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Reportaje:DE VIAJE

Extranjero de sí mismo

La memoria de Albert Camus se ha ido borrando lentamente de los lugares argelinos en los que transcurre su obra cumbre. Pero la fuerza de sus libros permanece

Viajar siguiendo la estela real de un libro, para cualquiera que ame la literatura, es casi un acto de misticismo. Y por mi parte, cuando tengo tiempo y dinero para costearme uno de esos viajes, no dudo un instante en hacer las maletas. Así me embarqué, en febrero del pasado 2006, a bordo del ferry Djazair II, un barco que cubre la ruta entre el puerto de Alicante y las ciudades argelinas de Orán y Argel. En esta ocasión, mi peregrinaje literario consistía en visitar los escenarios en donde transcurre la novela El extranjero, de Albert Camus, un libro que a muchos lectores nos ha subyugado desde sus primeras líneas: "Hoy ha muerto mamá. O quizás ayer. No lo sé". ¿Puede abandonarse una lectura que comienza de tal modo?

Argel continúa siendo la ciudad azul y blanca que tanto amaba el escritor, la urbe con apariencia de golondrina de mar

Mi amigo Ismet Terki, profesor de Literatura en la Universidad de Orán, la ciudad "fecunda y brutal" en palabras de Camus, me esperaba a eso de las siete de la mañana en el destartalado puerto de la urbe, entre el ajetreo de los viajeros argelinos que desembarcaban cargados de zapatos de contrabando comprados en Elche y los inútiles gritos de los aduaneros y policías que trataban de poner orden en semejante barahúnda. Terki iba a servirme de guía literario en su ciudad, aunque no le hacía demasiada gracia que el personaje elegido por mí fuera Camus. Como a muchos argelinos, el escritor les parece, en cierta forma, un renegado del país. La razón fundamental es que, en sus novelas -salvo una rara y breve excepción en El primer hombre-, los argelinos figuran siempre sin nombre y son calificados como "árabes". Y el otro motivo, más profundo, fue una frase que dijo a la prensa cuando le concedieron el Premio Nobel en 1957: "Yo creo en la justicia; pero defendería a mi madre antes que a la justicia". Camus era un francés nacido en Argelia cuando era colonia gala, un pied-noir, y esa declaración, en plena lucha por la independencia de Argelia, le valió la repulsa, no sólo de los rebeldes norteafricanos, sino de toda la izquierda francesa, comenzando por su viejo amigo y valedor Jean-Paul Sartre.

¿Por qué viajar a Orán si El extranjero transcurre en Argel? Por la sencilla razón de que fue un incidente acontecido en una playa oraní en 1940, cuando el joven aspirante a escritor residía en la ciudad, lo que le llevó a concebir la novela. Él mismo lo mencionó alguna vez y sus biógrafos Todd y Lottman lo han recogido en sus trabajos. Fue una mañana de domingo en la playa de Bouisseville, al oeste de la ciudad. Camus fue a pasar el día con varios amigos y dos de ellos, los hermanos Bensoussan, tuvieron una reyerta con un grupo de jóvenes árabes. Raoul Bensoussan recibió un navajazo superficial en un brazo y, después de curarse, armado con una pistola, fue en busca de su agresor. Por fortuna, el muchacho árabe huyó de la playa a toda prisa y el incidente terminó sin más sangre. Pero Camus quedó impresionado por la violencia de lo sucedido. Estaba ya escribiendo una novela que iba a titularse Una muerte feliz y cuyo protagonista se llamaba Mersault. Cambió el título por uno nuevo: El extranjero, y escogió Bouisseville como el escenario en donde Mersault asesina al joven árabe, lo que supone su posterior condena a muerte. Camus describió así la escena: "Entonces todo vaciló (...). Me pareció que el cielo se abrió por completo para dejar que lloviera fuego (...). El gatillo cedió (...). Comprendí que había destruido el equilibrio del día (...). Tiré aún cuatro veces sobre un cuerpo inerte en el que las balas se hundían sin que se notara. Y eran como cuatro breves golpes que daban en la puerta de la desgracia".

