_
_
_
_
_
La muerte de un gran maestro
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Invitación a la memoria

La muerte de Rostropóvich no sólo supone la desaparición de un hombre egregio, un músico completo y un violonchelista mítico. También pierde el arte musical de nuestro tiempo a un maestro entero y verdadero cuya herencia estelar dejó nombres como Gutmann, Georgian, Geringas, Naisky, Monighetti o Pergamenschikov. Estos artistas ilustres supieron asimilar sus propios valores: los heredados directamente del magisterio del violonchelista de Bakú.

Pero a los méritos puramente musicales, Rostropóvich acumuló lo de su perfil humano, su moral hecha de entusiasmo y meditación, de alta entrega que otorgó al legado de su arte una cualidad preciosa y precisa para Manuel de Falla: la de ser útil en su servicio a la música y a los demás. De ahí la honda tristeza que ahora anega nuestro ánimo ante el faro que oscurece y nos deja sin luz reveladora.

Más información
El músico que acompasó la historia del mundo

La memoria de todos cuantos supieron entender y sentir el Bach de Rostropóvich -su Dvorak inolvidable, su Prokofiev, sus Dutilleux, Britten, Lutoslavski, Shostakóvich, Scnitke, Penderecki- hará siempre revivir la potencia expresiva de quien ya no está con nosotros. No en vano, un español distinguido por Rostropóvich, el madrileño Cristóbal Halffter, sostiene que los hombres mueren cuando cae sobre ellos el manto del olvido.

Tardará mucho en debilitarse la memoria de una figura capaz de imponer su viva presencia en la intimidad de las gentes. Como perdurará largamente el vigor de un creador e intérprete tan excepcional, cálido e impulsivo.

No otra cosa sucederá en las orquestas que dirigió o en los centros que recibieron las enseñanzas de su saber y su ejemplo, entre los que cuenta la particularísima relación con la Escuela Superior Reina Sofía creada por Paloma O'Shea e incluso la amistad con la Corona española. Y cada día en que músicas plenas de belleza y significación vuelvan a conmover nuestro espíritu, retornará con agudeza a la memoria del entero mundo la insistente y agradecida letanía: "¡Cómo hacía esto Rostropóvich!" volveremos entonces a estar con él y él con nosotros para enviarnos nuevamente y a modo de mágico bis alguna zarabanda de Juan Sebastián el Grande.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_