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Columna
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La Francia de Sarkozy

Muchos de los miles de gallegos que viven en Francia poseen la doble nacionalidad, y además de votar en su tierra de origen, también son electores en Francia. Por lo que sabemos, los galaico-franceses han votado en masa, al igual que el resto de la ciudadanía, el domingo pasado en las elecciones presidenciales que oponían una candidata de izquierdas, Ségolène Royal -primera mujer que alcanza en Francia semejante posibilidad de convertirse en presidenta- y el candidato conservador, Nicolas Sarkozy.

En la historia de la Vª República francesa, la victoria de Sarkozy el 6 de mayo con el 53% de los votos marca un punto de inflexión. Pues no se trata de la simple reconducción de la derecha francesa que ya está en el poder, que ha dominado la función presidencial de 1958 a 1981, y de nuevo (después del doble paréntesis de François Mitterrand durante 14 años) desde 1995. El programa del candidato de la UMP (Unión por un Movimiento Popular) marca un cambio capital, y hace de Sarkozy el primer presidente francés, desde 1959, a la vez neoliberal, autoritario, proamericano y proisraelí.

Para Francia es el primer dirigente de la derecha dura, de la derecha autoritaria elegido a la magistratura suprema desde Napoleón III en 1952. También es la primera vez que los franceses eligen a un presidente hijo de emigrantes: el padre de Nicolás Sarkozy es húngaro y su madre, hija de judíos griegos sefardíes de Salónica. Esta elección representa para Francia una ruptura política, el final del pacto social establecido después de la segunda guerra mundial. Marca un final de ciclo político y la extenuación de una era. Pues Sarkozy representa la muerte del gaullismo, la doctrina fundada por el general De Gaulle como un compromiso entre el capitalismo y el socialismo, y como una síntesis del bonapartismo (creencia en un "hombre providencial"), el colbertismo (papel estratega del Estado) y el socialismo cristiano (las preocupaciones sociales menos el marxismo). Su llegada al poder significa también el final, en lo que a política internacional se refiere, de la ambición francesa a seguir una vía independiente y soberana con respecto a Estados Unidos y las demás grandes potencias.

Aunque Sarkozy ha repetido que gracias a su voluntarismo político el Estado va a proteger a los franceses, su programa económico y social se inspira muy directamente de las viejas recetas ultraliberales de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, y privilegia... a los privilegiados. Su visión de la seguridad de los ciudadanos le lleva a replicar con pura represión a las reivindicaciones de la juventud de los barrios populares. Tiene extrañas ideas sobre el origen genético de la pedofilia o del suicidio de los adolescentes.

Durante la campaña Sarkozy ha tratado de seducir al electorado de extrema derecha prometiendo que exigirá a los inmigrantes hablar francés para obtener trabajo o residencia o un contrato de trabajo y disponer de un piso decente antes de permitir la reagrupación familiar. Ha decidido también agravar las sanciones penales contra los delincuentes reincidentes y modificar la ley de protección de menores. Éstas y otras propuestas del mismo carácter han acabado por seducir a una gran parte de los electores del viejo jefe neofascista Jean-Marie Le Pen.

Pero la victoria del dirigente conservador se debe sobre todo a la flaqueza de la izquierda. Ya que nunca, desde 1969, el total de los votos progresistas en una primera vuelta (36,4%) había sido tan bajo. El partido socialista y la izquierda de la izquierda (trotskistas, comunistas, ecologistas, altermundialistas) tienen un déficit teórico flagrante y preocupante. Y hasta se han dejado robar por Sarkozy algunos de los temas clásicos de sus programas, como el "valor trabajo", la protección de las clases desfavorecidas o la voluntad politica. Por eso, la batalla de las legislativas de junio próximo se presenta tan apasionante como esta elección presidencial. Ya que si la oposición de izquierda las pierde con estrépito, y resulta demasiado débil en la Asamblea nacional, la calle y sus desórdenes tomaran el relevo. Francia entraría entonces en un nuevo ciclo de violencias, como acostumbra a hacerlo cada 30 o 40 años.

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