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Columna
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Lepenizados

Lluís Bassets

Nicolas Sarkozy está casado con una descendiente de nuestro Albéniz y ama los toros y España como sólo lo hacen nuestros vecinos meridionales, desde Gascuña hasta Provenza. Ségolène Royal se mira en el espejo de Zapatero y en su programa republicano de igualdad de derechos entre los ciudadanos. Pero el más español de los candidatos a la presidencia de la República es François Bayrou, un campesino ilustrado de la vertiente norte de los Pirineos, del Bearn, más parecido a un navarro o un aragonés que a un parisiense. Católico, provincial, conservador, es de los pocos políticos franceses que no ha pasado por la Escuela Nacional de Administración. Lo suyo son las lenguas clásicas, la cría de caballos y su biografía sobre Enrique IV, el rey navarro que alcanzó la corona de Francia, un best seller en las librerías francesas.

Bayrou el centrista, el europeísta, podría servir de ejemplo a la derecha española. Veamos dos destellos de su ideario en la entrevista que publicó Abc. Sobre el matrimonio homosexual, toma naturalmente sus distancias con la izquierda (aunque hay que ver qué distancias): "No estoy a favor del matrimonio gay, sino más bien de una unión civil que comporte derechos equivalentes, especialmente de sucesión". (Tampoco Jospin estaba a favor del matrimonio gay pocos años ha, ni Ségolène, que sí lo está ahora). Sobre el empeño del Vaticano con la inscripción de las raíces cristianas en la constitución europea: "No hay referencias cristianas en la Constitución, pero eso no ha impedido a Francia ser lo que es. Creo que no se debe mezclar la religión y la ley. Soy católico practicante y lo asumo, pero socialmente soy laico, no quiero que la ley trate de la religión. No mezclo la fe y la ley".

Es un hombre con poco partido, que es como decir sin partido si se compara con los ejércitos de Jerjes que tienen Royal y Sarkozy a sus espaldas. La UDF (Unión para la Democracia Francesa), que ahora preside, es una formación de vocación centrista que sólo pudo encontrar su plenitud cuando quien la fundó, Valéry Giscard d'Estaing, era presidente de la República. Bayrou ha sido un resistente ante el tsunami de la derecha posgaullista, sobre todo después de la última elección presidencial de Chirac de 2002, con su resultado búlgaro del 82% de los votos en la segunda vuelta frente a Le Pen. Pero ahora su campaña se dirige a roer votos de la izquierda y construir un centro reformista que abarque desde el neogaullista Édouard Balladur por la derecha hasta el socialista Jacques Delors por la izquierda.

Por eso combate la polarización política y quiere romper el eje derecha / izquierda, que ha venido organizando la política francesa durante dos siglos, nada menos que desde la Revolución. Llama a Sarkozy y a Royal "le compère et la comère", el compadre y la comadre, compadreando para llegar a la segunda vuelta en detrimento suyo, es decir, del centro. A Bayrou quien le combate especialmente es Le Pen, que necesita ser el tercer hombre -el tercero en liza- para intentar sorprender a todos y llegar a ser el segundo. Pero también él se inspira en Le Pen, pues como el líder ultra quiere ser el outsider, el candidato antisistema que ponga en evidencia la distancia entre la clase política y el pueblo. Comparte este pecado, aunque en menor grado, con los otros dos principales candidatos. Sarkozy echa mano de Le Pen a manos llenas y Royal no se queda corta: valores conservadores, familia, miedo, ley y orden. En el caso del primero, destaca la ocurrencia de crear un Ministerio de Inmigración e Identidad Nacional y en el de la segunda, la instrucción militar para los jóvenes delincuentes o su pasión por la bandera nacional.

Hace unos años, el ex ministro de Justicia socialista Robert Badinter denunció los victoriosos estragos de la extrema derecha en la fijación de la agenda política alrededor de la inmigración, la inseguridad ciudadana y la identidad nacional mediante una expresión que hizo fortuna: la lepenización de los espíritus. No era circunstancial, sino parte fundamental de la vida política francesa de las dos últimas décadas, desde que Le Pen entra en liza en las elecciones presidenciales con resultados que rondan o superan el 15% de los votos, como ha venido cosechando desde 1988. Esta lepenización de los programas y de los candidatos sigue siendo, por desgracia, la noticia mayor de esta campaña presidencial que el 22 de abril llega al recodo de la primera vuelta. Y la buena noticia sería que fuera la última ocasión en que los franceses dieran a Le Pen y a sus ideas tanto protagonismo.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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