_
_
_
_
_
Reportaje:

Viaje a la ópera viva

Jesús Ruiz Mantilla

Las bandadas no son un espectáculo que seduzca de por sí a aquellos que vuelan por libre. Por eso, el impacto ético y estético que produce en su primera lectura Las virtudes del pájaro solitario, una de las novelas más arriesgadas y ricas de Juan Goytisolo, es para almas solitarias y rara avis. Así se sienten José María Sánchez Verdú -el compositor español joven, junto a Mauricio Sotelo, con más proyección internacional- y un artista polifacético como Frederic Amat, que el viernes 4 presentan, en estreno mundial, en el Teatro Real El viaje a Simorgh, una ópera basada en la obra del escritor barcelonés.

Como la literatura, la ópera contemporánea ha huido hace tiempo del planteamiento, el nudo y el desenlace. Las aventuras estéticas tejen por debajo los nudos de todas las disciplinas artísticas, y algunas abren puertas por las que después transita el riesgo desnudo y con la cara al aire. Con ese viaje a contracorriente de Las virtudes del pájaro solitario, con esa escritura mística, esa visita a san Juan de la Cruz que hizo Goytisolo a finales del siglo XX, Sánchez Verdú ha encontrado un mundo para explorar. "El camino de los heterodoxos, al margen de las doctrinas y las normas", dice el músico.

En aquel libro, que se reedita ahora por el Círculo de Lectores ilustrado por Amat, había mucha partitura que indagar. "La música en la que soñábamos no existía sino en nuestras cabezas", escribe Goytisolo en ese texto plagado de seducciones. Ahora, Sánchez Verdú, con ese diálogo en el que está inmersa su obra entre la vanguardia, que explora a fondo ahora viviendo en Alemania, y los aires árabes de su origen en Algeciras, ha descifrado el mundo del autor y todos esos sonidos soñados.

Amat, en la escena, como director y escenógrafo, ha proporcionado a ese encuentro entre Goytisolo y Sánchez Verdú una plasticidad inquietante, entre kitsch y volcánica, pero sobre todo una luz a la que dirigirse, eso sí, dejando que el espectador se extravíe un poco, para encontrarse mejor. "El viaje es eso. La experiencia del viaje invita al éxtasis, a trasladarse a otro lugar, sin cuaderno de bitácora, sin guía", cuenta el artista después de haberse presentado embadurnado de pintura hasta los carrillos. Acaba de repasar, en mono de faena y a pistolazo limpio, los cráteres de un paisaje volcánico por el que pulularán los cantantes, con el barítono Dietrich Henschel, la soprano Ofelia Sala, el contratenor Carlos Mena o la voz imponente de Marcel Pérès al frente del reparto, y la dirección musical de Jesús López Cobos.

La apuesta del Real es arriesgada. Encargar una ópera a un compositor como Sánchez Verdú, nacido en 1968, supone toda una intención. Pero es lo que hizo López Cobos apenas entrar en el Real hace ya cinco años como director musical. Entonces, Verdú era mucho más joven y la apuesta mucho más arriesgada. Pero el tiempo ha dado la razón al maestro porque Sánchez Verdú se ha ido consagrando en toda Europa como uno de los músicos más interesantes de los últimos años, y un representante fundamental de la nueva generación española en la que están él, José Manuel López López, David del Puerto, Mauricio Sotelo -a quien también encargaron Dulcinea, estrenada en 2005-, Jesús Rueda, César Camarero, Pilar Jurado... Los nacidos entre los sesenta y los setenta, que ahora reinan en plenas facultades.

Además había llegado la hora de dar el relevo a la siguiente hornada después de que tres de los músicos en activo más destacados de la generación del 51 hubieran estrenado óperas en el Real. Era el caso de García Abril, Cristóbal Halffter y Luis de Pablo, que presentaron Divinas palabras, El Quijote y La señorita Cristina, respectivamente.

