"Estoy harto de la etiqueta de retratista oficial del rock"
GREGORIO BELINCHÓN
En julio de 1979, un amigo de Anton Corbijn llevó a casa de éste Unknown pleasures, debut de Joy Division. "No me impresionó mucho, la verdad. Volví a escucharlo y entonces me absorbió su magia". Corbijn (Strijen, Holanda, 1955) hizo el petate, y tras un lustro haciendo fotografías en conciertos por su país, se mudó a Londres. Retrató en Manchester ese mismo otoño a Joy Division. "Lo había convertido en mi misión", recuerda. La imagen quedó elevada a la categoría de mítica tras el suicidio, seis meses después, de su cantante, Ian Curtis.
Después, dirigiría más de 80 videoclips, publicaría una docena de libros con su obra gráfica y transformaría la imagen de Depeche Mode y U2. Se convertiría en el gran retratista del rock en blanco y negro. Una estrella multimedia, alejada de aquel timorato hijo de un pastor protestante rural que hacía fotos con la cámara de su padre.
Hace dos años, Joy Division volvió a su vida; a Corbijn le propusieron rodar Control, un biopic sobre Curtis. "Tuve que respirar profundamente y calmarme. Joy Division me hizo mudarme de Holanda y ser quien soy. Rechacé el proyecto, pero al final me di cuenta de que tenía que aceptarlo".
Hoy se reedita, en Warner y Rhino, toda la obra discográfica -escasa- de Joy Division: los dos álbumes oficiales (a los que se añaden sendas grabaciones de conciertos inéditos), y Still, la recopilación de rarezas y versiones de la época que sirvió de puente para que Joy Division, muerto Curtis, se convirtiera en New Order. Se anuncia la edición en castellano de Touching from a distance, la biografía escrita por Debbie Curtis, la viuda, en la que se basa el guión de Control. Y luego está el filme de Corbijn, estrenado el 7 de octubre en el Reino Unido y que aún busca distribuidora en España tras su paso por el Festival de San Sebastián.
Para hablar del mito Curtis, Anton Corbijn aparece displicente, alto, fibroso, con traje y deportivas. "Estoy harto de la etiqueta de fotógrafo del rock. Me considero un retratista. Del mismo modo que no no me siento cómodo adscrito al rock, no he hecho un filme musical, sino una historia de amor con gran música de fondo".
Protagonizada, claro, por Ian Curtis. Control despacha dos horas en blanco y negro ("así es como recordamos a Joy Division) de deslumbrante inmersión visual en la miserable vida de Curtis, un chaval culto que odia su creciente estatus de figura del rock, un enamorado que naufraga emocionalmente entre su mujer, de la que llega a divorciarse, y una periodista belga. Un creador que languidece en una Inglaterra gris.
Corbijn llegó a conocerlo: "Era un tipo agradable y a la vez un bastardo en el amor. Intenté ser neutral con sus chicas y con él. Quería incidir en que era un maniaco del control, probablemente por la vergüenza que le daban sus ataques epilépticos. Rodé en la misma casa en que vivió . Tuvimos que reconstruir los interiores en el estudio porque su hogar era muy pequeño, oscuro. Es increíble que alguien pudiera vivir allí".
Y también morir. El 18 de mayo de 1980, a los 23 años, Curtis ve en la tele Stroszek, de Werner Herzog, pone The idiot, de Iggy Pop, y se ahorca en la cocina aprovechando que su ex esposa no está. "Creo que fue culpa de su epilepsia y de la mezcla de alcohol y medicinas. El divorcio, la sensación de bloqueo que le provocó el amor por dos mujeres...". El gran reto fue elegir a un actor casi desconocido, Sam Riley, de hipnótica similitud al Curtis original, que baila con sus mismos movimientos espasmódicos. "Desde luego, su aparición fue una intervención divina", dice. ¿Y ahora, que hará Corbijn? "Me planteo volver a Holanda: salí por Joy Division y he acabado ese ciclo. Ya tengo el siguiente proyecto. Un thriller; no contaré nada más".
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.