_
_
_
_
_
Reportaje:OFICIOS Y PERSONAS: MARTÍ SOLÉ Y DOLORS VALLDAURA | Masoveros

"Cuando éramos pequeños nos pegábamos por ser payés"

El matrimonio sólo ha salido dos veces de Cataluña porque siempre debía quedarse uno al mando de la finca del amo

En el término municipal de Sant Joan de Vilatorrada (Bages), siguiendo la carretera de Calaf, en el kilómetro 10 hay un desvío a la izquierda que indica la entrada a la finca Santa Marta. El vehículo se adentra en un camino de tierra y piedras, rodeado de un frondoso bosque de pinos. El conductor debe reducir la velocidad, pues a veces el sendero es atravesado por zorros y liebres. Tras cinco minutos de recorrido, los altísimos árboles dejan entrever una enorme finca señorial, momento que recuerda a la primera escena del filme Rebecca, de Hitchcock, donde Joan Fontaine sueña que vuelve a la mansión de Manderley.

Al frente de Santa Marta se halla el matrimonio de masoveros formado por Dolors Valldaura, de 62 años, y Martí Solé, de 67, que viven de un oficio que prácticamente ya no existe. El masovero ha sido una figura crucial en la historia de las casas de labor catalanas y de su continuidad. Los padres de Dolors y de Martí, y sus hermanos y primos también se han dedicado a la explotación agropecuaria de las fincas de otros, de sus amos. Antes de entrar a trabajar en Santa Marta (antes Can Canals Vell), Martí ya ejercía de masovero en una finca de Prats de Lluçanès en la que cuidaba de vacas y cerdos de su propiedad. De lo que sacara del negocio ganadero, él tenía derecho a quedarse con dos tercios y el resto iba a parar al amo. Además, pagaba al dueño un alquiler simbólico. Mientras, Dolors cuidaba de sus tres hijos, Xavier, Jordi y Josep. No hace falta decir que ninguno de ellos ha querido seguir la estela laboral de sus padres.

"Amén de disfrutar gratis de los frutos, por primera vez éramos unos asalariados"

En mayo de 1978, cuando los niños ya tenían 10, 8 y 6 años respectivamente, un amigo herrero les informó de que en Santa Marta buscaban a una pareja de masoveros. Por un lado, Martí "estaba harto de ordeñar vacas", cuenta su mujer y, por el otro, el nuevo amo les ofrecía un sueldo. "Ya no se trataba de compartir ganancias. Aparte de poder disfrutar gratis de los frutos de la tierra, por primera vez éramos asalariados. De repente, nuestro trabajo era igual a los que iban a la fábrica", explica Dolors. Sin pensárselo dos veces, aceptaron la oferta. Desde entonces, Martí se ha dedicado a la manutención de los campos de cereales (trigo, maíz) y de los viñedos. Y su mujer, a la limpieza de la casa señorial, a la alimentación y a la matanza de pollos, gallinas, gallos, ocas, pavos y conejos, y al cultivo de los huertos. Dolors también se ha ocupado de los niños y se ha esmerado en que la familia tuviera siempre, manteniendo un horario estricto, el plat a taula.

El empresario José María Domingo adquirió Can Canals Vell en 1959 a los hermanos Vilacases, propietarios de Barcelona. Al poco tiempo nació Marta, su única hija y, en honor al bebé, bautizó la finca con la santa que lleva su nombre. En la época de esplendor de esta enorme masía, cuya construcción data del siglo XVIII, José María organizaba cacerías multitudinarias a través de sus 200 hectáreas de terreno a las que habían acudido gerifaltes políticos de la época, recuerda Dolors. Los cazadores organizaban comidas pantagruélicas y luego se repartían los animales salvajes abatidos. Guardias civiles, que protegían a los altos cargos, se quedaban a dormir en ocasiones en las habitaciones de los antiguos jornaleros de la finca.

Martí y Dolors llevan 40 años casados, él con una piel curtida por el sol y ella con un aspecto atlético. Aparentan 10 años menos de los que tienen. Empezaron en Santa Marta seis meses antes de que muriera el amo. La finca es ahora propiedad de su viuda. Tanto ella como su hija y sus nietas la visitan muy de tanto en cuanto y Dolors se lamenta, pues le gustaría volver a los tiempos de gloria de Santa Marta. Les queda poco para jubilarse, aunque en materia de salud están más que en forma. Sólo han traspasado las fronteras de Cataluña cuatro veces: el viaje de novios a Mallorca, unos días en Venecia, otra escapada a Málaga y un fin de semana en París. No les interesa viajar, "esto es lo que conocemos y estamos bien aquí", asegura Dolors. Como no tienen vacaciones, los únicos viajes que realizaron juntos fueron a Mallorca y a París. Alguien tenía que estar al mando de la casa.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Como su futuro es incierto, con sus ahorros han comprado un pequeño piso en Sant Joan de Vilatorrada, "en pleno centro, al lado de la panadería, el quiosco, la tienda de verduras, la carnicería y la pescadería", comenta la masovera, "para que, cuando seamos mayores, lo tengamos todo a mano". Ella dice que el oficio tiene los días contados, a la vez que recuerda que, cuando eran pequeños, "en mi pueblo todo el mundo se pegaba por ser payés". Y es que eran unos privilegiados: "Las mujeres les cuidábamos mucho, muchísimo; teníamos que cocinar para ellos todo el rato, porque disfrutaban de ocho comidas al día".

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_