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Necrológica:EN MEMORIA DE ROGELIO SALMONA
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Un arquitecto social comprometido

Si hay algo que singulariza la cultura moderna colombiana es el hecho de que se condensa en unos cuantos nombres excepcionales, cuyas vidas y obras deslumbrantes han sumido en la penumbra las del resto de los creadores que han coexistido con ellos. En literatura, el nombre es Gabriel García Márquez; en pintura, el de Fernando Botero, y en arquitectura, el nombre es el de Rogelio Salmona, muerto el pasado octubre en Bogotá, luego de una larga y penosa enfermedad.

Cierto, fuera de su país él es apenas conocido entre los arquitectos, los historiadores y los estudiosos de la misma que, aunque ubicados en las más diversas latitudes, suelen coincidir en la alta estima que les merece su trabajo. Pero en Colombia, su popularidad iguala las de García Márquez y de Botero porque él supo interpretar en términos de arquitectura la idiosincrasia de un país ensimismado y difícil con la misma gracia y dominio del oficio con las que lo han hecho el pintor y el escritor.

Las pruebas de la calidad de esta interpretación están al canto pero la más contundente de todas sigue siendo las Torres del Parque, un conjunto habitacional de tres torres, situado entre la plaza de toros y el cerro de Monserrate, que, desde su construcción a finales de los años sesenta del siglo pasado, se convirtió en uno de los símbolos inconfundibles de la ciudad de Bogotá. Un episodio arquitectónico, un hito urbano y un manifiesto extraordinario que expuso de manera temprana y contundente tanto las preocupaciones e intenciones políticas y sociales que dominaron la fecunda e innovadora tarea constructiva de Salmona, como las claves de sus búsquedas formales y expresivas.

Allí, en ese proyecto de viviendas protegidas construido por encargo del BCH, Salmona puso en juego su idea de que el compromiso político del arquitecto se centra en la generación de ciudad por medio tanto del diseño de espacios públicos que lo sean por cívicos y no por mercantiles, como en la realización de una arquitectura cuya calidad sea capaz de dignificar la vida de los ciudadanos comunes y corrientes y no sólo la de aquellos que pueden pagarla. En las Torres, en la sabiduría de su emplazamiento y de las cambiantes orientaciones del conjunto, está también su decidida apuesta por la valoración de los dramáticos paisajes bogotanos. Y en la brillante y sugerente utilización del ladrillo visto, su deseo de aprovechar los materiales y los métodos constructivos tradicionales del país.

En el resto de su obra, Salmona mantuvo esos compromisos iniciales, sin dejar por ello de investigar y de innovar como lo demuestra que, a su fidelidad inicial a las lecciones espaciales de Alvar Aalto y de Borromini, siguió su intento de aprender de los espacios ceremoniales precolombinos, junto con los de incorporar a sus obras la refinada teoría de acequias y de fuentes que articula la Alhambra. En la biblioteca pública Virgilio Barco una de sus últimas obras quedó claro, además, su continuo interés por la actualidad de la cultura arquitectónica internacional. En este edificio quedó claro su intento de descifrar y apropiarse de las claves del deconstructivismo en beneficio del enriquecimiento de sus proyectos.

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