La playa de Bouisseville no es ya ese lugar soleado y bello de los días de Camus, ese escenario en donde "todas las mañanas de estío parecen ser las primeras del mundo", sino un arenal sucio, repleto de basuras, detritus y ratas muertas, cercado por casas a medio construir, otras derruidas y las escalinatas rotas de un antiguo muelle. Olía a aguas fecales. "Aquí ya no se baña nadie", dijo Terki, "el agua está contaminada por completo". Yo pensaba en la novela, en la economía de su lenguaje, "el estilo sin estilo", como se conoció desde entonces ("la verdadera obra de arte", afirma el escritor, "siempre se sitúa a la medida humana, es esencialmente la que dice menos"). A poco de publicarse, en mayo de 1942, en pleno desánimo por la ocupación nazi de Francia, el libro era ya un clásico. Y ha continuado siéndolo, hasta el punto de haberse convertido en el libro francés más traducido a otras lenguas. Por sus páginas desfilan las sombras de Nietzsche y de Kierkegaard y, sobre todo, Melville. ¿No hay en Mersault algo de Moby Dick, ese monstruoso e insensible asesino que ilustra hasta qué punto el mal puede ser banal y exento de moral. La ballena blanca mata impulsada por su instinto; a Mersault le mueve hacia el crimen el sol cegador del día. "El extranjero", como señaló el propio Camus, trata de mostrar "la desnudez del hombre frente al absurdo".

Imaginada en Orán, la novela transcurre en Argel, la urbe en donde discurrió la infancia de Camus y cuyos paisajes aparecen a retazos en la novela: "En la oscuridad de la cárcel -recuerda Mersault en un descanso del juicio contra él- encontré uno por uno, surgidos de lo hondo de mi fatiga, todos los ruidos familiares de una ciudad que amaba (...). El grito de los vendedores de diarios en el aire calmo de la tarde, los últimos pájaros de la plaza, el pregón de los vendedores de emparedados, la queja de los tranvías en los recodos elevados de la ciudad y el rumor del cielo antes de que la noche caiga sobre el puerto". Bien pudieran ser las añoranzas del propio Camus, casi un exiliado en Orán y muy pronto en París, trasladadas a su trágico personaje.

De manera que, unos días después, tomé el tren que une las dos ciudades en un viaje que dura apenas cinco horas. Argel continúa siendo, como entonces, la ciudad azul y blanca que tanto amaba el escritor, la urbe con apariencia de golondrina de mar que sobrevuela el azul mediterráneo. Paseé sus calles y sus plazas guiándome por la lectura de El derecho y el revés y El primer hombre y visité el barrio de la niñez del escritor, entonces llamado Belcourt y rebautizado tras la independencia como Sidi M'Hamed. No hay una placa que lo recuerde en su casa del número 93 de la calle de Lyon, ni tampoco en la escuela de párvulos en donde comenzó sus estudios, conocida entonces como Allé des Mûres (Alameda de las Moreras). Ni en el antiguo Grand Lycée, o Instituto Bugeaud, ahora llamado Emir Abd el-Kader, en donde Camus completó su bachillerato. Los profesores saben allí muy bien quién era, pero no quieren recordarle. "Después de todo", me dijo uno de ellos, "nos volvió la espalda, para él fuimos simplemente los árabes. Resulta algo extraño en un intelectual..., pero ¿cómo quiere que le amemos?".

Desde el ajetreado Belcourt contemplé la luminosidad del día sobre el mar cercano e invisible y recordé lo que dijo en cierta ocasión: "Yo nací a mitad de camino entre el sol y la miseria. La miseria me ha impedido creer que todo está bien en la Historia; y el sol me ha enseñado que la Historia no lo es todo". Era un extraño para los árabes y un extraño para la política colonialista francesa; un pied-noir que no creía en los imperios y un argelino diferente a los árabes, que proponía un pacto civil entre las comunidades para huir de la violencia..., un hombre sin patria marcado por una existencia absurda..., un extranjero como Mersault.

¿Imaginó alguna vez que moriría con los mismos pensamientos que alentó al final de su vida el desdichado Mersault cuando, en vísperas de su muerte, dijo?: "... me abría por primera vez a la tierna indiferencia del mundo". -

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