que tiene una pequeña puerta en el medio, como las entradas de las iglesias. Tres golpes con los nudillos y la puertecita se abre unos centímetros. Una voz sin rostro indica: "Si queréis entrar son cinco euros". Un asentimiento y la puerta se abre por completo dejando ver un pasillo largo y profundo que conduce hacia el interior.

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El portero analiza, con aire desconfiado, el aspecto del visitante y acaba por dejarlo entrar. Los techos son muy bajos y hay que agacharse para poder llegar al fondo. Guirnaldas de lucecitas adornan el techo. En las paredes, paisajes pintados con colores cálidos y figuras de dibujos animados. A lo largo del pasillo, mesas, todas diferentes, que se ven gastadas y sillas de plástico de jardín. Tras un largo recorrido, aparece una inmensa sala, el bar. Ésta es la carta de presentación de la mayoría de los bares clandestinos, un fenómeno social que prolifera en Barcelona, abren todos los días, con especial dedicación los fines de semana, y tienen su clientela entre los jóvenes.

En la ciudad, hay unos 40 locales de este tipo regentados por integrantes del movimiento okupa que, en la mayoría de las ocasiones, viven en el piso de arriba de estos singulares bares. Todo el edificio está ocupado por ellos y destinan la planta baja al bar. Se trata de una forma de autofinanciación, además de una oportunidad de disponer de un lugar de reunión a medida donde ellos ponen las normas. La mayoría de estos locales son enormes, ocupan todos los bajos del inmueble, y tienen las mesas y sillas al fondo, de manera que desde la calle no se oye ningún ruido y lo que se esconde detrás de la puerta no se puede ni imaginar.

La sala principal, donde se concentran los clientes, cuenta con una decoración improvisada a base de carteles reivindicativos enganchados y pintadas originales en las paredes que confieren un ambiente agradable y curioso, a pesar de los prejuicios iniciales. Algunos de estos locales, también tienen pequeños escenarios donde de vez en cuando grupos de músicos, simpatizantes del movimiento, animan las noches. "Muchos okupas son artistas que no pueden vivir de su arte. Escogen este modo de vida porque estos bares son una oportunidad de sobrevivir y exponer sus obras: algunos pintan, otros hacen fotografía o son músicos", explica una joven cercana al movimiento, que no quiere revelar su identidad.

Los precios de estos bares son sensiblemente más baratos que los de los bares convencionales. Una cerveza de lata cuesta cerca de dos euros y un combinado unos cuatro. Las bebidas se compran en el supermercado y el alcohol es de calidad. En ellos se pueden encontrar drogas con facilidad y gente consumiéndolas. Además a media velada alguno de los clientes te puede sorprender, por ejemplo, con un "¿tienes MDMA?", una droga en polvo parecida al éxtasis.

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Estudiantes

Sin embargo, el precio asequible de las bebidas no es el único elemento de reclamo de estos bares. "Para mí el precio es lo de menos, yo vengo por el morbo de saber que estoy en un lugar ilegal", explica Carlos, un joven estudiante de master y habitual de estos locales.

La mayoría de la gente que frecuenta los bares clandestinos suele estar comprometida con el movimiento okupa; sin embargo, los estudiantes -sobre todo los extranjeros- son también clientes asiduos. "Vine a Barcelona con el Programa Erasmus. Nada más llegar, mis compañeros de piso, todos de diferentes nacionalidades, me dijeron que me iban a llevar a estos bares, que era algo imprescindible de ver. Al principio, me daba un poco de cosa, pero enseguida me di cuenta de que no había nada peligroso en estos locales. Al contrario, hay muy buen rollo. Ahora a menudo voy a tomar una copa allí y cuando vienen amigos de mi país les llevo. Es lo primero que me piden", relata Céline, una estudiante francesa de 23 años.

El 'fenómeno Erasmus'

Las universidades de Barcelona han acogido desde 1987 a un número elevado de estudiantes del Programa Erasmus (Plan de Acción de la Comunidad Europea para la Movilidad de Estudiantes Universitarios). Muchos de ellos son o han sido asiduos de los bares clandestinos y contribuido a su fama entre el círculo estudiantil.

En 2002, la película francesa Una casa de locos, que narra la vida de siete estudiantes procedentes de diferentes países europeos durante su estancia en la capital catalana, popularizó la ciudad presentándola como el lugar ideal para pasar un año de estudios fuera de casa.

En consecuencia, el número de estudiantes erasmus procedentes de distintos países europeos se incrementó en Barcelona. Para garantizarles una buena acogida y la posibilidad de conocer a universitarios de otros países, se crearon asociaciones y organismos que proponen actividades y lugares de encuentro alternativos para este colectivo foráneo. Debido a esto, los erasmus suelen acudir, hoy en día, a los locales indicados por el colectivo y empiezan a espaciar sus visitas a los bares clandestinos.

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