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ARCO 2007

Elocuente invitación al optimismo

La feria da un gran salto de calidad con la presencia de 52 nuevas galerías, casi todas extranjeras

Llega Arco y se aprecian novedades sustanciales. Una de ellas invita al optimismo: el desembarco de más de 50 nuevas galerías -centroeuropeas, estadounidenses, brasileñas...- sitúa a la feria a la altura de las mejores de Europa. Es un avance feliz. Pero Arco no ha podido desprenderse todavía del temible yunque de los espacios institucionales, de un provincianismo imbatible. A Lourdes Fernández, la nueva directora, le toca enfrentarse con un problema que rebaja el crédito de la feria. Otra asunto resulta preocupante: una cierta debilidad del espacio dedicado al black box, que no alcanza la altura prevista.

El nivel de las galerías más antiguas siempre ha estado a salvo de las dudas
El nivel en los espacios dedicados a los proyectos específicos es bastante irregular
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Por la intenciones de Lourdes Fernández, decidida a acabar con la deficiente contribución de los espacios institucionales, se puede predecir un futuro amable para Arco. Mientras tanto, el provincianismo y el mal gusto permanecen, intelectualmente vandalizados por políticos -podrían ser los pasmados tiburones disecados dentro de una urna, de Damien Hirst- que se mueven en la etiqueta de la cultura antepasada. Un ejemplo, el peor de toda la feria, está encerrado entre las paredes que acogen los testimonios de La Movida -un gran pasado y un presente mísero- del espacio de la Comunidad de Madrid.

Sigfrido Martín Begué ha acabado de enterrar a la gran familia de los ochenta en unas catacumbas si frenesí, congeladas bajo la luz mortecina -sin ninguna fantasía- de una arquitectura pedante y de un lujo ocioso. El espectador que entra en las toscas y empotradas estancias de El Hortelano, Carlos Berlanga, Pérez Villalta y Tino Casal, habrá perdido definitivamente el sentido de lo primordial, el ritual y todos sus demonios de un fenómeno sacudido por la fractura y el desgarro de una época. Y ahora tenemos aquí una movida garrapateada y plana.

Pero hay más, los stands de la Comunidad de Andalucía, Extremadura, Cantabria o de la Diputación de Málaga son los resultados reales de la cortedad mental de los gobiernos autónomos y similares, que pudiendo exponer sus pinturas en los casinos municipales, prefieren ganarse el derecho a remover el ponche costumbrista de la feria.

Por lo demás, el sello distintivo y salvador de Arco 2007 está en la incorporación de las 52 galerías, prácticamente todas extranjeras. Son las que verdaderamente le darán su nueva autoridad a la feria. La mayoría son centroeuropeas, canadienses, brasileñas y neoyorquinas, cuyos stands deberían -si no lo han hecho ya- causar una profundísima impresión en las españolas, muchas de ellas -las más importantes- han considerado hasta ahora la feria como su propio feudo, como un enclave de "calidad" controlada, renunciando a cualquier otra ambición, en buena parte porque no había una competencia internacional para motivar al producto nacional.

El nivel de las más decanas - Oliva Arauna, Aizpuru, Taché, Joan Prats o Soledad Lorenzo- siempre ha estado a salvo de las dudas. Por alguna razón se han mantenido confortables en los límites marcados por Arco en los últimos años. En esto, la presente edición no ha cambiado. Sigue la línea confeccionada por su anterior directora, Rosina Gómez Baeza. Pero también se ha producido un cambio profundo. Además de una mayor solidez y transparencia en el diseño de los espacios, acompañada de una precisa delimitación de la zona de los proyectos y el black box, se añade el desembarco de docenas de galerías dentro del programa general que son extraordinariamente interesantes. De seguir en esta línea de crecimiento, colocarán a Arco a la altura de la feria de Basilea.

Mario Mauroner, de Viena -que exhibe un corazón gigantesco hecho con cucharas, tenedores y cuchillos que gira al son de un fado portugués (Joana Vasconcelos)-, Lisson (Londres), la Pace Wildenstein (Nueva York), Bärbel Gräslim (Francfort), Tim Van Laere (Amberes), Tomas Schülte (Berlín), Gita Insan y Johanes Faber (Viena), Lawrence Miller (Nueva York), Heinz Holtmann (Colonia), Sao Paulo Dan, Bernd Küger (Múnich), Fichen (Berlín) o Thomas Zander (Colonia), son algunas de las que han escrito la historia del éxito del primer Arco dirigido por Lourdes Fernández.

En lo referente a los espacios dedicados a los proyectos específicos, el nivel es bastante irregular, pero valdría la pena destacar, sin cargar mucho las tintas, el stand de Michael Cosar, de Dusseldorf, que muestra el trabajo de Werner Reiterer, una instalación muy característica del arte austriaco, que representa una estructura de madera caída de un imaginario patíbulo de donde pende una soga que se mueve al detectar un movimiento cercano. Los dibujos preparatorios de las instalaciones de Reiterer son el mejor aval de este tipo de intervenciones marginales de Arco, comprometidos con la actualidad pero muy silenciosos (The Ku Flux Klan Monument, Waiting for Nihilism o The Shit Fountain).

La caja negra de Arco esta vez ha guardado muy pocos secretos. El espacio diseñado para la emisión de vídeos se salva por los trabajos de Victor Burgin (galería Thomas Zander de Colonia) y Ceal Foyer (Lisson Gallery de Londres). El resto de la feria guarda todavía sorpresas, como las fotografías de paisajes urbanos hechas con la sutileza que sólo puede tener un autor japonés (Ryuji Miyamoto, en la Kichen de Berlín) o las fotografías de pasiones dominantes disfrazadas de flores, de Nobuyoshi Araki, objeto de veneración de estetas y erotómanos.

Ana Martínez de Aguilar, directora del Reina Sofía, en el centro, con María García Yelo, subdirectora del museo, y Javier Blas, jefe de colección.
Ana Martínez de Aguilar, directora del Reina Sofía, en el centro, con María García Yelo, subdirectora del museo, y Javier Blas, jefe de colección.ULY MARTÍN
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