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Columna
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Misterioso voto urbano

El despliegue de televisiones, radios y periódicos permitió al cronista hacerse la ilusión de ser ubicuo, de haber presenciado un poco todas las investiduras de los nuevos alcaldes andaluces. La globalización te obsequia a veces con estas golosinas. Lo cierto es que hubo de todo: sonrisas y abrazos a granel, pero también crispaciones, gritos y amenazas de los descontentos con las urnas; alianzas artificiosas y acostamientos decididamente acrobáticos. El más llamativo de todos, el de Ardales, Málaga, con un alcalde comunista votado por Falange, joder con el esperpento. Y para el sufrido analista, desconcierto, agujeros teóricos por doquier.

Entre las euforias, me interesa anotar la del PP. No sé de qué re ríen en su enésima derrota, pero se ríen, que es lo importante. (A mí estos, cuando se ponen serios, me dan yuyu). Será que el síndrome Madrid los tiene obnubilados y no consiguen ver el bosque. Mejor así. Y que dure.

La goleada global que les ha metido el PSOE en Andalucía (327.280 votos de diferencia, y un hito histórico en la provincia de Sevilla, incuestionable), más la ayuda de IU, y con las excepciones de rigor, ellos han conseguido verla como un éxito. Prodigiosa mirada. La suerte de Marbella (o sea, el error de los otros), más la permanencia en cinco capitales, les mantiene la ilusión. Estupendo. Que sigan.

Claro que hay otra forma de ver la cosa. A lo mejor se ríen con razón, su razón: mantienen el poder verdadero en donde está: en la Costa del Sol (14 municipios del ladrillazo), incluida Alhaurín del Imputado y la capital. Y Marbella, el icono. Eso, además de haber sido los más votados en las ocho capitales, con mando holgado en cuatro de ellas, lo cual que no es moco de presbítero. Cuidado. El análisis empieza a flaquear. ¿Qué quiere decir esto? ¿Es corruptible el electorado en ciertas circunstancias? ¿Es un poco tonta la gente, o acaso se lo hace? ¿Tanta fuerza tiene ese cóctel extraño de populismo + localismo + antisevillanismo -no olvidemos a esta bestezuela- en las grandes urbes?

Un líder provincial del PSOE me venía a decir, en pleno fragor de la batalla: no nos engañemos; el orden de prioridades, para mucha gente, es: 1) trabajo y movimiento económico, aunque sea ligado al infame ladrillo; 2) que su pueblo crezca más que los de al lado, que ya se sabe son, por imperativo metafísico, unos indeseables; y 3) eso del medio ambiente..., pues está muy bien para los domingos.

La mayor inquietud en el PSOE es haber sido superado en votos por el PP en las ocho capitales. Inquietud sólo endulzada por el triunfo en Jerez y en Algeciras, más la trabajada reconquista de Jaén. ¿Pero qué significa? Una forma de explicarlo sería a sensu contrario: ¿Por qué el PSOE gana en los municipios medianos y pequeños? Por dos razones principales, a mi entender: porque la acción de gobierno se ha volcado durante muchos años en esas localidades (ya he dicho alguna vez que yo cuando sea mayor quiero vivir en un pueblo andaluz, por ejemplo el mío, Alcalá de Guadaíra, cuyo alcalde ha sido el más votado de nuestro orbe), y porque en los pueblos todo el mundo conoce a los candidatos del PP, o sea, la derecha de siempre.

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En la capitales esto último se diluye y se pierde debajo de todo lo demás. Sólo así puede explicarse que, por ejemplo, en Granada la gente haya pasado olímpicamente del escándalo de un concejal de urbanismo desacreditado por su propio alcalde, días antes de las elecciones, como si eso fuera una tontería. O que el alcalde de Málaga solo haya construido 1.500 viviendas públicas de las 7.000 que prometió. O que el de Huelva haya hecho creer a muchos de sus paisanos que lo del Recre en Primera División era algo más que una metáfora. O que la alcaldesa de Cádiz pedalee impertérrita en la bicicleta que le han prestado los gobiernos de Sevilla y de Madrid para los grandes proyectos de la ciudad. Lo mismo, por cierto, sucede en Granada y Málaga.

Así las cosas, hace bien Manuel Chaves en no confiarse y en encargar un estudio minucioso acerca de qué demonios está pasando en Andalucía. Casi un 40% de abstención, más la del referéndum del Estatuto, no dan para mucha tranquilidad. Y de las anécdotas a la categoría: lo que está en juego es nada menos que la recuperación de la moral ciudadana, el voto joven y la lucha contra la corrupción consentida. Cualquier cosa.

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