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Reportaje:Las distintas caras de la ciudad

La Valencia del bien y del mal

Un recorrido por las zonas flamantes y los espacios abandonados o degradados de la ciudad

Miquel Alberola

"Hay varias ciudades en Valencia", diagnostica Josep Sorribes, mientras se acomoda al volante de su coche para demostrarlo de forma empírica. El profesor de Economía Aplicada especialista en urbanismo arranca y se va calentando como el motor de su Volkswagen a lo largo de la avenida de Primado Reig, que es nuestro punto de partida por un trayecto que previamente ha trazado con rotulador rojo sobre un plano de la ciudad. "No hay una ciudad que ha cambiado completamente, como se insiste desde las instancias oficiales. Hace unos años se decía que había dos Valencias, pero el dualismo ha ido a más y ahora hay varias ciudades", acentúa.

El profesor gira a la izquierda por la calle del Botánico Cavanilles, junto a los Jardines del Real y pone el rumbo hacia Artes Gráficas. Entre la avenida de Blasco Ibáñez y el barrio de la Exposición se extiende "una de las zonas buenas para vivir". "Ésta es la zona de la pela y de los pijos. A partir de Mestalla cambia el tipo de vivienda y de gente. Se vuelve más popular, pero cada vez lo será menos porque están cambiando muchas de las viviendas", vaticina. Si hubiera que calificarla entre cero y diez, él le daría un ocho. El coche bordea el edificio de la Tabacalera y se mete en la calle Amadeo de Saboya, una de los mejores, donde se encuentra el Hotel Westin. Es lo que la alcaldesa Rita Barberá denomina "la Valencia modernista". "No sé por qué lo dice", se extraña, "porque no es modernista. Todos estos edificios son de lo que se denomina estilo internacional. Mezclan todos los estilos", aclara. En la calle Finlandia los edificios se vuelven más populares, para desembocar en la avenida de Aragón. "Ésta es la zona chachi, chachi, chachi", prorrumpe. Hace apenas unos años la degradación se acumulaba en la calle Antonio Suárez, a pocos metros de esta espaciosa y selecta avenida que conduce hasta el río. "Ésta es la Valencia buena, no la nueva, porque lo es a medias", subraya.

La recuperación del cauce del Turia para la ciudad ha dinamizado en gran parte los barrios de las orillas, entre el antiguo polígono de Ademuz y los espacios del este, que era el objeto del plan general de 1988. Sorribes sin embargo deplora el resultado de la avenida de Les Cortes Valencianes, aunque reconoce que la zona de la avenida de Francia se ha hecho "bastante bien". El coche entra por la avenida del Puerto, que ahora es de única dirección. "Esta avenida es un desastre, como siempre. Una mezcla de edificios. Le han puesto muchos hoteles y la han urbanizado, pero puestos a meterle mano se podría haber hecho de un modo más civilizado. No es un bulevar, sino una vía de tránsito", apunta. Psicológicamente continúa siendo la principal vía de acceso al mar, aunque las avenidas dels Tarongers y la de Francia también cumplen el mismo cometido. Al llegar al bulevar de la Serrería, donde las viviendas han sustituido a las industrias, Sorribes señala que "es una zona buena". "No de high quality, pero buena. Con la revalorización de la parte marítima, vivir en Serrería ya no es vivir en la periferia", explica. El profesor lamenta sin embargo que con motivo de la Copa del América no se haya acometido una actuación más atrevida en la manzana de calles entre la avenida del Puerto y Juan Verdaguer.

El coche bordea el entorno de la dársena interior del puerto y su vibrante actividad deportiva. La parte de las atarazanas "es una expectativa de destino en lo universal hasta que no se resuelva cómo se va aplicar el concurso de la futura marina". "Sea lo que sea será bueno", aventura. También considera que la sutura del puerto de la Copa del América con el paseo Neptuno se ha resuelto bien: "Conecta el paseo Marítimo con el de la dársena. Guay del Paraguay", califica. Luego señala hacia la explanada que hasta hace cuatro días era un nido degradado: "Aquí van 250 viviendas de high quality". El profesor explica que todo esto es nuevo, pero se pregunta cómo afectará "a lo que tiene por arriba y por abajo". "Por sí solo genera expectativas, pero sin una actuación pública sensata se puede quedar así durante mucho tiempo", previene.

