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Columna
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Cosmicidad

En su Ensaio sobor da paisaxe galega, Ramón Otero Pedrayo explica la belleza de la cosmicidad del mar: "Moitos alentan na cosmicidade ao interferiren os raios entre ambas esferas e espellárense no mar os tempos do ceo acrecentándose os seus ritmos e expresións coa mensura non sempre concordante propia do mar". Dice que en la costa se vive el hemisferio como categoría y se respira el tiempo. Mi abuelo no buscaba esa cosmicidad en el océano cuando, de niño, se sentaba en el Alto da Pena Parda mientras cuidaba las vacas. Mi abuelo sólo buscaba América y los hermanos que se habían marchado para poder pagar la tierra de tojos y arena desde la que miraban al mar. Y la pagaron. Treinta años pesando café en La Habana para poder adquirir una duna.

De mi abuelo no heredamos acciones ni empresas. Pero heredamos la tierra. Desde esa duna que mi abuelo compró y el Estado decidió pasar a dominio público como zona marítimo-terrestre sin ningún tipo de compensación, a veces también yo miro el mar. Y me pierdo en la cosmicidad de la que hablaba Pedrayo, porque ése es uno de los privilegios del apetito saciado.

Aprenderíamos mucho del mar si le dejásemos hablar. Podríamos preguntarle cuál es su opinión sobre el urbanismo salvaje en la costa o qué le parecen esos paseos marítimos en los que hemos enterrado los fondos europeos. ¡Ay, si las olas interviniesen en la discusión sobre la ubicación de las piscifactorías! Los responsables de la Xunta cometen un gran error al seguir el juego de si Pescanova sí, Pescanova no. Deberían poner en su sitio a todas las empresas que se creen con la facultad de chantajear a los poderes públicos y decirles que no allá donde el daño ambiental es considerable. Pero nunca deberían quedarse de brazos cruzados. No pueden aferrarse a ese no sin ofrecer alternativas.

El paisaje, la cosmicidad de la que hablaba Pedrayo, es mucho más que la contemplación idílica de un entorno natural. Para amar hay que entender y respetar. Es necesaria una confraternización entre hombre y naturaleza donde ambos encuentren el justo equilibrio. Y si la única respuesta a zonas terriblemente castigadas por el desempleo como son A Costa da Morte o la zona cantábrica es un no tajante a empresas aladinas que permiten pedir tres deseos con sólo frotar la lámpara de una concesión, entonces el Gobierno se habrá equivocado. Si no se dan respuestas no haremos más que enfrentar a los ciudadanos con su propia tierra, con ésa que ha costado tanto esfuerzo ganar.

Urgen puestos de trabajo que impliquen un desarrollo sostenible y una conexión directa entre ciudadanos y patrimonio natural. Lo contrario sería el suicidio lento y agónico de la vida en las zonas protegidas. Simplemente porque obliga a los vecinos a marcharse. No da de comer y condena, de nuevo, a la emigración. Porque cuando una mujer de A Costa da Morte mira al mar le gustaría encontrar la ansiada cosmicidad y no la pregunta de cuándo podrán regresar sus hijos de Canarias. De allá, del otro lado del mar. Porque el paisaje no es sólo algo físico, tiene ojos en el alma. Porque también nosotros somos parte inseparable del paisaje.

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