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Columna
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¿Un (in)feliz aniversario?

Un año lleva el Gobierno de Montilla al frente de este país. Y por lo que se intuye a través de las informaciones periodísticas y también por lo que algunos estudios ponen de relieve, los problemas a los cuales debe hacer frente el actual Ejecutivo catalán han ido creciendo en el decurso de este último año. Es evidente que muchos de estos problemas (infraestructuras, educación, salud, financiación del autogobierno...) vienen heredados de momentos anteriores e incluso algunos de ellos ni tan sólo se corresponden con las competencias actuales de la Generalitat, como es el caso de Cercanías, aeropuerto y AVE, entre otros. Pero ni una cosa ni la otra son suficientes para evitar que la opinión pública catalana muestre un hartazgo sin precedentes de la política. Un hartazgo que previsiblemente tendrá consecuencias, y cuando esto ocurra, lo más probable es que el Gobierno deba asumir una factura mucho más elevada que la que de la oposición.

El Gobierno de José Montilla tiene ante sí el reto de evitar un periodo de dulce decadencia del país

Es cierto que hasta el momento esa fatiga no ha sido motivo de desgaste fuerte del Gobierno de Montilla. Pero, por una parte, lo que es cierto hoy puede variar con gran rapidez en cualquier momento, y por otra, es igualmente evidente que el apoyo a la gestión del Gobierno de Montilla no obtiene una nota elevada como se debería esperar de un Gobierno constituido hace tan sólo un año. Lo que Barcelona vivió el pasado sábado por la tarde fue el más serio aviso de que las cosas se pueden torcer para el Gobierno tripartito de la Generalitat. Es cierto que las decenas de miles (yo creo que centenares de miles) de ciudadanos que ocuparon la Via Laietana el sábado por la tarde no lo hicieron para protestar contra el Gobierno de Montilla. Entre otras evidencias, porque entre los convocantes y con séquito propio en la manifestación estaban los dos socios menores del Gobierno de Montilla (ERC y ICV). Pero nadie puede dejar de observar que en la manifestación iban una parte del Gobierno y una parte de la oposición. Que Gobierno y oposición se manifiesten juntos es una imagen poco habitual y sólo reservada para las grandes ocasiones, como sin duda fue la manifestación del sábado. El problema no está en esa coincidencia, bien al contrario. El problema está más bien en las ausencias que en las presencias, entre otras cuestiones por las imágenes que esas ausencias van a generar los próximos dias. No hay nada peor para un Gobierno que el hecho de que se instale en la percepción ciudadana que este Gobierno no está en la misma longitud de onda que la mayoría de la ciudadanía ante los principales problemas vividos y sentidos por la población. Con la ausencia del PSC -del cual Montilla sigue siendo el principal dirigente- de la manifestación del sábado, el camino para presentar a Montilla y su partido como ajenos a lo que preocupa a una parte importante de la ciudadanía es más fácil. Es cierto que, siendo presidente, Pujol no se manifestó más que en contadas ocasiones; si la memoria no me falla, sólo en los actos de repulsa del terrorismo. Creo que el presidente Pujol no asistió a la manifestación anti-LOAPA (14 de marzo de 1982) ni al acto masivo en defensa de la nación catalana, en el Camp Nou, el 24 de junio de 1981. Su ausencia se explicaba por motivos del cargo. Pero su partido (CDC) y su socio (UDC) sí estaban. Ahora el problema es que no está el presidente Montilla (justificada ausencia por el cargo) ni su partido. Y en ese punto se abre una brecha de difícil argumentación ante la ciudadanía que puede ir filtrando y desgastando al Gobierno.

En cualquier caso, dejando para análisis futuros las consecuencias de estas ausencias, lo que nadie puede poner en duda es que la celebración del primer año del Gobierno de Montilla no ha sido lo feliz que debería haber sido y que sus protagonistas desearían. En general se considera, de acuerdo con los estudios de que disponemos, que los dos primeros años de cualquier Gobierno son el periodo en que la satisfacción ciudadana hacia éste es más elevada. No sabemos lo que ocurrirá en los tres años que faltan para finalizar la presente legislatura, pero si bien las teorías nos dicen que el Gobierno de Montilla debería estar próximo a la cima de su popularidad, es evidente que va a encarar el último tramo de su mandato con no pocas dificultades. Después de un primer año en que se ha sabido sacar provecho de lo que el anterior Gobierno de Maragall finalizó, ahora le toca asumir los retos propios de este Gobierno, algunos de los cuales se antojan conflictivos. Dejando de lado las leyes que están permanentemente anunciadas y que difícilmente verán la luz ya que la oposición no está por la labor (ley territorial y la ley electoral), es evidente que, en el campo de la educación, la immigración, la vivienda y el pacto de una nueva financiación autónomica, el Gobierno de Montilla va a tener que sudar la camiseta para obtener resultados. A Montilla le toca gestionar un periodo difícil del país. El periodo en el que hay que adaptar demasiadas cosas a una nueva realidad social menos complaciente consigo misma y menos floreciente que en los últimos años. Es el momento, por citar un ejemplo, en que ya no se puede esconder la crisis de la educación. Hay que asumir que sólo un Gobierno de centro-izquierda puede abordar las reformas necesarias para dar un vuelco a la situación. La ley de educación tiene que ser lo suficientemente atrevida como para imaginar que provocará una confrontación abierta con algunos sectores (no hay que descartar una huelga en el sector), pero los resultados de mejora no van a poder apreciarse hasta dentro de cinco años como mínimo. Demasiado lejos para este Gobierno. Y esto es sólo un ejemplo. Pero es lo que hay y son las reglas con que este Gobierno debe jugar. Es la tarea de los que deben adaptar un traje antiguo a unas nuevas circunstancias (metáfora excelente del propio Montilla) en que la vestimenta antigua se nos rompe y la nueva no nos gusta o no la podemos comprar. El Gobierno de Montilla tiene ante sí el reto de evitar un periodo de dulce decadencia del país. Casi nada.

jsanchez@fbofill.cat

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