Ante el lujoso hotel Las Arenas se acumula la degradación y la miseria. Hay un abismo entre ambas aceras. "Lo quitarán, pero no se sabe cuándo", observa, mientras conduce por el paseo marítimo hacia El Cabanyal y La Malva-rosa. "El éxito del paseo ha sido espectacular. Podría estar mejor, pero está bien", evalúa, mientras se mete hacia Eugenia Viñes. "Es una calle que hace años que mira hacia el Ayuntamiento y le dice: hágame algo. No sé a qué están esperando". El Cabanyal es "un mixing absoluto", explica Sorribes al llegar a la calle Progreso. "Obsérvese cómo pinta", señala ante los inequívocos signos de degradación. La calle del Mediterráneo parte el mundo en dos. El profesor advierte de que los edificios de interés en el barrio no pasan de la docena. "Lo importante es la trama urbana, que corre peligro con la ampliación de Blasco Ibáñez", subraya.

El último tramo de la avenida dels Tarongers separa El Cabanyal de La Malva-rosa. Sorribes critica el remate de la avenida junto al mar, taponado por un edificio "sin ningún valor". Hay dos Malva-rosas: la de la calle Cavite, que es normal, y su anverso, entre las calles San Juan de Dios y San Vicente de la Rueda, que visitaremos después.La calle Arnau de Vilanova separa Valencia de Alboraia. Y el cambio no resulta imperceptible. Para empezar, ambos paseos marítimos no encajan. "Se ha roto la continuidad. No va recto: hace un cuatro. Por no ponerse de acuerdo ambos ayuntamientos". La Patacona vive una aceleración urbanista tan radical que la gente ya la reconoce por La Malva-grúa.

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De regreso, el coche penetra en la cara oculta de La Malva-rosa. La forman bloques de promociones públicas de los años cincuenta en forma de u con patio interior que han sido abandonados por sus propietarios y ocupados por gente de muy bajo poder adquisitivo. "Es el Bronx", compara. El paisaje se llena de suciedad y miradas inquietantes. Se vuelve inseguro. Éste es el fondo del agujero, y sin embargo está pegado a uno de los principales focos de I+D+i de la ciudad, la Universidad Politécnica. En apenas unos metros entre ambas realidades hay una distancia de siglos.

Junto a los laboratorios en los que se diseña el futuro se encuentra también el barrio de Beteró, con todos los inconvenientes de los arrabales con escasa inversión. "Es una zona muy cutre y degradada. La población vive fatal", explica. Desde la avenida dels Tarongers, cruzando la de Cataluña, accedemos a la Ronda Periférica Norte que circunda los barrios de Benimaclet, Orriols, Torrefiel y Benicalap. Sorribes se inquieta por el futuro del tramo de huerta en producción que separa a Valencia de Alboraia, todavía en plena producción. "¿Esto es forma de acabar la ciudad [con una ronda]?", interpela. El profesor preferiría una gradación, una zona de huerta y bosque urbano.

Pronto aparece a la derecha el conjunto histórico de Sant Miquel dels Reis, sede de la Biblioteca Valenciana, asfixiado por su entorno. "No sé por qué después de gastarse tanto dinero en su rehabilitación no limpian la zona que lo rodea", critica. La avenida de la Constitución separa a Orriols de Torrefiel. Orriols tiene por el norte el estadio del Levante pegado a la ronda. La mayoría de edificios son bloques de cuatro pisos "para que el constructor se evitara el ascensor". Siguiendo la calle Duque de Mandas, las casas bajas marcan el antiguo poblado, pero sólo hasta la calle San Vicente de Paúl, donde, como si fuera otra ciudad, emerge la nueva zona del PAI de Orriols. "No vive ni el mismo tipo de gente", apunta. Sorribes aprovecha para explicar la teoría de que un PAI no arregla un barrio sino que "crea un barrio adosado" sin llegar a contagiar los efectos a la zona colindante.

Torrefiel "es un barrio periférico de clase trabajadora y urbanísticamente es un desbarajuste: casas y casas y casas. Ni una zona verde", previene antes de entrar. Y en efecto: bloques de los años cincuenta apelotonados y edificios residuales de una sola planta que levantan largas antenas de televisión para poder recibir la señal. Ni rastro de jardines.

Luego, por el Camino de Moncada a la izquierda, cruzamos hasta la avenida Juan XXIII que nos acerca al PAI Nou Benicalap, que culmina el barrio del mismo nombre por el norte. Éste es territorio Lubasa. "La alcaldesa dice que se parece al Ensanche, pero el día que vine a comprobarlo, o no estaba muy inspirado o no encontré nada que me lo recordara ni de lejos", relata. Hacia el oeste, junto a unos retazos de huerta se encuentra la Ciudad Fallera, con los mismos síntomas de los barrios envejecidos y desatendidos, aunque pegado al gran parque de Benicalap, lo que le da gran tranquilidad. Con todo, "no es bocato di cardinale", aclara.

