_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El posnacionalismo

Las elecciones del pasado 9 de marzo han supuesto, sobre todo en Cataluña pero también en el País Vasco y en otras comunidades autónomas, el despertar de la ensoñación nacionalista. Desde los mismos inicios de la recuperación de la democracia en España la representación de las formaciones nacionalistas en el Congreso de los Diputados había ido creciendo: nacionalistas catalanes y vascos sumaban 23 escaños en 1977, fueron sólo 20 en 1979 pero subieron a 24 en 1982, llegaron a ser 31 tanto en 1986 y 1989, bajaron en 1993 a 26, fueron 25 en 1996 y 24 en 2000, subieron de nuevo a 27 en 2004 y son ahora sólo 20, los mismos que en 1979. La misma tendencia se produce si a la suma de los escaños de nacionalistas catalanes y vascos se le añaden los de otras formaciones nacionalistas o regionalistas, ya que sumaban 24 diputados en 1977, 27 en 1979, 24 en 1982, 35 en 1986, 37 en 1989, 32 en 1993 y 1996, 33 en 2000 y 2004, y ahora son sólo 24, los mismos que en 1977.

El nacionalismo está dando paso al posnacionalismo, un retorno al catalanismo histórico no exclusivo

La tendencia es muy clara. Apunta al cierre de un prolongado ciclo histórico en la política española. Mientras desde las filas nacionalistas se ha ido elevando constantemente el listón reivindicativo, las preferencias electorales de la ciudadanía se han orientado hacia fórmulas mucho más realistas. Con gran tozudez nos lo advertían ya los sucesivos sondeos de opinión pública: en Cataluña ha habido y hay una amplia mayoría ciudadana -cerca del 42%- que se siente tan catalana como española, un porcentaje considerable -el 28%- que se siente más catalán que español, otro porcentaje mucho más bajo -el 18,5%- que sólo se siente catalán, y un porcentaje todavía mucho más bajo -inferior siempre al 4%- que sólo se siente español. Los mismos sondeos indican que los asuntos que ocupan y preocupan casi de forma exclusiva a las formaciones nacionalistas -las relaciones entre España y Cataluña o la crisis de la identidad catalana- sólo son percibidas como el principal problema del país, respectivamente, por poco más del 6% o del 1% de la ciudadanía. Sólo menos del 20% de los catalanes apuestan por la independencia, más del 36% desearían que Cataluña fuese un estado dentro de una España federal, más del 34% optan por el actual sistema autonómico y únicamente menos del 4% ve a Cataluña como una simple región española.

Todo apunta a que el nacionalismo empieza a dar paso al posnacionalismo, que no es otra cosa que un retorno al catalanismo histórico. Un catalanismo en el que nadie tiene la exclusiva de nada, porque todos -esto es, independentistas, soberanistas, nacionalistas, confederalistas, federalistas, autonomistas o regionalistas- tenemos nuestra particular concepción de Cataluña, cada una de ellas tan legítima y respetable como todas las demás.

Lo que escribo acerca de Cataluña tiene también su traslación en el País Vasco y, de algún modo, también en el conjunto de España. Si está claro que la rotunda victoria del PSC del 9-M tiene trascendencia histórica, no es menor la importancia del gran triunfo alcanzado por el PSE en el País Vasco. En ambos casos la apuesta por la España plural se ha impuesto a la del nacionalismo más o menos soberanista. Catalanismo y vasquismo con un horizonte federal es lo que proponen en Cataluña y Euskadi los socialistas. No es casual que su apuesta haya recibido un apoyo tan mayoritario como el alcanzado el 9-M. Tampoco es casual que la apuesta por la España plural se haya impuesto en España entera, ni que esta victoria haya tenido particular relevancia también en algunas comunidades como Galicia, Baleares, Canarias o Aragón, en donde la apuesta del PSOE por la España plural se ha hecho sentir con mayor fuerza.

Ahora le corresponde al PSOE, y en primerísimo lugar a José Luis Rodríguez Zapatero en su segunda legislatura como presidente del Gobierno, liderar y llevar a la práctica esta clara apuesta política a favor de la España plural, avalada ahora por su clara victoria electoral del 9-M. Esta es la hora del posnacionalismo. También es la hora del posnacionalismo español.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Jordi García-Soler es periodista.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_