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Columna
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Colirios de grandeza

"Y ahora vamos a ver los resultados del escrutinio en las siete grandes ciudades de Galicia". A los muchos momentos histriónicos que se pueden experimentar siguiendo una noche electoral televisiva se suma esta frase que les encanta a los locutores. Las siete grandes ciudades de Galicia. No es la primera vez que lo oímos, y un poco de risa sí que da.

Porque es eufónica pero parte de una premisa extraña que hace suponer que el resto de Galicia lo componen ciudades pequeñas. Esto es, que entre las pequeñas y las grandes ciudades vivimos en un país, contra toda consideración anterior, eminentemente urbano. Puede que tengan razón: aquí ya casi todo es asfalto. No faltan aceras y farolas en los lugares más recónditos. Se sustituyen corredoiras por carriles bici, acantilados por paseos marítimos, montes por parques o áreas recreativas, se urbaniza lo inurbanizable, se pone gas donde hay marisco y se hace creer a la gente que vive en algo parecido a una ciudad y que no son del monte, tal es el desprestigio que tiene la vida rural incluso -y sobre todo- entre muchos de sus habitantes.

¿Dónde quedó entonces la mítica forma de vida rural que marcó lo que hoy entendemos como sociedad gallega? Pasados los años de la vergüenza, nos hemos sacudido el polvo y estamos viendo cómo estas marcas de identidad no se van tan fácilmente, ni tienen por qué. Por más que quisiéramos deshacernos del pailanismo al llegar a la gran ciudad, lo más que dimos hecho fue integrarlo en nuestro día a día de barrio, al tiempo que tratamos de llevar las bondades de la vida urbana a nuestro lugar de procedencia. Con la cultura y los cuartos malamente arrancados de la ciudad, y sin nadie que nos enseñase otro camino para la evolución del rural que el de irlo urbanizando a lo bestia, éste fue nuestro mayor logro. Y con esto no puedo más que acordarme de Armando Blanco, el ex alcalde de Teo, a quien todos los pisos y chalés que construyó le sirvieron para que se llenasen de votantes progres venidos de Santiago que lo acaban de echar cortésmente de la silla municipal. Es que ahora ni el rural puede confiar en sí mismo.

Hoy nos encontramos en casi todas las capitales municipales con una pequeña ciudad a escala. Con más o menos las mismas comodidades modernas, y no digamos cuando acaben de llegar la banda ancha y la TDT. Nuestro mítico país de contrastes desdibuja cada día esa estampa bizarra del choque entre lo urbano y lo rural. El mezcladillo es cada vez más orgánico, menos curioso o anecdótico. Ya no quedan urbanitas ni aldeanos como los de antes, y se ve por fin un poco de respeto mutuo, una vez aceptado que todos estamos hechos de la misma madera, con más o menos barniz.

No sé hasta qué punto han influido en todo esto los tres lustros del gobierno Fraga -con su famosa cidade única- o si Fraga ha estado ahí tres lustros por esta peculiar forma que tuvo nuestra sociedad de "conxugar tradición e modernidade", como les gustaba decir a los del gobierno anterior y también a algunos del actual. Lo cierto es que el cambio político trajo consigo una obsesión por acercar la cosa pública a la Galicia Urbana, sin tenerla todavía demasiado localizada. ¿Se referían a las siete grandes ciudades o al resto de ciudades también? Suerte que al final reconocen que los jóvenes más urbanos, chachis y dinámicos también se parten con los Tonechos. Y ahora va a resultar que muchos votan al PP (no digo que tenga que ver). Algo está pasando.

Nos hemos convertido en un conglomerado raro de gente que va y que viene por la N-550 abajo, bastante heterogéneo y, por una vez, bastante impredecible. Porque o mucho está cambiando este país o muchos prejuicios teníamos, también fruto de hacer durante 15 años la misma oposición. En cualquier caso, es bueno darse cuenta de ello y cuanto antes mejor. Se presenta una Galicia más desconcertante e interesante que nunca, que pide nuevos análisis más allá de los cuatro evangelios del siglo pasado, y de algún fragmento del Apocalipsis. Para empezar no le vendría mal asumir positivamente su tamaño. Aldea grande, ciudad pequeña, qué mas da. Y no caer, como decía Miro Pereira, en colirios de grandeza. Que de eso ya tuvimos bastante.

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