El Benicalap de siempre se ha quedado enquistado entre los nuevos espacios proyectados. De repente, por la calle la Serratella, irrumpe la nueva Valencia del antiguo polígono de Ademuz. Una vía rápida, la calle Doctor Nicasio Benlloch, establece una barrera entre ambas realidades. "No es precisamente Le Corbusier", anota en referencia al skyline de la avenida de Les Corts, en la que se ensanchan los espacios y la calidad de vida. "Es la nueva Valencia", refiere lacónico. No lejos de allí existe otro quiste urbano en el barrio Tendetes, junto a la estación de autobuses. Se trata de otro laberinto "sin ninguna gracia". Edificios de los años cincuenta de cuatro alturas y sin ninguna zona verde. En estos barrios, según Sorribes, hace falta "mucho dinero y mucha imaginación para convertirlos en habitables".

Desde la avenida de Les Corts, el coche enfila hacia Maestro Rodrigo, el borde oeste de la ciudad, y por el bulevar Periférico Norte, recién abierto, rodea Nou Campanar. "Esto es de trinqui, trinqui, trinqui", define. Tras el Parque de Cabecera y el río, se abre la avenida del Cid. Para Sorribes es, de todas las avenidas de Valencia, "la más fea". Desde su punto de vista, las dos grandes vías, Antic Regne y Blasco Ibáñez son las que, "aparte de ser rectas, tienen más gracia". El resto, "la mayoría son vías rápidas". Junto a la avenida del Cid hay tres barrios con construcciones oficiales de los años cincuenta y con las carencias habituales. Se trata de La Luz, La Fuensanta y la manzana adherida a los antiguos cuarteles de aviación, ahora en parte reconvertidos en el Parque del Oeste.

Siguiendo la ronda, frente al seminuevo barrio de San Isidro, en la calle Campos Crespo todavía resiste un destartalado núcleo industrial, que desemboca en una recóndita bolsa de suelo con las orillas muy degradadas, entre Safranar y la acequia de Favara y Patraix, equivalente a medio Parque Central. "En toda Valencia ya no queda espacio como este por construir. Debería de ser un gran parque para descongestionar la zona", propone. Cerca de allí, se encuentra el barrio de San Marcelino, en el que a pesar de algunos nuevos edificios, abundan las promociones de los años cincuenta. La construcción del Parc de la Rambleta le ha compensado en parte sus deficiencias estructurales.

La elevación del bulevar Sur sobre el cinturón ferroviario descubre Malilla con todas sus dificultades y sugiere varios interrogantes sobre la huerta que ha quedado atrapada entre las vías y el nuevo cauce del Turia. "¿Qué vamos a hacer aquí? ¿Ciudad? ¿Bosque urbano? Si alguien piensa en ello, no lo dice", comenta. Luego viene La Font de Sant Lluís, otro núcleo envejecido en la piel de la ciudad. Por Ausiàs March, el coche llega a Zapadores, una barriada de los años veinte "en forma de u abierta" construida por los sindicatos ferroviarios.

La avenida de Peris y Valero nos sitúa ya en el Ensanche, "una zona bien diseñada para pasear que conserva la calidad, pero los coches la matan". No se construyó pensando en los automóviles, y el tráfico derivado del abundante comercio y actividad convierten la zona "en un asco". "Para pasear los domingos es ideal, pero entre semana, fatal", determina. La parte del Ensanche unida a la calle de Colón es "una zona buenísima", como la parte sur del centro histórico. Sin embargo, junto a ella se encuentra Velluters, que es una excrecencia en el fino cutis de la nueva Valencia. Se ha hecho una intervención importante, "pero para cambiar la tendencia en la que se encuentra el barrio son necesarias intervenciones más gordas". "El núcleo duro del barrio Chino no acaba de contagiarse", precisa. Y en efecto, entre las calles Pie de la Cruz, Maldonado y Balmes se abre de nuevo la fétida boca del lobo. La prostitución y las drogas han esculpido un paisaje descalabrado que parece no existir apenas unos metros más allá, en la avenida de Barón de Cárcer, junto al Mercado Central y la Lonja, donde los turistas llenan las tarjetas de sus cámaras.

A modo de conclusión y tras cuatro horas de viaje, Sorribes defiende que Valencia tiene cosas buenas y cosas malas. "No es la ciudad fantástica que se trata de vender. Tiene problemas, sitios muy malos, sitios ni fu ni fa y sitios buenos. Como todas", argumenta. "Sé que nadie puede hacer milagros, pero no puede ser que sólo se hable de las cosas buenas", despacha.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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