Una de las cosas del texto de Goytisolo que más atraían al compositor -que no es el primero que adapta del escritor, porque ya exploró su mundo en Makbara- era ese diálogo entre mística y sufismo, esa conversación entre dos mundos "que invita a abrir bien las orejas", dice el músico. "San Juan y santa Teresa eran los dos grandes poetas sufíes de Occidente. No es casual que san Juan tuviera contacto en Salamanca con gentes que hablaban hebreo y árabe, algo que se ha conocido hace poco", comenta. De hecho, la ópera, aparte de la libre adaptación de la novela de Goytisolo, cuenta con textos de san Juan, Ibn al Farid, Fariduddin al Attar, de Leonardo da Vinci y de la traducción que Fray Luis de León hizo de El cantar de los cantares.

A ese universo hay que entrar sin muchos prejuicios, y sobre todo sin prisas. La vorágine es una de las cosas que más preocupan a Amat. La actitud del espectador ante lo que va a encontrarse cambia según llegue con el pulso a mil o tranquilo. "El espectador debe sentarse en la butaca relajado y sin los grilletes o la argolla de la razón atada al cuello", asegura el artista. "Para mí, esta ópera no es un mundo de ensueño, es la escenificación de la memoria", añade.

En ese espacio irán encontrándose dos amantes, un seminarista, un archimandrita, personajes como Ben Sida o pájaros solitarios que serán encarnados por el bailarín Cesc Gelabert -cuya compañía de danza también participa en el espectáculo- o el violinista Ara Malikian. Todos forman un fresco en el que se pierden las identidades al uso, que se transmutan en imágenes recurrentes como las que describe Goytisolo: "Capa con vuelos de mortaja, extremidades filiformes, zuecos lentos, macizos, de ponderosa gravitación".

En uno de los ensayos, atiborrado, los cantantes atienden las indicaciones de Amat y los bailarines observan pacientes acompasando con leves estiramientos la espera. Sánchez Verdú está emocionado porque es la primera vez que conoce en carne a los seres que han poblado su cabeza con voces. Esa curiosidad le acaba de ser desvelada. Pero hay otras que deben esperar al estreno el día 4. Lo que sienta Goytisolo, por ejemplo. "Él está entusiasmado con la ópera. Cuando me dedicó el libro puso: 'Esta novela, esperando la obra que subyace en ella", cuenta Sánchez Verdú.

Las similitudes entre sus dos mundos tenían que encontrarse. El diálogo entre Oriente y Occidente, los exilios voluntarios, son constantes que les obsesionan. Luego se producen casualidades entre ambos que llaman la atención. Como que la próxima ópera que vaya a sacar Sánchez Verdú de una novela esté basada en Aura, de Carlos Fuentes. "Goytisolo y Fuentes son grandes amigos, pero es curioso que, después de haberme animado a hacer la obra de Fuentes, me haya enterado de que es una novela que cuenta con un estudio de Juan, y viceversa". Curiosa conexión.

También hay otras, pero ya en torno a la propia obra. Como viaje de iniciación, a José María Sánchez Verdú no le importa reconocerse en raíces como las de La flauta mágica, de Mozart, para explicar claves de la obra que ha compuesto. "Como en la ópera de Mozart, como proponían la mística y el sufismo, el conocimiento de uno mismo a veces implica tener que abandonarse, salirse de uno para verse desde otro lado", cuenta Sánchez Verdú, con el acuerdo completo de Frederic Amat, que también apunta: "No evade grandes cuestiones. La muerte, ese monstruo de las dos sílabas, como dice Goytisolo, está presente desde la primera escena en la que irrumpe de manera violenta en un hamman", dice el pintor.

De la oscuridad a la luz, los tres creadores, estos tres ornitólogos a contracorriente, invitan a quien se quiera subir en este viaje inaudito, impredecible, libre.

Frederic Amat
Frederic AmatJavier Morán

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_